1.
LAS APARICIONES EN LA BIBLIA[1]
[i]
Es Dios quien se aparece.
La fe cristiana afirma la presencia de Dios en la historia humana,
visible en Jesús, el Hijo, Verbo encarnado, Palabra hecha carne en el
seno de María Virgen por obra del Espíritu Santo.
Quien ve a Jesús ve al Padre. Jesús fue visto por sus contemporáneos y,
después de haber muerto en la cruz, se apareció a sus discípulos
resucitado.
En la Biblia las apariciones son un modo de revelación de Dios. Dios se
hace presente manifestando su gloria (teofanías): en el Sinaí (Ex
24), en el Maná del desierto (Ex 16), en la nube (Ex 44). A veces se
hace presente a través de algún enviado (ángel), como en su visita a
Abraham junto a los árboles de Mambré (Gén 18,1-15), a Gedeón (Jue
6,12), a Sansón (Jue 13,3). En ocasiones también lo hace en sueños, como
en el caso de Jacob (Gén 28,10-22).
En el prólogo del Evangelio según San Juan se dice: “Nadie ha visto
jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está
en el seno del Padre” (Jn 1, 18). Ante la pregunta de Felipe: “Señor,
muéstranos al Padre y eso nos basta” (Jn 14, 8), Jesús responde: “El que
me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14, 9). La aparición de Dios ha sido
Jesús (Tit 3, 4) y ahora esperamos su aparición en gloria al final de
los tiempos (Tit 2,13).
En el Evangelio se habla de la aparición del ángel a Zacarías (Lc 1,
11), a José (Mt 1, 20) y a los apóstoles (Lc 2, 10). Y Dios envía al
ángel Gabriel en la anunciación a María (Lc 1, 26). Todos los casos son
iniciativa de Dios y llegan de improviso, sin ser esperados, causando
susto y conmoción.
San Pablo refiere en 1 Cor 15, 5-8 que Jesús “se apareció a Pedro y
después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al
mismo tiempo…Además, se apareció a Santiago y a todos los apóstoles. Por
último, se me presentó también a mí…”. El relato de Hch 9,1-9 narra la
experiencia de Pablo.
De estas apariciones referidas por San Pablo, los evangelios relatan la
de Pedro (Lc 24, 34), la de los once (Mt 28, 16-20; Mc 16, 14-18; Jn 20,
19-29) y la de los otros discípulos (Lc 24, 33-50). Se habla también de
la aparición a María y las mujeres (Jn 20, 11-18; Mt 28, 9-10; Mc 16,
9-11), a los discípulos de Emaús (Lc 14, 13-35; Mc 16, 12) y a “Simón
Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael de Caná de Galilea, los hijos
del Zebedeo y otros dos discípulos” (Jn 21, 2) a orillas del lago de
Tiberíades.
Estas apariciones son iniciativa de Jesús. Se dirigen a los discípulos
que fueron testigos privilegiados de su presencia física en el mundo.
Responden a una necesidad de esos discípulos: no acaban de convencerse y
Jesús tiene que hacerles ver que Él sigue presente, que no se ha ido,
que continúa estando, aunque de otra manera; menos evidente a los
sentidos corporales, pero más cierta a los ojos de la fe y más
universal, porque su presencia ya no se limita a un espacio y un tiempo.
“Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
Aparición es sinónimo de presencia: Él está, no se fue, continúa
acompañando a sus discípulos. Continúa, por tanto, apareciéndose,
pero no como un fenómeno visual limitado espacio-temporalmente a quienes
lo ven con los ojos de la carne, sino total, reflejado en la mediación
de la Iglesia viviente, que es su cuerpo. Y el modo de reconocerlo es la
fracción del pan, la Eucaristía, actualidad de su presencia
permanente en la historia (Lc 24, 35). Es lo que se nos transmite en el
relato de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35).
1.2 Visiones y sueños
La Biblia ha transmitido visiones y sueños de los profetas y otros
personajes elegidos. No se refieren a realidades divinas en sí mismas,
sino que se trata de signos relacionados con la herencia
cultural y religiosa del pueblo de Israel, a partir de los cuales se
hace una lectura de la realidad histórica a la luz de la Palabra de
Dios.
Un ejemplo es la vida del profeta Jeremías, toda ella un signo. “La
palabra del Señor llegó a mí en estos términos: “¿Qué ves, Jeremías?”.
Yo respondí: “Veo una rama de almendro”. Entonces el Señor me dijo: “Has
visto bien, porque yo vigilo sobre mi palabra para realizarla”. / La
palabra del Señor llegó a mí por segunda vez, en estos términos: “¿Qué
ves?” Yo respondí: “Veo una olla hirviendo, que se vuelca desde el
Norte”. Entonces el Señor me dijo: “Del Norte se desencadenará la
desgracia contra todos los habitantes del país… Pronunciaré mis
sentencias contra ellos, por todas sus maldades…” (Jer 1, 11-16).
El almendro es el primer árbol que florece: avisa de la llegada
de la primavera. Es como el vigilante que da la señal de alerta:
“¡atentos, aquí está!”. La olla hirviendo que se vuelca es el
símbolo de la desgracia que se abate sobre el pueblo. La enseñanza
transmitida tiene que ver con los acontecimientos de la historia, que
leídos con la luz de la Palabra de Dios se convierten en signos de
salvación[1]
[ii]
Las visiones han de ser interpretadas, por tanto, a la luz de la Palabra
y los sueños sirven para “despertar”, para darse cuenta de algo y
entender su significado, como le sucedió a José, el esposo de María (Mt
1, 24). Después de un sueño de este tipo, por lo general ya no se sueña
más sobre los mismo, aino que se reconoce lo manifestado en
él:”¡Verdaderamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía!”,
dice Jacob (Gén 28, 16). Y José pudo discernir la actitud que había de
tomar frente a la amenaza por la vida del Niño Jesús.
1.3
La Biblia no habla de apariciones ni visiones de la Virgen María
La persona de María está presente en el Evangelio y se encuentra en la
primera comunidad creyente como persona física. No se habla de su muerte
y son otras tradiciones de la Iglesia las que transmiten la noticia. La
interpretación de algunos textos del Apocalipsis, como la “gran señal
que apareció en el cielo”, referida a “una mujer vestida de sol, con la
luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza” (12, 1),
representa a la humanidad tal como Dios la quiere, de la cual la Virgen
María es integrante privilegiada y modelo de identificación.
La Virgen María tiene en el Evangelio un perfil bajo. Basta con su
presencia y no ha de realizar ningún hecho extraordinario para mostrar
lo grandioso de su misión, que revela su dignidad: “Hagan todo los que
él les diga” (Jn 2,5).
¿Qué nos dice Jesús? “Sean perfectos como es perfecto su Padre que está
en el cielo” (Mt 5,48). ¿En qué consiste la perfección? “Sean
misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6,36).
¿Y la misericordia? “No juzguen y no será juzgados; no condenen y no
serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les
volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y
desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará
para ustedes” (Lc 6,37-38).
Dice también Jesús: “ustedes han oído que se dijo amarás a tu prójimo
y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos,
rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el
cielo, porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos y hace caer la
lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5,43-45). “Les doy un mandamiento
nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense
también ustedes los unos a los otros. En esto reconocerán que ustedes
son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn
13,34-35).
2.
ACONTECIMIENTOS ESPIRITUALES TRANSFORMADORES
En la vida cristiana se dan situaciones y hechos a partir de los cuales
la existencia de las personas que los experimentan adquiere un nuevo
rumbo. Son acontecimientos espirituales transformadores. Es el
caso de Pablo de Tarso, de Agustín de Hipona, de Francisco de Asís, de
Ignacio de Loyola, de Juan Diego, del Negro Manuel, etc. Una luz, o una
voz, o un canto, o una situación de conmoción emocional, o de dolor y
desamparo… son ocasión para que esa persona se sienta afectada en lo más
íntimo de sí por Dios. Las visiones forman parte de este espacio lógico,
así como la experiencia de quienes acuden a las reuniones que surgen en
torno a las expectativas creadas por las visiones de otros.
Los seres humanos organizamos los estímulos que percibimos de acuerdo a
lo que somos. Por ejemplo, si la visión estuvo relacionada con la luz,
un budista probablemente afirmará que ha sido recibida la iluminación
del Buda, un judío dirá haber recibido la luz de algún sabio rabino, un
musulmán la sabiduría de Alá, un cristiano la luz de Cristo.
¿Quién es el que dice la verdad? ¿Alguien miente? ¿Es producto de alguna
alucinación? La cuestión va por otro lado. Cada cual ve aquello que está
capacitado para ver, o hacia lo que siente especial inclinación, o lo
que ha dirigido los esfuerzos de su mente, o de su voluntad, o de su
sensibilidad, o de sus afectos. Eso no significa que sea manifestación
indudable y verificable, evidente para todos, de la Verdad.
Las visiones están en relación directa con las creencias y convicciones
que moldean la vida de una persona o un grupo. Por eso propongo una
distinción entre fe, creencia y convicción.
2.1 Fe, creencia, convicción
Al contexto de referencia desde el cual alguien orienta su existencia e
identifica las situaciones de la vida, denominaremos creencia. La
creencia está siempre mediatizada por elementos sociales, culturales,
éticos, lingüísticos y afectivos. Hay creencias sociales (p. ej: la
democracia es el mejor régimen de convivencia), éticas (p. ej: el bien
es digno de ser obrado siempre), políticas (p.ej: el sistema
parlamentario es el modo de representatividad popular más adecuado),
religiosas (p. ej: el Señor y la Virgen del milagro son las devociones
que nos acercan a Dios), etc.
Al mayor o menor grado de adhesión psicológica a las creencias,
llamaremos convicción. Uno puede adherirse o no al sistema de
vida democrático, o pensar que obrar bien no siempre conviene, o dudar
de la lealtad de los parlamentarios, o tener otras devociones, etc.
A la adhesión de la propia vida a la persona de Jesús como revelador del
Padre, denominaremos fe. En la vida cristiana lo fundamental es
Jesús. La fe de la Iglesia ha sido plasmada por escrito en el Credo,
que transmite condensadamente la experiencia de fe de la comunidad, el
depósito o contenido esencial que ha de ser transmitido fielmente a
todas las generaciones. Lo demás está relacionado con algún tipo de
mediación cultural, lingüística, ética, afectiva, etc. Por eso estas
mediaciones pueden ser diversas y diferentes entre unos y otros, o uno
mismo puede sentirse más afín a unas que a otras durante distintas
etapas de su vida.
Toda religión es un sistema de mediaciones, esto es, un modo concreto
(social, cultural, lingüístico, ético, afectivo) de vivir la fe, en el
que está implicada la realidad humana en su totalidad y en el que se
manifiestan de modo peculiar esos elementos sociales, culturales,
éticos, lingüísticos y afectivos. La fe se vive en la mediación, porque
los seres humanos somos así.
Lo que sucede con frecuencia, sin embargo, es que la mediación se
convierte en centro y reviste de tal manera la fe que ésta queda
obnubilada, opacada, oscurecida. Como las mediaciones tienen que ver con
elementos sociales, culturales y afectivos, cuando son presentados como
centro de la vida religiosa, entonces obnubilan, opacan y oscurecen la
fe. Por eso quienes no participan del tenor social, cultural, ético,
lingüístico y afectivo que las hizo surgir no descubren en ellas la fe
de la que son o debían ser transmisoras. También por eso pueden darse
errores en su interpretación y en la apreciación de su verdad.
2.2 Las visiones como acontecimientos espirituales
transformadores
La Historia de la espiritualidad cristiana muestra que hay distintos
tipos de visiones.
Pueden
ser:
¨
Corporales,
aunque no es necesario que el objeto de la visión esté presente;
¨
Imaginativas,
u operadas gracias a la imaginación;
¨
Intelectuales,
o cognoscitivas, también denominadas de contemplación difusa;
¨
Místicas,
o de contemplación infusa, por don de fe;
¨
Beatífica,
cara a cara, que sólo se dará en la contemplación celeste de Dios.
En las tres primeras no es necesaria la presencia del objeto de modo
directo: basta con que halla ocasión para su representación.
Suele darse el caso de vincular la visión a algo que realmente no está
presente a los sentidos externos, lo cual induce al error.
Junto con las visiones se han de considerar las locuciones:
manifestaciones de modo dialógico mediado. Es, por ejemplo, el “ tolle
lege” (toma y lee) de San Agustín en el huerto de Milán. Se
trataba de un verso recitado y cantado que San Agustín escuchó
probablemente en muchas ocasiones, pero que en esa determinada
circunstancia lo impulsó a leer la Biblia y encontrar respuesta a su
inquietud: “basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de
lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario,
revístanse del Señor Jesucristo, el Señor, y no se preocupen por
satisfacer los deseos de la carne” (Rom 13,13-14).
Ciertamente, a San Agustín no se le ocurrió decir que el verso “toma y
lee” era Palabra de Dios. Sí fue consciente de que se trató de una
ocasión natural y normal a través de la cual Dios había movido su
corazón y su mente para cambiar de vida. Cambio que queda reflejado en
la lectura del texto revelado de la carta de San Pablo a los cristianos
de Roma.
La locución directa de lo divino es otra cosa y la tradición bíblica la
denomina oráculo: la voluntad divina transmitida por boca humana,
atribuida a los elegidos de Dios para revelar su Palabra. Es el caso de
los profetas.
Las visiones tienen que ver con las creencias y con la convicción.
Encuentran fundamento si son cauce de la fe y se proyectan en la misma,
es decir, en la adhesión vital a Jesús y su Buena Nueva de la salvación.
La creencia y la convicción de haber tenido una visión ha de mover a la
persona a dedicarse con más empeño a la vida de fe. Ese es el mensaje
que Dios le transmite. Y será ese compromiso personal de fe lo que
tendrá que testimoniar ante el mundo con la conversión de la vida a su
Palabra[1]
[iii]
.
2.3 El testimonio de Santa Teresa de Jesús
Santa Teresa de Jesús (1515 – 1582) censuraba tanto a los que limitaban
la religión a tener bellos oratorios e imágenes como a quienes ponían
los criterios de la fe en visiones imaginarias, porque “la persona
devota en lo invisible principalmente pone su devoción”.
En su obra Castillo interior (o Las Moradas), en el
encabezamiento del capítulo IX de las moradas sextas, dice así:
“Trata de cómo se comunica el Señor al alma por visión imaginaria y
avisa mucho se guarden de desear ir por este camino”. Santa Teresa
refiere su exposición sobre las visiones a Jesús, no a la Virgen María y
se dirige a las religiosas carmelitas descalzas. Sus palabras iluminan.
He aquí algunas de las propuestas, todas ellas de las moradas sextas,
capítulo IX.
1° Previene de que en las visiones imaginarias puede “meterse el
demonio”.
TEXTO ORIGINAL |
VERSION POPULAR |
“Acaece a algunas personas y sé que es verdad, que lo han tratado
conmigo, y no tres o cuatro, sino muchas, ser de tan flaca
imaginación, o el entendimiento tan eficaz, o no sé que es, que se
embeben de manera en la imaginación, que todo lo que piensan,
claramente les parece que lo ven; aunque si hubiesen visto la
verdadera visión, entenderían, muy sin quedarles duda, el engaño;
porque van ellas mismas componiendo lo que ven con su imaginación,
y no hace después ningún efecto, sino que se quedan frías, mucha
más que si viesen una imagen devota. Es cosa muy entendida no ser
para hacer caso de ello, y así se”.
|
“A algunas personas les sucede algo que ellas mismas me
comentaron, no sólo tres o cuatro, sino muchas. Por su imaginación
inconsistente o por su entendimiento ingenioso, o no sé porqué se
dejan llevar de tal manera por la imaginación que todo lo que
piensan les parece que lo ven. En realidad, si hubiesen visto la
verdadera visión entenderían con claridad el engaño, porque son
ellas mismas las que componen con su imaginación lo que ven.
Además, no les hace ningún efecto, sino que se quedan sin
reaccionar, más pasivas que si viesen una imagen devota. Es muy
conveniente, por ello, no llevarle el apunte a esto. Y así se
olvida fácilmente como si se hubiese tratado de un sueño”. |
2° Es la vida misma la que se encarga de clarificar las opciones.
TEXTO ORIGINAL |
VERSIÓN POPULAR |
“Y así es menester ir con aviso, hasta aguardar tiempo del fruto
que hacen estas apariciones, e ir poco a poco mirando la humildad
con que dejan al alma, y la fortaleza en la virtud”. |
“Es necesario tener cuidado y aguardar el fruto de estas
apariciones, ver si poco a poco el alma se vuelve humilde y fuerte
en la práctica de la virtud”. |
3° Santa Teresa recomienda algo “que es mucho menester”, es decir,
estrictamente necesario…
TEXTO ORIGINAL |
VERSIÓN POPULAR |
“Que andeis con gran llaneza y verdad con el confesor: no digo en
decir los pecados, que eso claro está, sino en contar la oración.
Por que si no hay esto, no aseguro que vais bien, ni que es Dios
el que os enseña”. |
“Que se comporten con sinceridad y verdad con el confesor: no sólo
en decir los pecados, que eso es obvio, sino en comentar cómo es
su oración. Porque si no es así, no es seguro que vayan bien, ni
que sea Dios quien se lo enseña”. |
4° En el caso de tratarse de una visión verdadera, será siempre fugaz y
pasajera, porque la visión de Dios “va muy delante de cuanto cabe en
nuestra imaginación ni entendimiento”.
TEXTO ORIGINAL |
VERSIÓN POPULAR |
“Mas habéis de entender que aunque en esto se detenga algún
espacio, no se puede estar mirando más que estar mirando al sol, y
así esta vista siempre pasa muy de presto; y no porque su
resplandor da pena, como el del sol, a la vista interior, que es
la que ve todo esto (que cuando es con la vista exterior no sabré
decir de ello ninguna cosa, porque esta persona que he dicho, de
quien tan particularmente yo puedo hablar, no había pasado por
ello; y de lo que no hay experiencia, mal se puede dar razón
cierta), porque su resplandor es como una luz difusa y de un sol
cubierto de una cosa tan delgada, como un diamante, si se puede
labrar”. |
“Han de entender que aunque nos detengamos en considerar esto, la
situación es comparable a cuando uno mira el sol: la visión es muy
breve, porque enseguida el resplandor deslumbra y cerramos los
ojos instintivamente (además, en el caso de la persona a la que me
refiero, de quien puedo hablar particularmente, no había pasado
por esto; y, por lo tanto, de lo que no hay experiencia no se
puede hablar con certeza). Esto no se debe a que su resplandor sea
tan débil que no se aprecie, como sucede en ocasiones con el sol,
sino que en la visión interior su resplandor es como una luz
difusa y de un sol tapado con algo similar a un diamante que
apenas se puede labrar”. |
5° La santa previene de las visiones prolongadas…
TEXTO ORIGINAL |
VERSIÓN POPULAR |
“Cuando pudiere el alma estar con mucho espacio mirando este
Señor, yo no creo que será visión, sino alguna vehemente
consideración, fabricada en la imaginación alguna figura; será
como cosa muerta en estotra comparación”. |
“Aun cuando el alma pudiere estar mirado durante mucho tiempo al
Señor, yo no creo que se trate de una visión, sino de alguna
apreciación impulsiva, una figura elaborada en la imaginación; en
comparación con la visión verdadera es como cosa muerta”. |
6° De cualquier manera, la visión certera del Señor es al que se refiere
el Evangelio, que tiene que ver con el verdadero conocimiento de Dios
(Mt 25,35-46)
TEXTO ORIGINAL |
VERSIÓN POPULAR |
“¡Oh Señor, como os desconocemos los cristianos! ¿Qué será aquel
día cuando nos vengaís a juzgar, pues viniendo aquí tan de amistad
a tratar con vuestra esposa, pone miraros tanto temor? ¡Oh hijas!
¿qué será cuando con tan rigurosa vos dijiere: Id malditos de
mi Padre?” |
“¡Oh Señor, cómo te desconocemos los cristianos! ¿Qué sucederá
aquel día cuando vengas a juzgar, que viniendo con tanto amor a
tratar con tu esposa (la Iglesia), te miremos y no te
reconozcamos? ¡Oh hijas! ¿qué será cuando tenga que decirnos:
Aléjense de mí, malditos de mi Padre” |
7° Estas gracias, dice la santa, no han de ser pedidas ni buscadas…
TEXTO ORIGINAL |
VERSIÓN POPULAR |
“Cuando sabeís u oís que Dios hace estas mercedes a las almas,
jamás supliqueís que os lleve por ese camino, aunque os parezca
muy bueno, y ha de tener en mucho y reverenciar, no conviene por
algunas razones”. |
“Cuando sepan o escuchen que Dios concede estas gracias a las
almas, jamás pidan ni deseen que se las conceda a ustedes. Aunque
eso les parezca muy bueno y sea de mucho aprecio, no conviene por
algunas razones”. |
8° Dichas
razones son…
TEXTO ORIGINAL |
VERSIÓN POPULAR |
“La primera, porque es falta de humildad querer vos se os dé lo
que nunca habeís merecido, y así creo que no tendrá mucha quien lo
deseare…La segunda, porque está muy cierto ser engañado, o muy a
peligro…La tercera, la misma imaginación, cuando hay un gran
deseo, y la misma persona se hace entender que ve aquello que
desea, y lo oye como los que andan con gana de una cosa entre día
y mucho pensando en ella, que acaece venirla a soñar. La cuarta,
es muy gran atrevimiento que quiera yo escoger el camino, no
sabiendo el que me conviene más, sino dejar al Señor, que me
conoce, que me lleve por el que conviene, para que en todo haga su
voluntad. La quinta, ¿pensaís que son pocos los trabajos que
padecen los que el Señor hace estas mercedes? No, sino grandísimos
y de muchas maneras. ¿Qué sabeís vos si seríais para sufrirlos? La
sexta, si por lo mismo que pensaís ganar, perderéis, como hizo
Saúl por ser rey”. |
“Me parece que es verdad que estos deseos sobrenaturales son
propios de almas muy enamoradas, que desean que el Señor vea que
no le sirven por interés. Por ello, no piensan que han de recibir
gloria alguna por servir al Señor, sino simplemente gozarse en
amarlo de muchas maneras. Y para mostrarlo, de buena gana estarán
dispuestas a encontrar el mayor número de argumentos posible y, si
fuere necesario, a desaparecer para mayor honra de Dios. Sea
alabado para siempre; amén. Él, que bajándose a comunicarse con
criaturas tan pequeñas, quiere mostrar su grandeza”. |
Concluyendo
-
Decía Santo Tomás de Aquino: “Hay verdades que son objeto de fe por sí
mismas; otras, en cambio, lo son no por sí mismas, sino por la
relación que guardan con las primeras. Idéntico fenómeno se da en las
ciencias: ciertas cosas se proponen como objeto directo de la
intención, mientras que otras se proponen sólo para manifestar
aquellas. Y dado que la fe tiene como objeto especial lo que esperamos
ver en la patria, según las palabras: La fe es garantía de los que
se espera (Heb 11,1), pertenece por sí mismo a la fe de todo
aquello que nos encamina de manera directa a la vida eterna. Tales son
la existencia de la Trinidad, la omnipotencia de Dios, el misterio de
la encarnación de Jesús y otras por el estilo. En este orden hay lugar
para distinguir los artículos de la fe. Hay, por el contrario, en la
Sagrada Escritura verdades que se proponen no como principalmente
intentadas, sino como algo orientado a manifestar esas verdades: por
ejemplo, que Abrhán tuvo dos hijos; que al contacto con los huesos
Eliseo resucitó un muerto, y otros hechos análogos narrados en la
Escritura en orden a manifestar la majestad divina o la encarnación de
Cristo. Respecto de ellos no se deben distinguir artículos” (Summa
Theologiae II/II, q. 1 art. 6, ad 1).
-
En las cuestiones de fe y costumbres, que están a la base de la
devoción cristiana, hemos de considerar lo siguiente
:
¨“Se
ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la
palabra de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir, en el
único depósito de la fe encomendado a la Iglesia, y que además es
propuesto como revelado por Dios, ya sea por el magisterio solemne de la
Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal, que se manifiesta
en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio;
por tanto, todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria”
(Código de Derecho Canónico, canon 550, § 1). Entre estas
verdades están las siguientes: los artículos de fe del Credo, los dogmas
cristológicos y marianos, los sacramentos, la presencia real de Cristo
en la Eucaristía y la doctrina acerca de la grave inmoralidad de la
muerte directa y voluntaria de un ser humano inocente (el aborto)
.
“Asimismo se han de aceptar y retener firmemente todas y cada una de las
cosas sobre la doctrina de la fe y las costumbres propuestas de modo
definitivo por el magisterio de la Iglesia, a saber, aquellas que son
necesarias para custodiar sanamente y exponer fielmente el mismo
depósito de la fe” (Código de Derecho Canónico, canon 550, § 2).
Entre estas verdades están las siguientes: la doctrina de la inhabilidad
y el primado del Romano Pontífice, la canonización de los santos y la
ilicitud de la eutanasia y la prostitución.
¨
Se han de aceptar también “todas las enseñanzas en materia de fe y moral
presentadas como verdaderas o al menos como seguras, aunque no hayan
sido definidas por medio de un juicio solemne ni propuestas como
definitivas por el Magisterio”. No se dan ejemplos de esta proposición.
Sin embargo, está incluida “toda la enseñanza de la Iglesia en materia
de fe y moral que no cae en una de las categorías de arriba; enseñanzas
que se deducen o que llevan a un mejor entendimiento de la revelación, o
directrices morales que se derivan de esas enseñanzas, según las propone
el Magisterio de la Iglesia”.
-
El Catecismo de la Iglesia Católica
dice en el número 67: “a lo largo de los siglos ha habido revelaciones
llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por la
autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no pertenecen al depósito
de la fe. Su función no es la de “mejorar” o “completar” la Revelación
definitiva de Cristo, sino ayudar a vivirla más plenamente en una
cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia,
el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y
acoger lo que en estas revelaciones constituye una ayuda auténtica de
Cristo o de sus santos a la iglesia”.
-
Lo que comúnmente se denominan “apariciones” son en realidad
“visiones”. Éstas no se encuentran incluidas en ninguna de las
verdades propuestas por la Iglesia como revelación pública. Están en
directa relación con las creencias y convicciones que moldean la vida
de una persona, y tienen que ver con el modo como esa persona vive las
mediaciones religiosas. Son algo privado y, por ello, no deben ser
ocasión de culto público.
-
La actitud de la persona que dice haber tenido una visión ha de ser la
de quien asume un llamado del Señor para convertir su vida a la Buena
Noticia. Es una invitación personal a convertir la propia vida y ser
testigo de la fe, cuya autenticidad se corrobora en el verdadero
conocimiento de Dios manifestado en Cristo, que invita a hacer de la
propia existencia una entrega eucarística en la celebración (Jn 13,
2-17) y en el servicio de los hermanos (Mt 25, 31-46). En este
sentido, se han de aplicar a este llamado privado a la conversión las
recomendaciones que el Señor dirige a quienes desean ser agradables a
Dios en la oración privada: “cuando ores, retírate a tu habitación,
cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre,
que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6).
-
Decía San Agustín: “Distingamos cuál es nuestra fe. No nos conformemos
con creer. No es tal la fe que limpia el corazón. Purificando,
dice, con la fe sus corazones. Pero ¿con qué fe, con qué clase
de fe sino con la expresada por el apóstol Pablo al decir: La fe
que obra por el amor (Gal 5, 6)… La fe que obra por el amor
y espera lo que Dios promete… Elimina la fe: desaparece el creer;
suprime el amor: desaparece el obrar. Fruto de la fe es que creas;
fruto de la caridad que obres…La fe, pues, que obra por amor es la que
limpia el corazón” (Sermón 53, 11).
-
La Virgen María es testigo de esto y ejemplo de discipulado. La mujer
siempre en camino, en peregrinación, saliendo al encuentro: de su
prima Isabel cuando más la necesita (Lc 1, 39), en las bodas de Caná
cuando falta el vino (Jn 2, 3), al pie de la cruz en el momento de
dolor (Jn 19, 25). Veámosla así, continuemos su misión, sigamos su
consejo: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5).
Citas
1 Cf. LÉON-DUFOUR, X., Apariciones de Cristo, en IDEM, Vocabulario de
Teología Bíblica, Herder, Barcelona 1982, 12° ed., pp. 92-96; ÁLVAREZ
VALDÉS, A., ¿Puede aparecerse la Virgen María? La respuesta de la
Biblia, San Pablo, Buenos Aires 2005.
2 Cf. El Libro del Pueblo de Dios. La Biblia, San Pablo, Buenos Aires
2001, 25° ed., p. 542, notas a pie de página 11-12 y 13.
3 Cf. MARTÍN VELASCO, J, La experiencia cristiana de Dios, Trotta,
Madrid 1995
4 C.f. Carta Apostólica Para defender la fe, de Juan Pablo II (18 de
mayo de 1998 |