APARICIONES Y VISIONES

R. P,. JOSÉ DEMETRIO JIMÉNEZ, OSA

Vicario Regional de la Orden de San Agustín - Vicariato "San alonso de Orozco" (Argentina - Uruguay)

 

Aporte del Arzobispado de Salta para ayudar a reflexionar sobre presuntas Revelaciones y Apariciones

 

1.     LAS APARICIONES EN LA BIBLIA[1] [i]

 

        Es Dios quien se aparece.

 

La fe cristiana afirma la presencia de Dios en la historia humana, visible en Jesús, el Hijo, Verbo encarnado, Palabra hecha carne en el seno de María Virgen por obra del Espíritu Santo.

Quien ve a Jesús ve al Padre. Jesús fue visto por sus contemporáneos y, después de haber muerto en la cruz, se apareció a sus discípulos resucitado.

En la Biblia las apariciones son un modo de revelación de Dios. Dios se hace presente manifestando su gloria (teofanías): en el Sinaí (Ex 24), en el Maná del desierto (Ex 16), en la nube (Ex 44). A veces se hace presente a través de algún enviado (ángel), como en su visita a Abraham junto a los árboles de Mambré (Gén 18,1-15), a Gedeón (Jue 6,12), a Sansón (Jue 13,3). En ocasiones también lo hace en sueños, como en el caso de Jacob (Gén 28,10-22).

En el prólogo del Evangelio según San Juan se dice: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre” (Jn 1, 18). Ante la pregunta de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta” (Jn 14, 8), Jesús responde: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14, 9). La aparición de Dios ha sido Jesús (Tit 3, 4) y ahora esperamos su aparición en gloria al final de los tiempos (Tit 2,13).

En el Evangelio se habla de la aparición del ángel a Zacarías (Lc 1, 11), a José (Mt 1, 20) y a los apóstoles (Lc 2, 10). Y Dios envía al ángel Gabriel en la anunciación a María (Lc 1, 26). Todos los casos son iniciativa de Dios y llegan de improviso, sin ser esperados, causando susto y conmoción.

San Pablo refiere en 1 Cor 15, 5-8 que Jesús “se apareció a Pedro y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo…Además, se apareció a Santiago y a todos los apóstoles. Por último, se me presentó también a mí…”. El relato de Hch 9,1-9 narra la experiencia de Pablo.

De estas apariciones referidas por San Pablo, los evangelios relatan la de Pedro (Lc 24, 34), la de los once (Mt 28, 16-20; Mc 16, 14-18; Jn 20, 19-29) y la de los otros discípulos (Lc 24, 33-50). Se habla también de la aparición a María y las mujeres (Jn 20, 11-18; Mt 28, 9-10; Mc 16, 9-11), a los discípulos de Emaús (Lc 14, 13-35; Mc 16, 12) y a “Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael de Caná de Galilea, los hijos del Zebedeo y otros dos discípulos” (Jn 21, 2) a orillas del lago de Tiberíades.

Estas apariciones son iniciativa de Jesús. Se dirigen a los discípulos que fueron testigos privilegiados de su presencia física en el mundo. Responden a una necesidad de esos discípulos: no acaban de convencerse y Jesús tiene que hacerles ver que Él sigue presente, que no se ha ido, que continúa estando, aunque de otra manera; menos evidente a los sentidos corporales, pero más cierta a los ojos de la fe y más universal, porque su presencia ya no se limita a un espacio y un tiempo. “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

Aparición es sinónimo de presencia: Él está, no se fue, continúa acompañando a sus discípulos. Continúa, por tanto, apareciéndose, pero no como un fenómeno visual limitado espacio-temporalmente a quienes lo ven con los ojos de la carne, sino total, reflejado en la mediación de la Iglesia viviente, que es su cuerpo. Y el modo de reconocerlo es la fracción del pan, la Eucaristía, actualidad de su presencia permanente en la historia (Lc 24, 35). Es lo que se nos transmite en el relato de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35).

 

1.2 Visiones y sueños

 

La Biblia ha  transmitido visiones y sueños de los profetas y otros personajes elegidos. No se refieren a realidades divinas en sí mismas, sino que se trata de signos  relacionados con la herencia cultural y religiosa del pueblo de Israel, a partir de los cuales se hace una lectura de la realidad histórica a la luz de la Palabra de Dios.

Un ejemplo es la vida del profeta Jeremías, toda ella un signo. “La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: “¿Qué ves, Jeremías?”. Yo respondí: “Veo una rama de almendro”. Entonces el Señor me dijo: “Has visto bien, porque yo vigilo sobre mi palabra para realizarla”. / La palabra del Señor llegó a mí por segunda vez, en estos términos: “¿Qué ves?”  Yo respondí: “Veo una olla hirviendo, que se vuelca desde el Norte”. Entonces el Señor me dijo: “Del Norte se desencadenará la desgracia contra todos los habitantes del país… Pronunciaré mis sentencias contra ellos, por todas sus maldades…” (Jer 1, 11-16).

El almendro es el primer árbol que florece: avisa de la llegada de la primavera. Es como el vigilante que da la señal de alerta: “¡atentos, aquí  está!”. La olla hirviendo que se vuelca es el símbolo de la desgracia que se abate sobre el pueblo. La enseñanza transmitida tiene que ver con los acontecimientos de la historia, que leídos con la luz de la Palabra de Dios se convierten en signos de salvación[1] [ii]

Las visiones han de ser interpretadas, por tanto, a la luz de la Palabra y los sueños sirven para “despertar”, para darse cuenta de algo y entender su significado, como le sucedió a José, el esposo de María (Mt 1, 24). Después de un sueño de este tipo, por lo general ya no se sueña más sobre los mismo, aino que se reconoce lo manifestado en él:”¡Verdaderamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía!”, dice Jacob (Gén 28, 16). Y José pudo discernir la actitud que había de tomar frente a la amenaza por la vida del Niño Jesús.

 

1.3  La Biblia no habla de apariciones ni visiones de la Virgen María

 

La persona de María está presente en el Evangelio y se encuentra en la primera comunidad creyente como persona física. No se habla de su muerte y son otras tradiciones de la Iglesia las que transmiten la noticia. La interpretación de algunos textos del Apocalipsis, como la “gran señal que apareció en el cielo”, referida a “una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza” (12, 1), representa a la humanidad tal como Dios la quiere, de la cual la Virgen María es integrante privilegiada y modelo de identificación.

La Virgen María tiene en el Evangelio un perfil bajo. Basta con su presencia y no ha de realizar ningún hecho extraordinario para mostrar lo grandioso de su misión, que revela su dignidad: “Hagan todo los que él les diga” (Jn 2,5).

¿Qué nos dice Jesús? “Sean perfectos como es perfecto su Padre que está en el cielo” (Mt 5,48). ¿En qué consiste la perfección? “Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6,36). ¿Y la misericordia? “No juzguen y no será juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes” (Lc 6,37-38).

Dice también Jesús: “ustedes han oído que se dijo amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5,43-45). “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,34-35).

 

2.     ACONTECIMIENTOS ESPIRITUALES  TRANSFORMADORES

 

 En la vida cristiana se dan situaciones y hechos a partir de los cuales la existencia de las personas que los experimentan adquiere un nuevo rumbo. Son  acontecimientos espirituales transformadores. Es el caso de Pablo de Tarso, de Agustín de Hipona, de Francisco de Asís, de Ignacio de Loyola, de Juan Diego, del Negro Manuel, etc. Una luz, o una voz, o un canto, o una situación de conmoción emocional, o de dolor y desamparo… son ocasión para que esa persona se sienta afectada en lo más íntimo de sí por Dios. Las visiones forman parte de este espacio lógico, así como la experiencia de quienes acuden a las reuniones que surgen en torno a las expectativas creadas por las visiones de otros.

Los seres humanos organizamos los estímulos que percibimos de acuerdo a lo que somos. Por ejemplo, si la visión estuvo relacionada con la luz, un budista probablemente afirmará que ha sido recibida la iluminación del Buda, un judío dirá haber recibido la luz de algún sabio rabino, un musulmán la sabiduría de Alá, un cristiano la luz de Cristo.

¿Quién es el que dice la verdad? ¿Alguien miente? ¿Es producto de alguna alucinación? La cuestión va por otro lado. Cada cual ve aquello que está capacitado para ver, o hacia lo que siente especial inclinación, o lo que ha dirigido los esfuerzos de su mente, o de su voluntad, o de su sensibilidad, o de sus afectos. Eso no significa que sea manifestación indudable y verificable, evidente para todos, de la Verdad.

Las visiones están en relación directa con las creencias y convicciones que moldean la vida de una persona o un grupo. Por eso propongo una distinción entre fe, creencia y convicción.

2.1 Fe, creencia, convicción

Al contexto de referencia desde el cual alguien orienta su existencia e identifica las situaciones de la vida, denominaremos creencia. La creencia está siempre mediatizada por elementos sociales, culturales, éticos, lingüísticos y afectivos. Hay creencias sociales (p. ej: la democracia es el mejor régimen de convivencia), éticas (p. ej: el bien es digno de ser obrado siempre), políticas (p.ej: el sistema parlamentario es el modo de representatividad popular más adecuado), religiosas (p. ej: el Señor y la Virgen del milagro son las devociones que nos acercan a Dios), etc.

Al mayor o menor grado de adhesión psicológica a las creencias, llamaremos convicción. Uno puede adherirse o no al sistema de vida democrático, o pensar que obrar bien no siempre conviene, o dudar de la lealtad de los parlamentarios, o tener otras devociones, etc.

A la adhesión de la propia vida a la persona de Jesús como revelador del Padre, denominaremos fe. En la vida cristiana lo fundamental es Jesús. La fe de la Iglesia ha sido plasmada por escrito en el Credo, que transmite condensadamente la experiencia de fe de la comunidad, el depósito o contenido esencial que ha de ser transmitido fielmente a todas las generaciones. Lo demás está relacionado con algún tipo de mediación cultural, lingüística, ética, afectiva, etc. Por eso estas mediaciones pueden ser diversas y diferentes entre unos y otros, o uno mismo puede sentirse más afín a unas que a otras durante distintas etapas de su vida.

Toda religión es un sistema de mediaciones, esto es, un modo concreto (social, cultural, lingüístico, ético, afectivo) de vivir la fe, en el que está implicada la realidad humana en su totalidad y en el que se manifiestan de modo peculiar esos elementos sociales, culturales, éticos, lingüísticos y afectivos. La fe se vive en la mediación, porque los seres humanos somos así.

Lo que sucede con frecuencia, sin embargo, es que la mediación se convierte en centro y reviste de tal manera la fe que ésta queda obnubilada, opacada, oscurecida. Como las mediaciones tienen que ver con elementos sociales, culturales y afectivos, cuando son presentados como centro de la vida religiosa, entonces obnubilan, opacan y oscurecen la fe. Por eso quienes no participan del tenor social, cultural, ético, lingüístico y afectivo que las hizo surgir no descubren en ellas la fe de la que son o debían ser transmisoras. También por eso pueden darse errores en su interpretación y en la apreciación de su verdad.

2.2  Las visiones como acontecimientos espirituales transformadores

La Historia de la espiritualidad cristiana muestra que hay distintos tipos de visiones. Pueden ser:

¨ Corporales, aunque no es necesario que el objeto de la visión esté presente;

¨ Imaginativas, u operadas gracias a la imaginación;

¨ Intelectuales, o cognoscitivas, también denominadas de contemplación difusa;

¨ Místicas, o de contemplación infusa, por don de fe;

¨ Beatífica, cara a cara, que sólo se dará en la contemplación celeste de Dios.

 

En las tres primeras no es necesaria la presencia del objeto de modo directo: basta con que halla ocasión para su representación. Suele darse el caso de vincular la visión a algo que realmente no está presente a los sentidos externos, lo cual induce al error.

Junto con las visiones se han de considerar las locuciones: manifestaciones de modo dialógico mediado. Es, por ejemplo, el “ tolle lege” (toma y lee) de San Agustín en el huerto de Milán. Se trataba de un verso recitado y cantado que San Agustín escuchó probablemente en muchas ocasiones, pero que en esa determinada circunstancia lo impulsó a leer la Biblia y encontrar respuesta a su inquietud: “basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Señor Jesucristo, el Señor, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la carne” (Rom 13,13-14).

Ciertamente, a San Agustín no se le ocurrió decir que el verso “toma y lee”   era Palabra de Dios. Sí fue consciente de que se trató de una ocasión natural y normal a través de la cual Dios había movido su corazón y su mente para cambiar de vida. Cambio que queda reflejado en la lectura del texto revelado de la carta de San Pablo a los cristianos de Roma.

La locución directa de lo divino es otra cosa y la tradición bíblica la denomina oráculo: la voluntad divina transmitida por boca humana, atribuida a los elegidos de Dios para revelar su Palabra. Es el caso de los profetas.

Las visiones tienen que ver con las creencias y con la convicción. Encuentran fundamento si son cauce de la fe y se proyectan en la misma, es decir, en la adhesión vital a Jesús y su Buena Nueva de la salvación. La creencia y la convicción de haber tenido una visión ha de mover a la persona a dedicarse con más empeño a la vida de fe. Ese es el mensaje que Dios le transmite. Y será ese compromiso personal de fe lo que tendrá que testimoniar ante el mundo con la conversión de la vida a su Palabra[1] [iii] .

2.3 El testimonio de Santa Teresa de Jesús

Santa Teresa de Jesús (1515 – 1582) censuraba tanto a los que limitaban la religión a tener bellos oratorios e imágenes como a quienes ponían los criterios de la fe en visiones imaginarias, porque “la persona devota en lo invisible principalmente pone su devoción”.

En su obra  Castillo interior (o Las Moradas), en el encabezamiento del capítulo IX de las moradas sextas, dice así: “Trata de cómo se comunica el Señor al alma por visión imaginaria y avisa mucho se guarden de desear ir por este camino”. Santa Teresa refiere su exposición sobre las visiones a Jesús, no a la Virgen María y se dirige a las religiosas carmelitas descalzas. Sus palabras iluminan. He aquí algunas de las propuestas, todas ellas de las moradas sextas, capítulo IX.

1° Previene de que en las visiones imaginarias puede “meterse el demonio”.

 

TEXTO ORIGINAL

VERSION POPULAR

“Acaece a algunas personas y sé que es verdad, que lo han tratado conmigo, y no tres o cuatro, sino muchas, ser de tan flaca imaginación, o el entendimiento tan eficaz, o no sé que es, que se embeben de manera en la imaginación, que todo lo que piensan, claramente les parece que lo ven; aunque si hubiesen visto la verdadera visión, entenderían,  muy sin quedarles duda, el engaño; porque van ellas mismas componiendo lo que ven con su imaginación, y no hace después ningún efecto, sino que se quedan frías, mucha más que si viesen una imagen devota. Es cosa muy entendida no ser para hacer caso de ello, y así se”.

 

 

 

“A algunas personas les sucede algo que ellas mismas me comentaron, no sólo tres o cuatro, sino muchas. Por su imaginación inconsistente o por su entendimiento ingenioso, o no sé porqué se dejan llevar de tal manera por la imaginación que todo lo que piensan les parece que lo ven. En realidad, si hubiesen visto la verdadera visión entenderían con claridad el engaño, porque son ellas mismas las que componen con su imaginación lo que ven. Además, no les hace ningún efecto, sino que se quedan sin reaccionar, más pasivas que si viesen una imagen devota. Es muy conveniente, por ello, no llevarle el apunte a esto. Y así se olvida fácilmente como si se hubiese tratado de un sueño”.

 

2° Es la vida misma la que se encarga de clarificar las opciones.

 

TEXTO ORIGINAL

VERSIÓN POPULAR

“Y así es menester ir con aviso, hasta aguardar tiempo del fruto que hacen estas apariciones, e ir poco a poco mirando la humildad con que dejan al alma, y la fortaleza en la virtud”.

“Es necesario tener cuidado y aguardar el fruto de estas apariciones, ver si poco a poco el alma se vuelve humilde y fuerte en la práctica de la virtud”.

 

3° Santa Teresa recomienda algo “que es mucho menester”, es decir, estrictamente necesario…

 

TEXTO ORIGINAL

VERSIÓN POPULAR

“Que andeis con gran llaneza y verdad con el confesor: no digo en decir los pecados, que eso claro está, sino en contar la oración. Por que si no hay esto, no aseguro que vais bien, ni que es Dios el que os enseña”.

“Que se comporten con sinceridad y verdad con el confesor: no sólo en decir los pecados, que eso es obvio, sino en comentar cómo es su oración. Porque si no es así, no es seguro que vayan bien, ni que sea Dios quien se lo enseña”.

 

4° En el caso de tratarse de una visión verdadera, será siempre fugaz y pasajera, porque la visión de Dios “va muy delante de cuanto cabe en nuestra imaginación ni entendimiento”.

 

TEXTO ORIGINAL

VERSIÓN POPULAR

“Mas habéis de entender que aunque en esto se detenga algún espacio, no se puede estar mirando más que estar mirando al sol, y así esta vista siempre pasa muy de presto; y no porque su resplandor da pena, como el del sol, a la vista interior, que es la que ve todo esto (que cuando es con la vista exterior no sabré decir de ello ninguna cosa, porque esta persona que he dicho, de quien tan particularmente yo puedo hablar, no había pasado por ello; y de lo que no hay experiencia, mal se puede dar razón cierta), porque su resplandor es como una luz difusa y de un sol cubierto de una cosa tan delgada, como un diamante, si se puede labrar”.

“Han de entender que aunque nos detengamos en considerar esto, la situación es comparable a cuando uno mira el sol: la visión es muy breve, porque enseguida el resplandor deslumbra y cerramos los ojos instintivamente (además, en el caso de la persona a la que me refiero, de quien puedo hablar particularmente, no había pasado por esto; y, por lo tanto, de lo que no hay experiencia no se puede hablar con certeza). Esto no se debe a que su resplandor sea tan débil que no se aprecie, como sucede en ocasiones con el sol, sino que en la visión interior su resplandor es como una luz difusa y de un sol tapado con algo similar a un diamante que apenas se puede labrar”.

 

5° La santa previene de las visiones prolongadas…

 

TEXTO ORIGINAL

VERSIÓN POPULAR

“Cuando pudiere el alma estar con mucho espacio mirando este Señor, yo no creo  que será visión, sino alguna vehemente consideración, fabricada en la imaginación alguna figura; será como cosa muerta en estotra comparación”.

“Aun cuando el alma pudiere estar mirado durante mucho tiempo al Señor, yo no creo que se trate de una visión, sino de alguna apreciación impulsiva, una figura elaborada en la imaginación; en comparación con la visión verdadera es como cosa muerta”.

 

 

 

6° De cualquier manera, la visión certera del Señor es al que se refiere el Evangelio, que tiene que ver con el verdadero conocimiento de Dios (Mt 25,35-46)

 

 

TEXTO ORIGINAL

VERSIÓN POPULAR

“¡Oh Señor,  como os  desconocemos los cristianos! ¿Qué será aquel día cuando nos vengaís a juzgar, pues viniendo aquí tan de amistad a tratar con vuestra esposa, pone miraros tanto temor? ¡Oh hijas! ¿qué será cuando con tan rigurosa vos dijiere: Id malditos de mi Padre?”

“¡Oh Señor, cómo te desconocemos los cristianos! ¿Qué sucederá aquel día cuando vengas a juzgar, que viniendo con tanto amor a tratar con tu esposa (la Iglesia), te miremos y no te reconozcamos? ¡Oh hijas! ¿qué será cuando tenga que decirnos: Aléjense de mí, malditos de mi Padre”

 

 

7° Estas gracias, dice la santa, no han de ser pedidas ni buscadas…

 

TEXTO ORIGINAL

VERSIÓN POPULAR

“Cuando sabeís u oís que Dios hace estas mercedes a las almas, jamás supliqueís que os lleve por ese camino, aunque os parezca muy bueno, y ha de tener en mucho y reverenciar, no conviene por algunas razones”.

“Cuando sepan o escuchen que Dios concede estas gracias a las almas, jamás pidan ni deseen que se las conceda a ustedes. Aunque eso les parezca muy bueno y sea de mucho aprecio, no conviene por algunas razones”.

 

8° Dichas razones son…

 

TEXTO ORIGINAL

VERSIÓN POPULAR

“La primera, porque es falta de humildad querer vos se os dé lo que nunca habeís merecido, y así creo que no tendrá mucha quien lo deseare…La segunda, porque está muy cierto ser engañado, o muy a peligro…La tercera, la misma imaginación, cuando hay un gran deseo, y la misma persona se hace entender que ve aquello que desea, y lo oye como los que andan con gana de una cosa entre día y mucho pensando en ella, que acaece venirla a soñar. La cuarta, es muy gran atrevimiento que quiera yo escoger el camino, no sabiendo el que me conviene más, sino dejar al Señor, que me conoce, que me lleve por el que conviene, para que en todo haga su voluntad. La quinta, ¿pensaís que son pocos los trabajos que padecen los que el Señor hace estas mercedes? No, sino grandísimos y de muchas maneras. ¿Qué sabeís vos si seríais para sufrirlos? La sexta, si por lo mismo que pensaís ganar, perderéis, como hizo Saúl por ser rey”.

“Me parece que es verdad que estos deseos sobrenaturales son propios de almas muy enamoradas, que desean que el Señor vea  que no le sirven por interés. Por ello, no piensan que han de recibir gloria alguna por servir al Señor, sino simplemente gozarse en amarlo de muchas maneras. Y para mostrarlo, de buena gana estarán dispuestas a encontrar el mayor número de argumentos posible y, si fuere necesario, a desaparecer para mayor honra de Dios. Sea alabado para siempre; amén. Él, que bajándose a comunicarse con criaturas tan pequeñas, quiere mostrar su grandeza”.

 

 

Concluyendo

  1. Decía Santo Tomás de Aquino: “Hay verdades que son objeto de fe por sí mismas; otras, en cambio, lo son no por sí mismas, sino por la relación que guardan con las primeras. Idéntico fenómeno se da en las ciencias: ciertas cosas se proponen como objeto directo de la intención, mientras que otras se proponen sólo para manifestar aquellas. Y dado que la fe tiene como objeto especial lo que esperamos ver en la patria, según las palabras: La fe es garantía de los que se espera (Heb 11,1), pertenece por sí mismo a la fe de todo aquello que nos encamina de manera directa a la vida eterna. Tales son la existencia de la Trinidad, la omnipotencia de Dios, el misterio de la encarnación de Jesús y otras por el estilo. En este orden hay lugar para distinguir los artículos de la fe. Hay, por el contrario, en la Sagrada Escritura verdades que se proponen no como principalmente intentadas, sino como algo orientado a manifestar esas verdades: por ejemplo, que Abrhán tuvo dos hijos; que al contacto con los huesos Eliseo resucitó un muerto, y otros hechos análogos narrados en la Escritura en orden a manifestar la majestad divina o la encarnación de Cristo. Respecto de ellos no se deben distinguir artículos” (Summa Theologiae II/II, q. 1 art. 6, ad 1).
  2. En las cuestiones de fe y costumbres, que están a la base de la devoción cristiana, hemos de considerar lo siguiente[1] [1] :

 

¨“Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir, en el único depósito de la fe encomendado a la Iglesia, y que además es propuesto como revelado por Dios, ya sea por el magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal, que se manifiesta en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por tanto, todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria” (Código de Derecho Canónico, canon  550, § 1). Entre estas verdades están las siguientes: los artículos de fe del Credo, los dogmas cristológicos y marianos, los sacramentos, la presencia real de Cristo en la Eucaristía y la doctrina acerca de la grave inmoralidad de la muerte directa y voluntaria de un ser humano inocente (el aborto)[1] [2] .

“Asimismo se han de aceptar y retener firmemente todas y cada una de las cosas sobre la doctrina de la fe y las costumbres propuestas de modo definitivo por el magisterio de la Iglesia, a saber, aquellas que son necesarias para custodiar sanamente y exponer fielmente el mismo depósito de la fe” (Código de Derecho Canónico, canon 550, § 2). Entre estas verdades están las siguientes: la doctrina de la inhabilidad y el primado del Romano Pontífice,  la canonización de los santos y la ilicitud de la eutanasia y la prostitución.

¨ Se han de aceptar también “todas las enseñanzas en materia de fe y moral presentadas como verdaderas o al menos como seguras, aunque no hayan sido definidas por medio de un juicio solemne ni propuestas como definitivas por el Magisterio”. No se dan ejemplos de esta proposición. Sin embargo, está incluida “toda la enseñanza de la Iglesia en materia de fe y moral que no cae en una de las categorías de arriba; enseñanzas que se deducen o que llevan a un mejor entendimiento de la revelación, o directrices morales que se derivan de esas enseñanzas, según las propone el Magisterio de la Iglesia”.

  1. El Catecismo de la Iglesia Católica dice en el número 67: “a lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una ayuda auténtica de Cristo o de sus santos a la iglesia”.
  2. Lo que comúnmente se denominan “apariciones” son en realidad “visiones”. Éstas no se encuentran incluidas en ninguna de las verdades propuestas por la Iglesia como revelación pública. Están en directa relación con las creencias y convicciones que moldean la vida de una persona, y tienen que ver con el modo como esa persona vive las mediaciones religiosas. Son algo privado y, por ello, no deben ser ocasión de culto público.
  3. La actitud de la persona que dice haber tenido una visión ha de ser la de quien asume un llamado del Señor para convertir su vida a la Buena Noticia. Es una invitación personal a convertir la propia vida y ser testigo de la fe, cuya autenticidad se corrobora en el verdadero conocimiento de Dios manifestado en Cristo, que invita a hacer de la propia existencia una entrega eucarística en la celebración (Jn 13, 2-17) y en el servicio de los hermanos (Mt 25, 31-46). En este sentido, se han de aplicar a este llamado privado a la conversión las recomendaciones que el Señor dirige a quienes desean ser agradables a Dios en la oración privada: “cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6).
  4. Decía San Agustín: “Distingamos cuál es nuestra fe. No nos conformemos con creer. No es tal la fe que limpia el corazón. Purificando, dice, con la fe sus corazones. Pero ¿con qué fe, con qué clase de fe sino con la expresada por el apóstol Pablo al decir: La fe que obra por el amor (Gal 5, 6)… La fe que obra por el amor y espera lo que Dios promete… Elimina la fe: desaparece el creer; suprime el amor: desaparece el obrar. Fruto de la fe es que creas; fruto de la caridad que obres…La fe, pues, que obra por amor es la que limpia el corazón” (Sermón 53, 11).
  5. La Virgen María es testigo de esto y ejemplo de discipulado. La mujer siempre en camino, en peregrinación, saliendo al encuentro: de su prima Isabel cuando más la necesita (Lc 1, 39), en las bodas de Caná cuando falta el vino (Jn 2, 3), al pie de la cruz en el momento de dolor (Jn 19, 25). Veámosla así, continuemos su misión, sigamos su consejo: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5).

Citas

1 Cf. LÉON-DUFOUR, X., Apariciones de Cristo, en IDEM, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona 1982, 12° ed., pp. 92-96; ÁLVAREZ VALDÉS, A., ¿Puede aparecerse la Virgen María? La respuesta de la Biblia, San Pablo, Buenos Aires 2005.
2 Cf. El Libro del Pueblo de Dios. La Biblia, San Pablo, Buenos Aires 2001, 25° ed., p. 542, notas a pie de página 11-12 y 13.
3 Cf. MARTÍN VELASCO, J, La experiencia cristiana de Dios, Trotta, Madrid 1995

4 C.f. Carta Apostólica Para defender la fe, de Juan Pablo II (18 de mayo de 1998