COMO PUEDE LA EXISTENCIA DEL INFIERNO COMPAGINARSE CON EL AMOR Y LA MISERICORDIA DIVINA
¿Cómo puede un Dios de Ternura, de Bondad y de Misericordia -se preguntan hoy
día no pocas personas, turbadas, casi escandalizadas- atormentar con fuego
eterno a sus propios hijos en el infierno? Y dando vueltas y vueltas al asunto,
concluyen: si hay infierno, Dios no puede ser Amor, pero, como "Dios es Amor" -
lo afirma San Juan - no puede existir un infierno, y menos un infierno eterno.
Pero tampoco esta conclusión precipitada les da paz. No ignoran cuan
frecuentemente el Divino Maestro habló del infierno... Nace así un drama de
conciencia que unos resuelven callándose sobre el infierno, casi avergonzados
que tal dogma de fe pueda existir; otros, relegándolo como una espina, en el
rincón más oculto de su corazón; otros, aún, combatiéndolo abiertamente.
Saquemos de una vez para siempre esta llaga a la luz para curarla
definitivamente. Porque nuestra fe no tiene nada de qué avergonzarse. Ni es Dios
un torturador, ni contradice el infierno su Amor. El infierno es más bien, por
contradictorio e increíble que parezca, la expresión más señalada del Amor
divino. Porque es a la vez su precio, su riesgo y, si este Amor es despreciado,
su tormento y dolor.
QUE NOS DICE LA BIBLIA A PROPÓSITO DEL INFIERNO?
La existencia del infierno parece contradecir la amorosa paternidad de Dios. ¿Nos
soluciona la Biblia ese problema? Respuesta: ¡Sí! Dándonos todos los elementos
aclaradores:
a) EL HOMBRE HA SIDO CREADO SOBERANAMENTE LIBRE: "Dios, leemos en Eclesiástico
15, al crear al hombre, LO DEJÓ EN MANOS DE SU PROPIO ALBEDRÍO". Es decir, con
la potestad, de obrar según su propio gusto y voluntad, sin sujeción alguna.
Este privilegio implica que somos plenamente responsables de nuestros actos, y
de las CONSECUENCIAS de estos: "Mira", nos dice Dios en Deuteronomio 30, "Yo
pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si amas a tu Dios,
sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, VIVIRÁS y tu Dios te BENDECIRÁ en
la tierra que vas a poseer. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te
dejas arrastrar PERECERÉIS SIN REMEDIO".
b) EN VIRTUD DE SU JUSTICIA DIOS ESTÁ OBLIGADO A DAR A CADA UNO LO QUE MERECE,
como San Pablo advierte a los Romanos en el capítulo 2: "Dios ha de pagar a cada
uno según sus obras: dando la vida eterna a los que perseveran en las buenas
obras, y derramando su indignación sobre los que abrazan la injusticia".
c) NO FUE DIOS QUIEN QUISO EL INFIERNO NI DEBEN LAS TORTURAS DEL INFIERNO
ATRIBUIRSE A ÉL: "Dios es bondadoso en todas sus acciones, es cariñoso con todas
sus criaturas", reza el Salmo 144. El infierno tiene su origen en la rebelión de
los ángeles, que allí se escondieron de Dios, alejándose de las alas de su
Ternura. De este suceso dejó Isaías 14 una descripción dramática: "¡Cómo caíste
del Cielo, oh Lucifer... Tú que decías en tu corazón: Subiré al Cielo, en lo
alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y seré semejante al
Altísimo.. Es el hombre mismo, quien, separándose del Amor divino y fraterno,
queda envuelto, por su propia culpa, en el hielo de la maldad y del odio. Y son
los demonios, a quienes el hombre con cuerpo y alma se ha entregado, los que lo
torturarán por toda la eternidad: "Por envidia del diablo entró la muerte al
mundo, y la experimentan los que le pertenecen" nos avisa Sabiduría 2. ¿Culparemos
a Dios por la triste suerte de quien se aleja de Él? ¿Culparemos al padre de la
parábola del "hijo pródigo" si éste hijo nunca hubiese vuelto a la casa paterna?
¡Libre es el hombre par amar o para odiar! ¡Para quedarse en la casa del Padre o
preferir el alimento de los "cerdos"! Pero está ampliamente avisado: Si elige el
mal y muere en esta rebelión, los demonios tendrán todo el derecho de llevárselo.
Y ¡que no venga después con lamentos! Fue ampliamente avisado.
¿QUÉ ENSEÑA LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA SOBRE EL INFIERNO?
a) La Iglesia ha canonizada a sor Faustina Kowalska, religiosa polaca que
promovió la devoción a la divina misericordia. a pesar de esa confianza
ilimitada que tenía en la misericordia de Dios, narra una experiencia mística
personal en torno al infierno, que merece ser transcrita, aunque, como toda
revelación privada, no es materia de fe sino que se ajusta a lo que la Iglesia
concibe de la condenación eterna, y nos pueden servir a todos para reflexionar
en algo que solemos olvidar con facilidad: "Hoy, relata Sor Faustina, he estado
en los abismos del infierno, conducida por un ángel. Es un lugar de tormentos, ¡qué
espantosamente grande es su extensión! Los tipos de tormentos que he visto: el
primer tormento que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; el segundo,
el continuo remordimiento de conciencia; el tercero, que aquel destino no
cambiará jamás; el cuarto tormento, es el fuego que penetra al alma, es un
tormento terrible, un fuego puramente espiritual, incendiado por la indignación
divina; el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible y sofocante
olor; y a pesar de la oscuridad los demonios y las almas condenadas se ven
mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo; el sexto tormento, es la
compañía continua de Satanás; el séptimo tormento, es una desesperación tremenda,
el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias. Estos son
los tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero hay tormentos
particulares, que son los tormentos de los sentidos. Que el pecador lo sepa: con
el sentido que peca, con ese será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo
por orden de Dios para que ningún alma se excuse diciendo que el infierno no
existe o que nadie estuvo allí, ni sabe cómo es. Yo, Sor Faustina, doy
testimonio de que el infierno existe y que la mayor parte de las almas, que allí
están, son las que no creían que el infierno existiera”. Y Sor Faustina concluye:
Cuando volví en mí no pude reponerme del espanto: qué terriblemente sufren allí
las almas. Por eso ruego con ardor por la conversión de los pecadores e invoco
incesantemente la misericordia de Dios para ellos. Oh Jesús mío, prefiero
agonizar en los más grandes tormentos, que ofenderte con el menor pecado".
b) LA TRADICIÓN INSISTE EN EL GRAVE DEBER DE PREDICAR EL INFIERNO: "¿No es mejor
sentir un breve ardor a causa de nuestros sermones, se pregunta San Juan
Crisóstomo, que arder en llamas eternas?". "Descendamos en vida" aconseja San
Bernardo "con nuestra mente al infierno para que no descendamos en la muerte." "Todas
estas cosas", explica San Gregorio Magno, se dicen para que nadie pueda
excusarse basado en su ignorancia que únicamente cabría si se hubiera hablado
con ambigüedad sobre el suplicio eterno".
MEDITACIÓN
EL INFIERNO ES EL PRECIO Y EL RIESGO DEL AMOR
Lloraba, lloraba desconsoladamente, no tanto por nosotros sino por Dios mismo,
porque, siendo Amor, es rechazado, despreciado y pisoteado por sus propios hijos.
Lloraba como un niño, sin avergonzarse de sus lágrimas, el Santo Cura de Ars,
comentando aquellas terribles palabras de Cristo, el cual, después de haber
perseguido, buscado, suplicado toda una vida como Buen Pastor y Amor Crucificado
al ingrato pecador, debe finalmente, en la hora de su muerte, darse por vencido
ante el fracaso y la impotencia de su Misericordia, y habiéndose convertido en
Juez, pronunciar, obligado por su Justicia, estas terribles y definitivas
palabras: "¡Apartaos de Mí, malditos!"
Y no dejó de llorar el Santo con profundos sollozos, que dejaban a sus oyentes
consternados y sobrecogidos, hasta que subieron a sus labios temblorosos
aquellas palabras: "¡Malditos por Dios!... ¡Qué desgracia más espantosa!...
Dense cuenta, hijitos míos: ¡Malditos por Dios que sólo sabe bendecir, que sólo
es Amor!... ¡Malditos por Dios, la Bondad en persona!... ¡Malditos sin
posibilidad ya de perdón!... ¡Para siempre!..." Y durante más de un cuarto de
hora no cesó de llorar y de repetir: "¡Malditos por Dios!... ¡Qué desgracia! ¡Qué
desgracia!" "No es Dios" - continuó diciendo el santo - "Él que nos condena al
infierno, hijos míos, somos nosotros, con nuestros pecados. Los condenados no
acusan a Dios, sino a sí mismos: "He perdido, he destrozado mi alma y mi Cielo
por mi culpa, por mi grandísima culpa"... Nadie ha sido jamás condenado por
haber cometido demasiada maldad, mas por no haber querido humillarse y echarse,
como la Magdalena, a los pies de Jesús, el Salvador, que a nadie jamás rechazó"...
Cabe, sin embargo, la pregunta: ¿por qué entonces creó Dios al hombre tan
tremendamente libre, tan gran señor de su propia voluntad, que ni por su Creador
puede ser forzada ni violentada, bajo pena de que, al instante, se convierta en
un pobre muñeco incapaz ya de amar? La respuesta es sencilla y, a la vez,
sublime: ¡porque Dios quiso que el hombre fuese hijo suyo, y no un robot! ¡Que
fuese un ser infinitamente más grande que las demás criaturas; “alguien”, y no "algo",
capaz de calentar y de alegrar su tan sensible Corazón de Padre; de sorprenderle
con esas "pequeñeces" que hacen, también entre los humanos, las grandezas del
Amor, y como rivalizar con Él en generosidad, cariño y ternura. En una palabra,
capaz de colmar la sed infinita de amar y de ser amado que devora las entrañas
de este “Dios-que-es-Amor”.
Y porque Dios ansiaba todo esto, con la impaciencia y la ilusión del amor, se
atrevió a crear al hombre como una persona, como Él es persona - es decir, como
un ser por quien pudiera ser comprendido y amado; un ser ¡"casi igual" a ÉI", ¡Que
no nos espanten estas palabras! ¿Acaso no leemos en Génesis 1: "Creó pues, Dios
al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó"? ¿No exclama el Salmo 8: "¿El
hombre, Señor? ... ¡Lo hiciste poco inferior a los dioses, de gloria y de honor
lo coronaste"? ¿No enseña San Pablo en 1 Corintios 6,17: "el que se une al Señor,
se hace un sólo espíritu con Él"? ¿Y no comentó audazmente el gran Santo Tomás
de Aquino: "Es característico del amor ir transformando al amante en el amado.
Por lo cual, si amamos a Dios, nos divinizamos"? Y habiendo creado al hombre
conforme a lo que le es más amado y resplandeciente, es decir, "los rasgos de su
Hijo Unigénito", ¡Dios se enamoró del hombre!
Pero ay, tanta belleza y honor tuvieron su precio altísimo "¿Qué soy yo para Ti,
oh Dios?", pregunta San Agustín, "que me mandas amarte y que, si no lo hago, te
enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente
infortunio el hecho de no amarte?"… Palabras maravillosas, a las cuales Dios
podría replicar: "¡Oh hombre! ¡Tu grandeza está en tu poder de amar! ¡Tu amor es
tu encanto y tu peso! Puedes amar a las otras criaturas, decirles un tú y un yo
llenos de sentido. Y puedes amarme a Mí y decirme un Tú y un yo.,. ¡y un "sí"
que te abra de par en par las puertas de mi Cielo, o, ¡ay!, también un "no", con
el cual te precipitarías fuera del alcance de Mi Corazón para siempre! “
“¡Perdóname, hijo mío! Queriendo convertirte en mi amante, tuve que darte la
posibilidad de que me traicionaras. Queriendo abrirte las puertas del Cielo,
tuve que entreabrirte las del infierno. Queriéndote desbordante de felicidad,
tuve que correr el riesgo de hacerte infeliz.” “Porque si tú no fueras tan libre,
no podrías ser mi hijo. Si no fueras tan responsable, no podría premiarte un día
con tan altos gozos y sorpresas. Y si no fueras tan inmensamente grande y
semejante a Mí, Yo no podría amarte tanto. Sí hijo mío, los rayos de sol entre
nosotros, siempre proyectarán la sombra del infierno. Pero que esta sombra jamás
nuble ni oculte para ti, el Sol de mi Amor. Ámame, como Yo te amo. Para que al
final de tu vida pueda darte la paga y el jornal del amor, que es recibir más
amor… hasta llegar a la plenitud del mismo amor. ¡Porque amor sólo con amor se
paga!"
UNA ANÉCDOTA COMO CONCLUSIÓN
Un marinero moribundo que se obstinaba en no querer reconciliarse con Dios,
pidió agua a una religiosa enfermera. Ella le contestó: "Claro que sí. Pero beba
usted, capitán, hasta hartarse, porque en el infierno por toda la eternidad,
suplicarás por una gota de agua, y nadie se la dará…." "Infierno, infierno,
gruñó el enfermo, ¡no existe!". Contestó la Sor: "Me lo has dicho usted cien
veces, capitán, pero ¿lo has demostrado? No por negar el infierno dejará de
existir!”... El capitán se agitó en el lecho y, como hablando a sí mismo,
murmuraba: "Es cierto,, no lo he demostrado..." La hermanita replicó: "Pero, no
se preocupe, capitán, ya sabrá usted muy pronto si existe o no infierno…". Y se
puso a rezar. Al poco tiempo el enfermo pidió a gritos un sacerdote, diciendo
"Hay que decidirse por el partido más seguro. No quiero ir a verlo, porque
cuando se entra allí , ya no se sale".
Padre Antonio Lootens (Bucaramanga, Colombia)
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