APOCALIPSIS 19 Y LA EUCARISTIA
CAPITULO EXTREMADAMENTE IMPORTANTE PARA LOS CATOLICOS.
Quienquiera que se ha separado de la Iglesia y se una con una Iglesia adúltera, queda separado de las
promesas de la Iglesia; no puede el que abandona la Iglesia de Cristo alcanzar la recompensa de Cristo.
Es un desconocido; es profano; es un enemigo. Ya no puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la
Iglesia por madre. Si no pudo escapar ninguno de los que estaban fuera del arca de Noé, entonces
tampoco ninguno puede escapar si está fuera de la Iglesia.
El Señor amonesta, diciendo: ‘El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge,
desparrama’ [Mat. 12:30]. El que quebranta la paz y la concordia de Cristo, lo hace en oposición a Cristo;
el que recoge en cualquier parte que no sea la Iglesia, desparrama la Iglesia de Cristo… El que no guarda
esta unidad no guarda la ley de Dios, no guarda la fe del Padre y del Hijo, no guarda la vida ni la
salvación”. 3 El cántico de alabanza continúa: Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio
y resplandeciente, porque el lino fino es las acciones justas de los santos. Ya hemos visto al lino usado
como símbolo (15:6; comp. 3:4; 4:4; 7:9, 14); ahora, se dice explícitamente que su significado simbólico
es las acciones justas de los santos.
Dos puntos importantes se señalan aquí acerca de la obediencia de los santos: primera, se le concedió –
nuestra santificación se debe enteramente a la obra de gracia del Espíritu Santo de Dios en nuestros
corazones; segunda, a ella se le concedió por gracia que se vista del lino fino de las acciones justas –
nuestra santificación es llevada a cabo por nosotros mismos. Este doble énfasis se encuentra a través de
todas las Escrituras: “Santificaos … Yo El Señor os santifico” (Lev. 20:7-8; “Ocupaos en vuestra salvación
con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su
buena voluntad” (Fil. 2:12-13). – 371 – 19:9
A Juan se le instruye que escriba la cuarta y central bienaventuranza del libro de Apocalipsis:
Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. El pueblo de Dios ha sido
salvado de la prostitución del mundo para convertirse en la Esposa de su Hijo unigénito; y la constante
señal de este hecho es la celebración semanal de la su fiesta sagrada de la Iglesia, la Santa Eucaristía. La
absoluta fidelidad de esta promesa queda subrayada por el hecho de que el ángel le asegura a Juan que
éstas son las palabras verdaderas de Dios. Ni que decir tiene (pero, desafortunadamente, hay que
decirlo) que la Eucaristía es el centro del culto cristiano; la Eucaristía es lo que se nos manda hacer
cuando nos reunimos en el día del Señor.
Todo lo demás es secundario. Con esto no queremos decir que las cosas secundarias no son
importantes. Por ejemplo, la enseñanza de la Palabra es muy importante, y de hecho, necesaria para el
crecimiento y el bienestar de la Iglesia. Por mucho tiempo, la doctrina ha sido reconocida como uno de
los distintivos esenciales de la Iglesia. Por lo tanto, la instrucción en la fe es parte indispensable del culto
cristiano. Pero no es el corazón del culto cristiano.
El corazón del culto cristiano es el sacramento del cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Esto lo
asume Pablo en 1 Corintios 10:16-17 y 11:20-34. Podemos verlo reflejado en la sencilla afirmación de
Lucas en Hechos 20:7: “El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan …” También
se describe en el Didache: “Pero cada día del Señor os reunís, y partís el pan, y dais gracias después de
haber confesado vuestras transgresiones, para que vuestro sacrificio sea puro”.
San Justino Mártir informa del mismo modelo como patrón para todas las asambleas cristianas: “En el
día llamado domingo, todos los que viven en ciudades o en el campo se reúnen en un lugar, y se leen las
memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas, hasta donde el tiempo lo permite; entonces,
cuando el lector ha cesado, el presidente instruye verbalmente, y exhorta a la imitación de estas buenas
cosas. Luego todos nos levantamos y oramos, como hemos dicho antes, y al terminar nuestra oración, se
trae pan y vino, y el presidente de la misma manera ofrece oraciones y acciones de gracias, según su
posibilidad, y el pueblo asiente, diciendo, Amén; y hay una distribución a cada uno, y una participación
en aquéllo por lo cual se han dado gracias, y a los que están ausentes se les envía una porción por medio
de los diáconos”.
El mayor privilegio de la Iglesia es su participación semanal en la comida eucarística, la cena de las bodas
del Cordero. De lo que debemos darnos cuenta es de que el servicio del culto oficial de la Iglesia en el
día del Señor NO es meramente un estudio bíblico o alguna reunión informal de almas que piensan de
manera similar; por el contrario, es la fiesta de bodas formal de la Esposa con su Esposo.
Por eso nos reunimos el primer día de la semana.
Comentando sobre el dictamen del filósofo materialista alemán Ludwig Feuerbach de que “el hombre es
lo que come”, el gran teólogo ortodoxo Alexander Schmemann escribió: “Con esta afirmación …
Feuerbach creyó que había puesto fin a todas las especulaciones ‘idealistas’ sobre la naturaleza humana.
En realidad, sin embargo, expresaba, sin saberlo, la más religiosa idea del hombre. Durante mucho
tiempo antes de Feuerbach, la Biblia había dado la misma definición del hombre. En la historia bíblica de
la creación, el hombre es presentado, primero que todo, como un ser hambriento, y el mundo entero
como su alimento. De acuerdo con el autor del capítulo primero de Génesis, la instrucción de Dios de
que el hombre se alimentara de la tierra sólo viene en segundo lugar después de la instrucción de
propagarse y tener dominio sobre la tierra: ‘He aquí os he dado toda planta que da semilla … todo árbol
en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer’ … El hombre tiene que comer para vivir; debe
meter el mundo en su cuerpo y transformarlo en sí mismo, en carne y sangre. Él es realmente lo que
come, y el mundo entero es presentado como una global mesa de banquete para el hombre. Y esta
imagen de banquete permanece, a través de toda la Biblia, como la imagen central de la vida. Es la
imagen de la vida en su creación y también la imagen de la vida en su fin y en su cumplimiento: “… para
que comáis y bebáis en mi mesa en mi reino”.
La Eucaristía está en el centro de nuestra vida, y toda la vida fluye de esta liturgia central. Por lo tanto, la
“forma” de la liturgia eucarística da forma al resto de la vida, la liturgia diaria que seguimos al acatar
nuestro llamado a ejercer dominio sobre la tierra. El “rito de la vida” está modelado de acuerdo con el
ritual central de comunión, que en sí mismo está modelado según la liturgia de la creación establecida
en Génesis 1: Dios se apoderó de la creación, la separó, la distribuyó, evaluó la obra, y disfrutó de ella en
el reposo sabático. Y este es el modelo de la Santa Comunión, como observa James B. Jordan: “Cuando
efectuamos este rito en el día del Señor, estamos siendo reajustados, rehabituados, readiestrados en la
manera correcta de usar el mundo. Porque Jesucristo, en la noche de su traición, (1) tomó pan y vino, (2)
dio gracias, (3) partió el pan, (4) distribuyó el pan y el vino, llamándolos su cuerpo y su sangre; luego los
discípulos (5) lo probaron y lo evaluaron, aprobándolo once de ellos, y rechazándolo uno; y finalmente
(6) los fieles reposaron y lo disfrutaron. “Es porque el acto de dar gracias es la diferencia central entre el
cristiano y el no cristiano que la liturgia de las iglesias cristianas es llamada la ‘Santa Eucaristía’.
Eucaristía significa dar gracias. Es la restauración de la verdadera adoración (dar gracias) lo que restaura
la obra del hombre (la séxtuple acción en la totalidad de la vida). Esto explica por qué la restauración de
la verdadera adoración tiene primacía sobre los esfuerzos culturales”.
En 9 19:10 Juan cae a los pies del ángel para adorarle, y el ángel replica concisamente: No lo hagas. ¿Por
qué se registra este incidente (repetido en 22:8-9) en el Libro de Apocalipsis? Aunque esto podría
parecer sin relación con los grandes y cósmicos puntos en disputa de la profecía, en realidad está cerca
del corazón del mensaje de Juan. A primera vista, parece ser una polémica contra la idolatría,
ciertamente una preocupación central del Libro de Apocalipsis. Mirada más de cerca, sin embargo, esta
interpretación presenta serias dificultades. En primer lugar, debemos recordar que es un apóstol
inspirado el que efectúa el acto de adoración, mientras recibe una revelación divina; aunque no es
absolutamente imposible que Juan cometa el crimen de idolatría en una situación tal, esto parece
altamente improbable.
En segundo lugar, la razón del ángel para rehusar la adoración parece extraña. ¿Por qué no cita
simplemente el mandamiento contra tener dioses falsos, como hizo Jesús (Mat. 4:10), cuando el diablo
exigió que le adorase? En vez de esto, el ángel se embarca en una breve explicación de la naturaleza de
la profecía: Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios;
porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía. La solución ha de encontrarse, primero, en el
hecho de que el término adoración(proskuneo, en griego) significa simplemente “la costumbre de
postrarse uno delante de una persona y besar sus pies, la orilla de su vestimenta, el suelo, etc.. “, y
puede usarse, no solamente para el homenaje que se le rinde a Dios (o, pecaminosamente, a un dios
falso), sino también como la correcta reverencia debida a los superiores (véase, por ej., el pasaje de la
Septuaginta en Gén. 18:2; 19:1; 23:7, 12; 27:29; 33:3, 6-7; 37:7, 9-10; 42:6; 43:26, 28; 49:8).
Era completamente correcto que Lot “adorara” a los ángeles que le visitaron, y que los hijos de Israel
“adoraran” a José. San Mateo usa la palabra para describir la reverencia de un esclavo delante de su
amo (Mat. 18:26, y Juan la emplea para registrar la promesa de Cristo a los fieles filadelfianos, de que
los judíos serían forzados a “venir y postrarse [proskuneo]” a los pies de ellos (Apoc. 3:9). Por lo tanto,
suponiendo que Juan no estaba ofreciendo una adoración divina al ángel, sino más bien haciendo una
reverencia a un superior, la respuesta del ángel puede entenderse más claramente.
Un tema común a través del Libro de Apocalipsis es el de que “todo el pueblo del Señor son profetas”
(comp. Núm. – 374 – 11:29). Todos han ascendido a la presencia del Señor, tomando sus lugares en el
Concilio celestial alrededor del trono en la Nube de Gloria.
Antes de Pentecostés, era apropiado que meros hombres se inclinaran delante de ángeles, pero ya no lo
es. “No lo hagas”, exclama el ángel: “Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que tienen el testimonio
de Jesús”. El ángel está en nivel de igualdad con Juan y el resto de la comunidad cristiana; por eso, insta
a Juan a que adore a Dios, a que “se acerque confiadamente al trono de la gracia” (Heb. 4:16).
El hecho de que los hermanos de Juan tengan el testimonio de Jesús demuestra que son miembros del
Concilio, en los cuales mora el Espíritu; porque el testimonio de Jesús es el Espíritu de la profecía; el
Espíritu se encuentra dondequiera se sostiene y se proclama el testimonio de Jesús. Bossuet observa:
“Con perfecta justicia, por lo tanto, el ángel rechaza la adoración para situar el ministerio apostólico y
profético en pie de igualdad con el de los ángeles…. La discusión no se basa en la consideración de que
la adoración protege el honor de Juan. Es como si se le hubiese dicho, vé directamente a Dios con tu
adoración, de modo que no puedas arrojar en las sombras la gloriosa dignidad conferida a tí, y
representada por tí”.
Pero, ¿qué sucede con la proclamación del ángel que induce a Juan a postrarse a sus pies, para
comenzar? “Es la referencia eucarística que contiene. La iglesia primitiva consagró la Eucaristía por
medio de la gran oración de acción de gracias que nombra el rito. Alzando sus corazones al cielo,
bendijeron a Dios por sus poderosos actos de salvación, asegurando por lo tanto su posesión final por
Cristo, y convirtiendo en real el anticipo que estaban a punto de recibir en el cuerpo y la sangre
sacramentales de Jesús. El regocijo de la victoria ha pasado a ser la oración eucarística en 19:1-8, pero es
la bienaventuranza del ángel la que primero hace explícita la alusión a la bendita festividad comida en el
reino de Dios y anticipada en la Iglesia. Juan cae al suelo para adorar, y todo intermediario entre él
mismo y Cristo desaparece
(David Chilton)