LA VIRGINIDAD DE SAN JOSE

EN LA FE DE LA IGLESIA

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Según algunos escritos apócrifos de los primeros siglos (no reconocidos por la Iglesia como parte de la Biblia), San José estuvo casado antes de conocer a María y tuvo, al menos, seis hijos, de ese primer matrimonio. Al quedar viudo, ya anciano, se casó con la Virgen que era una joven.

Para nadie es un secreto que la mayoría de cristianos no católicos, niega la Virginidad Perpetua de María. Entre sus argumentos alegan que la Biblia menciona a los “hermanos” de Jesús.

Para mostrar que esos “hermanos” de Jesús no son hijos de María, algunos apologetas católicos, de ayer y de hoy, sostienen que se trata de los “hijos de José”, de los que hablan los apócrifos. Se afirma que, con esta tesis, no se vulnera ningún punto fundamental de la fe de la Iglesia, por cuanto “la virginidad de San José” no es un dogma. Antes de avanzar en el desarrollo de este tema, me permito transcribir esta valiosa regla, que leí alguna vez en un pequeño manual de apologética: “No se ha de defender una Verdad vulnerando otra”.

Me acuerdo aquí de lo que pasó, hace unos años, en mi país, en una localidad cercana a donde vivo: existía un templo, con columnas o pilares internos, como tantos que conocemos. Ingenuamente, alguien pensó que esos elementos estaban ahí por simple decoración, y, como se ocupaba mayor espacio, en una restauración, y sin consultar a los que saben, se eliminaron las mencionadas columnas. Tiempo después, sobrevino un fuerte temblor, como es frecuente en mi tierra, y el templo de marras sufrió graves daños estructurales que, según determinaron los expertos, habrían sido menores, si hubieran estado las columnas. O sea, ellas cumplían la función de reforzar la estructura total.

Todo esto para decir que, a San José, a diferencia de los demás Santos, no se le debe estudiar como una individualidad. El, por su estrecha pertenencia al Misterio de la Encarnación del Verbo, está esencialmente remitido a esa realidad, de tal suerte que las afirmaciones que se hagan o dejen de hacer en torno suyo, no dejan de tener alguna repercusión, mayor o menor, en la comprensión de algunas verdades mariológicas y/o cristológicas. San José no es un elemento externo o extrínseco, un espectador, del Suceso de la Encarnación del Verbo, no; él es parte integrante de ese Misterio y por ello, se debe tener precaución y precisión con lo que afirmamos sobre su persona. Nada de lo que se refiera a El, es irrelevante

La siguiente cita, tomada de la Exhortación Redemptoris Custos, de Juan Pablo II, nos puede ilustrar sobre ese importante papel de José en la Economía Divina de la Encarnación:

21. “…La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la encarnación, constituye un misterio especial. Y —al igual que en la encarnación— a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo. Junto con la asunción de la humanidad, en Cristo está también «asumido» todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José

En los primeros siglos del cristianismo, la tesis de los apócrifos mencionados, les pareció muy apropiada a algunos Padres y apologetas, para defender la verdad de la Virginidad Perpetua de María, de frente a quienes la impugnaban. No es de extrañar, entonces, que algunos de ellos le dieran su adhesión; pero de igual manera surgieron otros que, a la par que defendieron la virginidad de María, rechazaron de plano la tesis de los apócrifos de marras. Hubo, ciertamente, voces para ambas posiciones, pero la autoridad de un San Jerónimo y un San Agustín, proponiendo la virginidad de San José como algo cierto, inclinó la balanza hacia ese lado; de manera que aun cuando en siglos posteriores, algunos otros, volvieron a sostener la tesis de los apócrifos, el Magisterio de la Iglesia, como tal, nunca dio su respaldo a la tesis de un José viejo, viudo y con hijos; antes bien, asumió como propia la tesis opuesta.

Prescindiendo de otros testimonios, ya en el siglo XI, tenemos a San Pedro Damián escribiendo lo que sigue:

“¿Ignoras, acaso, que el Hijo de Dios de tal manera eligió la limpieza de la carne que ni siquiera se encarnó de la castidad conyugal, sino más bien de una fidelidad virginal?

Y para que no pareciese bastar que sólo sea virgen la Madre, es esta la fe de la Iglesia, que fuese virgen también quien representaba ser su padre.

Así, pues, si nuestro Redentor amó tanto la integridad de un floreciente pudor que no sólo naciese de un seno virginal, sino que también fuese cuidado por un padre nutricio virgen, y esto siendo todavía Niño en la cuna ¿por quiénes –pregunto- quiere que sea ahora tratado su Cuerpo, cuando reina, inmenso, en los cielos?

Si quería ser llevado en manos limpias al ser puesto en el pesebre, ¡cuánta limpieza quiere que rodee a su cuerpo ya sublimado en la Gloria paterna!”.

Para valorar estas palabras en su justa medida, tenemos que tomar en cuenta cuatro detalles, talvez de poca monta por sí solos, pero no tanto cuando se dan juntos, como en este caso. En primer lugar quien esto dice, es un Doctor de la Iglesia, segundo, se está dirigiendo a un Papa (Nicolás II), tercero, trata de proporcionar fundamentos para la defensa del celibato sacerdotal y, por último, se presenta como testigo de la Fe de su tiempo. El no está presentando la Virginidad de María y José como una opinión suya, o como un producto de su especulación teológica, sino que, al proponer esa tesis, lo hace como testigo de lo que ya era creído en su tiempo y, eso precisamente, son los padres y doctores, testigos de la Tradición de la Iglesia, sobre la cual especulan y desarrollan sus reflexiones teológicas. San Pedro Damián no está creando la fe en la Virginidad de María y José, lo que sí está haciendo aquí, es fundamentarse en esa Verdad, para argumentar que, los clérigos, por tocar sacramentalmente a Cristo, deben ser puros, como lo fueron los dos Santos Esposos.

San Pedro Damián polemiza sobre algo tan discutido, como es el celibato sacerdotal, sirviéndose, no de una simple creencia piadosa; si recurre a la tesis de la Virginidad de María y José, es porque la misma, para ese entonces, ya estaba arraigada en la Fe Católica, como él mismo lo afirma. De otra manera, tampoco lo hubiera manifestado con tanta seguridad, ante la autoridad del Papa al que se estaba dirigiendo.

Dos siglos  más tarde, Santo Tomás de Aquino, cuya autoridad no es nada despreciable, sin contar con que él también propone la virginidad de San José como algo cierto, afirma que se debe rechazar como errónea la tesis de un José viejo y con hijos, y como testigo de la Fe Católica de ese momento, afirma que la Iglesia no admite esa tesis. Nuevamente vemos aquí, a un doctor de la Iglesia, manifestando, simplemente aquello, que era constatable en su tiempo. Al afirmar la postura de la Iglesia frente a la tesis de los apócrifos en cuestión, Santo Tomás no está especulando, sólo nos da noticia de la posición de la Iglesia, presentándosenos así como un testigo de la Tradición.

Siguiendo el hilo histórico a esta cuestión, notamos que en los siglos posteriores, se hace cada vez más manifiesto el testimonio de los doctores ya presentados: el Magisterio lejos de aceptar la tesis de los apócrifos, la descalifica expresamente, tomando la posición contraria, que es la de afirmar la Virginidad de San José, como lo podemos ver, a modo de ejemplo, en los  siguientes testimonios:

  1. Benedicto XIV (Papa entre 1740-1758), haciendo una reflexión sobre la Celebración de los Desposorios de María y José, escribe lo siguiente:

“… por lo general, es muy verdadero que no es procedente que un cuerpo que la mujer haya consagrado a Dios por voto de virginidad sea dado en matrimonio a un varón, pero de ningún modo es verdadero en este caso singular en que la que había hecho voto de virginidad conoció divinamente que el otro cónyugue igualmente estableció firmemente que cultivaría perpetuamente la virginidad, como ocurrió claramente en el matrimonio de la bienaventurada Virgen con San José. Pues ella, antes de casarse, había sido instruida por Dios sobre que no tuviese solicitud por la virginidad: pues José tenía iguales sentimientos que ella”

(…)

Que José tuviese ochenta años al momento de su matrimonio con María no se hace verosímil. Ni creería alguien fácilmente que la Virgen se casase con un varón de suma senectud. José, si fuese ya de tal edad, ¿cómo podría soportar las molestias de los caminos? Ni, si tan mayor en su edad hubiese sido José, con la ancianidad que le atribuyó Epifanio y que pintan nuestros pintores, ¿hubiese esto redundado en defensa del Hijo contra las calumnias de los judíos? Ciertamente, de la ancianidad de José surgió la opinión de que había tenido anteriormente otra esposa y que de ella ha de creerse haber recibido otros hijos. Cuánto dista esto de la verdad lo demostró Baronio…”

  1. El Papa Juan Pablo II, en su Catequesis del 21 de Agosto de 1996 afirma lo que sigue (transcribo un largo extracto, para que se capte bien la idea completa):

“Se puede suponer que entre José y María, en el momento de comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyecto de vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en María la opción de la virginidad con miras al misterio de la Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto familiar idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscitar también en José el ideal de la virginidad.

El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt. 1, 20). De esta forma recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el camino del matrimonio. A través de la comunión virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dios lo llama a cooperar en la realización de su designio de salvación.

El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a María y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico y en el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización concreta del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño.

José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio (cf. exhortación apostólica Redemptoris custos, 7).

La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comunión esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de María, más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que no fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfección interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virginal la relación esponsal con María”.

En la Iglesia no ha habido que esperar a que una Verdad se declare Dogma para que sea creída; por el contrario, se declara Dogma una Verdad que ya es creída por la Iglesia. Se define lo que ya está contenido en la Tradición. La Virginidad de San José, no tiene aún el estatus de un Dogma, pero no cabe duda de que forma parte de la Fe de la Iglesia y está claramente presente en el Magisterio Pontificio, como lo vemos en las citas presentadas y en muchas más que sería prolijo transcribir aquí.

Veamos solamente dos ejemplos más, de cómo la Tradición que afirma la virginidad de San José, se ha incorporado plenamente al Magisterio Pontificio:

  1. En su Carta Encíclica sobre la Sagrada Virginidad (1954), el Papa Pío XII, en el apartado titulado “Motivo Sacerdotal”, de la primera parte, expresa estas palabras:

“Pero hay que advertir que los ministros sagrados se abstienen enteramente del matrimonio no solo porque se dedican al apostolado, sino también porque sirven al altar. Porque si ya los sacerdotes del Antiguo Testamento, durante el tiempo en que se ocupaban en el servicio del Templo, se abstenían del uso del matrimonio para no contraer como los demás una impureza legal (42), ¿cuánto más puesto en razón es que los ministros de Jesucristo, que diariamente ofrecen el sacrificio eucarístico, posean la perpetua castidad? Refiriéndose a esta perfecta continencia, amonesta San Pedro Damián a los sacerdotes con esta pregunta: Si, pues, Nuestro Redentor de tal manera amó la flor de un pudor intacto, que no solo quiso nacer de entrañas virginales, sino también estar encomendado a los cuidados de un padre putativo virgen, y esto cuando, párvulo aun, lloraba en la cuna, ¿por quiénes, dime, deseará que sea tratado su cuerpo ahora que reina en la inmensidad de los cielos?”

Notamos aquí, cómo el texto de San Pedro Damián, ya estudiado al inicio, es asumido plenamente por el Papa como base argumentativa y, curiosamente, con la misma intención que aquel, o sea, fundamentar la necesidad de una mayor pureza en aquellos que tocan el Sagrado Cuerpo del Señor en la Eucaristía. Es hermoso notar la conciencia que se ha desarrollado en la Iglesia, de que los que tocan al Señor en este Santísimo Sacramento deben revestir la mayor pureza de alma y cuerpo, a ejemplo de María y José.

  1. El Papa Juan Pablo II, en su Audiencia General, del 24 de marzo de 1982, en que trató sobre la continencia "por el reino de los cielos” hace estas afirmaciones:

(en el apartado 2)  “…la maternidad de María es virginal: y a esta maternidad virginal de María corresponde el misterio virginal de José,…” 

(…)

(al finalizar la catequesis) “El matrimonio de María y José, contraído en una perfecta comunión de personas dentro del misterio virginal que lo acompaña, es un primer ejemplo de esa fecundidad espiritual que va más allá de la fecundidad carnal. En efecto, en la decisión virginal de los esposos —que se separan de las valoraciones seguidas en el Antiguo Testamento— se realiza el don de la Encarnación del Verbo Eterno…” 

El Magisterio de la Iglesia, no solamente ha asumido la virginidad de José como parte de su enseñanza, sino que va más allá, proponiéndola como modelo. Veamos los siguientes ejemplos:

  1. En la Carta Encíclica Quamquam Pluries, apartado 4, cuando el Papa León XIII presenta a San José, como modelo de todos los estados de vida, dice esta frase:

“… las vírgenes a la vez encuentran en él el modelo y protector de la integridad virginal”.

  1. En 1935 el Papa Pío XI, aprobó las Letanías de San José. En una de ellas se le da, al Esposo de María, el título de:

           “Custodio de las Vírgenes”

¿Tendría sentido presentarle a las vírgenes, como modelo, protector y custodio, a un hombre incontinente que tuvo no menos de seis hijos?

El Papa Pablo VI, en su alocución al Movimiento «Equipos de Nuestra Señora” (4 de mayo de 1970), se expresa así:

7. «…En esta grande obra de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva, en un sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de la vida».

¿Hablaría el Papa de “unión virginal”, si se pensara que uno de los dos esposos no fue virgen?

Si prescindiéramos de la virginidad de San José, como un presupuesto ya aceptado en el cuerpo doctrinal de la Iglesia, no tendrían sustento teológico, discursos y palabras como las expresadas en el Punto 20, de la Carta que Juan Pablo II, escribió a las Familias, en el año 1994, donde habla del “Amor Hermoso” que tiene su origen en Dios y su máxima y más bella expresión en el matrimonio de María y José (No lo transcribo por su considerable extensión).

Igualmente, carecerían de fundamento, palabras como las dichas por el Papa Juan Pablo II, en la exhortación Redemptoris Custos, apartado 20:

“En la liturgia se celebra a María como «unida a José, el hombre justo, por un estrechísimo y virginal vínculo de amor». [31] Se trata, en efecto, de dos amores que representan conjuntamente el misterio de la Iglesia, virgen y esposa, la cual encuentra en el matrimonio de María y José su propio símbolo. «La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y vivir el único misterio de la Alianza de Dios con su pueblo»,[32] que es comunión de amor entre Dios y los hombres”.

Dicho sea de paso, en la cita anterior, el Papa menciona el testimonio de la Liturgia. Y es que ella, efectivamente, nos da algunas evidencias de la Fe de la Iglesia en la Virginidad de José. Todos conocemos aquella expresión técnica “Lex orandi, lex credendi”. Al margen de su traducción literal, significa que: lo que la Iglesia reza en su liturgia es siempre la expresión de su Fe. Veamos algunas evidencias litúrgicas, de esta Fe en la virginidad de José:

  1. En el Prefacio de la Misa denominada “Vida de la Virgen María en la casa de Nazareth”, se lee este texto:

(…)

“Allí, la Virgen purísima, unida a José, el hombre justo,

por un estrechísimo y virginal vínculo de amor

te celebró con cánticos, te adoró en silencio, 

te alabó con la vida y te glorificó con su trabajo”. 

(…)

  1. En la Liturgia de las Horas, en uno de los himnos alternativos para las Primeras Vísperas de la Solemnidad de San José (19 de marzo), se lee esta estrofa:

Esposo virgen de la Virgen Madre,
en quien Dios mismo declinó su oficio;
réplica humilde del eterno Padre,

padre nutricio.

  1. En las Alabanzas de Desagravio que se pronuncian ante el Santísimo Sacramento (cuanto este se va a reservar, después de haber estado expuesto), luego de ensalzar a la Virgen María, se exclama:

Bendito sea San José, su Castísimo Esposo.

Se argumenta que la castidad, no necesariamente implica la virginidad, y es cierto, si no la Iglesia misma no propondría la castidad, como ideal de vida para los esposos. Pero también es cierto que cuando se habla de castidad, no necesariamente se excluye la virginidad.  Así, por ejemplo, en las Letanías de la Virgen, le llamamos “Madre castísima” y, obviamente, nos estamos dirigiendo a alguien que es virgen; el título de casto no es excluyente de la virginidad, puede o no puede incluirla. A San José, en los devocionarios, tratados teológicos e incluso, en los mismos documentos pontificios, se le designa, indistintamente, como castísimo, virginal, purísimo, santísimo, en fin, todo para referirse a una sola realidad: su indiscutible integridad de alma y cuerpo. Por otro lado, los testimonios del magisterio ya expuestos y otros que veremos, y muchos más que sería reiterativo presentar aquí, nos dan sólido fundamento, para entender que al hablar de la castidad de José, la Iglesia no se está refiriendo a una simple continencia, iniciada y mantenida por él mientras vivió con la Virgen: en San José, su castidad virginal, forma parte de su misma identidad y de la vocación a la que fue llamado por el Padre, para servir a los Misterios de la Redención humana.

No deseo concluir sin mencionar, aunque sea brevemente, un tema que guarda relación directa con el que he tratado aquí; me refiero al de la “elección” de José, por parte de Dios, para cumplir su misión al lado de Jesús y María,

San José no llegó a ocupar su puesto en el seno de la Sagrada Familia, accidentalmente, como producto de una decisión humana, propia o ajena.  Fue Dios quien lo eligió para esa misión y si lo eligió, lo preparó de antemano, pues Dios no improvisa; lo que El realiza en el tiempo, está ya en su mente, desde toda la Eternidad. No cabe pues imaginar que, llegado el momento, Dios echó mano de quien fuera, para colocarlo junto a María y Jesús, menos de alguien con el perfil que nos presentan los apócrifos a que aquí nos hemos referido. Es inconcebible imaginar que Dios iba a dar por Educador a su Hijo y por Esposo a la Inmaculada Virgen, un hombre, del todo incompatible con los mismos sentimientos y excelencia de ellos. Esto, precisamente es lo que intuyeron, con la luz del Espíritu Santo, aquellas voces que, ya desde el principio, se negaron a aceptar el José que se les proponía en unos escritos que no gozaban de sustento alguno en las escrituras canónicas. Esta intuición que fue explicitándose cada vez más, a lo largo de los siglos, ha fructificado hoy, en los maravillosos documentos magisteriales, donde se levanta un verdadero monumento de alabanzas al Glorioso Patriarca San José.

De esta convicción, sobre la específica elección divina de San José, para el ministerio que desempeñó, existen múltiples testimonios en el Magisterio. Veamos dos:

  1. El Papa Juan Pablo II, en su Audiencia General, del 19 de Marzo de 1980, manifiesta lo que sigue:

“…Dios confía a José el misterio, cuyo cumplimiento habían esperado desde hacía muchas generaciones la estirpe de David y toda la "casa de Israel", y a la vez, le confía todo aquello de lo que depende la realización de este misterio en la historia del Pueblo de Dios.

Desde el momento en que estas palabras llegaron a su conciencia, José se convierte en el hombre de la elección divina: el hombre de una particular confianza. Se define su puesto en la historia de la salvación, José entra en este puesto con la sencillez y humildad, en las que se manifiesta la profundidad espiritual del hombre; y él lo llena completamente con su vida”.

  1. En la, tantas veces citada, exhortación Redemptoris Custos, tenemos otro testimonio:

8. “San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente «ministro de la salvación»””

(…)

“…José es aquel que Dios ha elegido para ser «el coordinador del nacimiento del Señor»,[27] aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción «ordenada» del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida, tanto «privada» como «escondida» de Jesús ha sido confiada a su custodia.

 

18. “… La maternidad por obra del Espíritu Santo es la forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen, «esposa prometida» de José. María pronuncia su «fiat».

El hecho de ser ella la «esposa prometida» de José está contenido en el designio mismo de Dios”.

(…)

“…El mensajero dice claramente a José: «No temas tomar contigo a María tu mujer». Por tanto, lo que había tenido lugar antes —esto es, sus desposorios con María— había sucedido por voluntad de Dios…”

La Liturgia nos da pruebas también, de esta convicción de la Iglesia, de que la misión de San José obedece a un plan y elección divinos:

MISAL ROMANO:

  1. MISA SOLEMNIDAD DE SAN JOSE – 19 DE MARZO

            Oración colecta

Dios todopoderoso, que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José; haz que, por su intercesión, la Iglesia los conserve fielmente y los lleve a plenitud en su misión salvadora.

Por nuestro Señor Jesucristo.

  1. MISA DE SAN JOSE OBRERO - 1 DE MAYO

            Prefacio

“…Y alabar, bendecir y proclamar tu gloria en la conmemoración de san José, el hombre justo que diste por esposo a la Virgen Madre de Dios; el servidor fiel y prudente que pusiste al frente de tu Familia  para que, haciendo las veces de padre, cuidara a tu único Hijo,  concebido por obra del Espíritu Santo, Jesucristo, Señor nuestro.

  1. MISA VOTIVA DE SAN JOSE

            Oración colecta

Oh Dios, que con inefable providencia elegiste a san José como esposo de la Madre de tu Hijo, concédenos la gracia de tener como intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo.

            Oración sobre las ofrendas

Al ofrecerte este sacrificio de alabanza te rogamos, Señor, que nos proteja en esta vida la intercesión de san José a quien confiaste la misión de custodiar, como padre, a tu Hijo unigénito. El, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Que María intercede por nosotros, no es un dogma de la Iglesia, y, sin embargo, sería una “temeridad” negar esa verdad, pues no se trata de una simple opinión teológica; forma parte de la Fe Católica, a tal extremo que quien tal cosa negare, estaría en disonancia con la Fe de la Iglesia. No es necesario negar un dogma para estar en contraposición con la Fe de la Iglesia, ni tampoco es correcto pensar que todas las verdades que enseña la Iglesia, si no son dogmas, son simples opiniones teológicas o creencias piadosas. La gran mayoría de verdades que la Iglesia nos presenta en su Catecismo, nunca han sido definidas dogmáticamente y, sin embargo, son propuestas como Doctrina cierta.

¿Es herejía negar la virginidad de San José? Puede que formalmente no, por no aparecer en el elenco de verdades definidas por la Iglesia; pero cae en “grave temeridad”, quien hoy niegue esa verdad, ya que se ha desarrollado un sólido Magisterio Pontificio que la propone y que incluso echa mano de ella para construir sus más iluminadoras exhortaciones sobre el amor humano, esponsal, en el plan de Dios.

Cristo debía tener por padre, en la tierra, un modelo perfecto de varón, dado que de él “asumiría” los rasgos masculinos de su identidad humana. ¡Qué gloria tan grande la de José: haber dejado, para siempre, su huella en el carácter de Jesús! Por otro lado, se hace cada vez más evidente que la Inmaculada Siempre Virgen María debió contar con un Esposo acorde a su altísima dignidad y excelencia, como parte de las gracias que el Señor le otorgó, en virtud de ser su Madre. De hecho, es significativo notar que, en la mayoría de intervenciones del Magisterio Pontificio, cuando se menciona la virginidad de San José, se hace siempre en relación con la de María, como si ambas realidades conformaran un solo misterio. Al respecto, son ilustrativas las siguientes palabras del Papa Juan Pablo II (Audiencia General del 24 de marzo de 1982):

3. “…El matrimonio de María con José (en el que la Iglesia honra a José como esposo de María y a María como de él), encierra en sí, al mismo tiempo, el misterio de la perfecta comunión de las personas, del hombre y de la mujer en el pacto conyugal, y a la vez el misterio de esa singular «continencia por el reino de los cielos»: continencia que servía, en la historia de la salvación, a la perfecta «fecundidad del Espíritu Santo». Más aún, en cierto sentido, era la absoluta plenitud de esa fecundidad espiritual, ya que precisamente en las condiciones nazarenas del pacto de María y José en el matrimonio y en la continencia, se realizó el don de la encarnación del Verbo Eterno…”

Carece de sentido, pues, en relación al tema aquí tratado, seguir sosteniendo la tesis de los apócrifos, ya que no tiene asidero en las Sagradas Escrituras, por ningún lado que se le mire. Es absurdo, en el ámbito católico, cuestionar una verdad que el Magisterio ha asumido en sus documentos, y más, hacerlo invocando lo que dicen unos escritos de los primeros siglos del cristianismo, que nunca fueron reconocidos como parte de la Tradición y que nos muestran a un José totalmente ajeno y extraño, al que hoy nos presenta la Iglesia, como producto de la reflexión desarrollada a lo largo de ya bastantes siglos.

La “Virginidad de San José”, hoy por hoy, no es un dogma; pero, no hay duda alguna de que, forma parte de la Fe de la Iglesia.

Bendiciones en Cristo, María y José.

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BIBLIOGRAFIA RECOMENDADA:

  1. Documentos Pontificios:

  1. Carta apostólica “Inclytum Patriarcam”. Papa Pío IX. 1871
  2. Carta Encíclica ”Quamquam Pluries”. Papa León XIII. 1889
  3. Breve “Neminem fugit”. Papa León XIII. 1892
  4. Motu Proprio “Bonum Sane et Salutare”. Papa Benedicto XV. 1920
  5. Carta Encíclica “Sacra Virginitas”. Papa Pío XII. 1954
  6. Exhortación Apostólica “Le Vocis”. Papa Juan XXIII. 1961
  7. Exhortación Apostólica “Sacrae Laudis”. Papa Juan XXIII. 1962
  8. Exhortación “Redemptoris Custos”. Papa Juan Pablo II. 1989
  9. Carta a las Familias. Papa Juan Pablo II. 1994

  1. Otros Documentos:

  1. Decreto “Quemadmodum Deus”. Congregación de Ritos. 1870
  2. Decreto “Paternas Vices”. Congregación para el Culto Divino. 2013

  1. Libros:

  1. “San José Patriarca del Pueblo de Dios” de Francisco Canals Vidal. 1982
  2. “San José en la Fe de la Iglesia” de Francisco Canals Vidal. 2007