JESUS NO DEJO LISTA DE LIBROS SAGRADOS. PORQUE Y QUIEN PUSO EL TANAJ
HEBREO COMO PARTE DE NUESTRA FE?
El Talmud relata que algún tiempo después de la destrucción del Segundo Templo de
Jerusalén en el 70 D.C., el rabino Yohanan ben Zakai se trasladó a la ciudad de Jamnia o
Yavne, donde recibió permiso de los romanos para fundar una escuela de halajá (derecho
religioso judío). Yavne también era la ciudad a la que se trasladó el Sanedrín tras la
destrucción del Templo. La escuela de Zakai supervisó el inicio del judaísmo rabínico y la
escritura de la Mishná, la primera redacción de la Ley Oral y el texto fundacional del
Talmud.
La Mishná, recopilada a finales del s. II D.C., describe un debate entre los rabinos sobre el
estatus sagrado de algunos libros, es decir, sobre si estos libros pertenecían o no a la
Biblia. En particular se preguntan si el Cantar de los Cantares y el Eclesiastés “hacen
impuras las manos” o no: si son sagrados su contacto “hace impuras las manos”; si son
libros comunes, no (cf. Yadaim 3:5).
El Megillat Taanit, en una discusión de los días en los que está prohibido ayunar pero no
están mencionados en la Biblia, menciona la festividad de Purim, que tiene su origen en el
libro de Ester, basándose en estas citas y en alguna otra similar, Heinrich Graetz en 1871
propuso la teoría de que a finales del s. I d.C. había habido un concilio en la ciudad de
Jamnia en el que se fijó el canon judío. Esto se convirtió en la opinión mayoritaria de los
estudiosos del tema durante buena parte del s. XX. Hoy en día se disputa eso pero lo que
si sabemos es que a principios del Siglo II los judíos elaboraron un Canon y sacaron los
libros escritos en Griego.
Esto es lo que sabemos del Canon Hebreo.
Fue sobre el tiempo del Rey Josías (640-608 a.C.), cuando se comenzó a hacer recurso a
la autoridad de un texto escrito, cuyo carácter de código sagrado parece que ya había sido
reconocido oficialmente.
Antes del reinado de Josías no consta que la Ley mosaica haya gozado de una autoridad
“canónica” reconocida y aplicada. Antes de la reforma de Josías existían muchas prácticas
de culto que no eran conformes con las prescripciones del Levítico (cf. 2 Re 23,4-15). Sin
embargo, después que el sumo sacerdote Helcías encontró en el templo de Yahvé “el libro
de la Ley” (cf. 2 Re 22-23; 2 Crón 34,35), las cosas cambiaron radicalmente.
Fue a partir de este momento, que “el libro de la Ley” fue considerado como algo muy
sagrado y como la colección de las leyes dadas por Dios a Israel. En los libros de los
Reyes encontramos ya las primeras citas explícitas de “la Ley de Moisés” (cf. 1 Re 2,3 =
Deut 29,8; 2 Re 14,6 = Deut 24,26).
Después del destierro tenemos testimonios escriturísticos importantes, de los cuales
podemos deducir que casi todos los libros protocanónicos estaban ya reunidos en
colecciones y eran considerados como canónicos. Los textos bíblicos de esta época nos
dan a conocer tres clases de Libros Sagrados: la Ley (Torah), los Profetas (Nebi’im) y los
Escritos o Hagiógrafa (Ketubim).
El primer testimonio en este sentido es el del libro de Nehemías (c. 8-9). En él se narra que
Esdras, sacerdote y escriba, leyó y explicó la Ley de Moisés delante del pueblo (444 a.C.).
Y, después de escuchar su lectura, el pueblo prometió con juramento observarla, lo cual
parece indicar que reconocían autoridad canónica al Pentateuco.
El profeta Daniel afirma que “estaba estudiando en los libros el número de los setenta
años… que dijo Yahvé a Jeremías profeta” (Dan 9,2; cf. Jer 25,11; 29,10). Esto demuestra
con bastante claridad que en aquel tiempo ya existía una colección de Libros Sagrados.
En el libro segundo de los Macabeos, escrito en griego hacia el año 120 a.C., se encuentra
una carta de los judíos de Jerusalén, escrita poco después del 164 a.C., dirigida a
Aristóbulo y a los judíos de Egipto (cf. 2 Mac 1,10-2,19). En ella se habla de un ejemplar de
la Ley, que el profeta Jeremías habría entregado a los deportados (2 Mac 2,1). También se
hace referencia a los escritos sagrados que Nehemías había reunido en su biblioteca, y a
los que Judas Macabeo –siguiendo su ejemplo- había juntado, después de haber sido
desperdigados por la guerra (2 Mac 2,13-15). Los libros que reunieron tanto Nehemías
como Judas Macabeo se designan bajo los títulos generales de “libros de los reyes”, “libros
de los profetas”, “libros de David” y “las cartas de los reyes sobre las ofrendas” (2 Mac
2,13).
El libro primero de los Macabeos habla de Daniel y de sus tres amigos: Ananás, Azarías y
Misael, que por su inocencia y su gran fe fueron librados de la boca de los leones y del
horno de fuego (1 Mac 2,59s). Esto nos demuestra que el libro de Daniel ya formaba parte
del canon de las Sagradas Escrituras hacia el fin del siglo II (cf. 1 Mac 12,9).
Siglo I de nuestra era.- En este tiempo se nos da ya claramente el número de los Libros
sagrados y su triple división: Ley, Profetas y Hagiógrafos. Sin embargo, en algunos
ambientes judíos existían ciertas dudas sobre la canonicidad del Cant, Eclo, Prov, Ez y Est.
Para unos debían ser excluidos de la colección de los Libros Sagrados y de la lección
pública de la sinagoga; para otros tenían la misma autoridad que los demás Libros Santos.
Esto supone que ya por aquel entonces habían sido recibidos en la canon del Antiguo
Testamento.
Filón (+38 d.C.), el filósofo judío alejandrino, no trata ex professo del canon del Antiguo
Testamento, pero cita el Pentateuco –al que atribuye mayor grado de inspiración-, Jos, Jue,
Re, Is, Jer, los Profetas Menores, Salmos, Prov, Job, Esd.
Josefo Flavio (a. 38-100 d.C.), en su libro Contra Apión (1,7-8), compuesto hacia el año 97-
98 d.C., escribe que los judíos no tenían millares de libros en desacuerdo y contradicción
entre sí, como sucedía entre los griegos, sino sólo veintidós, que eran justamente
considerados como divinos y contenían la historia del pasado.
Los 22 libros los distribuye de la siguiente manera: cinco de Moisés, trece de los profetas y
otros cuatro libros que contenían himnos de alabanza a Dios y preceptos de vida para los
hombres. Este texto de Josefo Flavio es de gran importancia, aunque no nos dé los nombre
de los libros.
El cuarto libro de Esdras, escrito hacia el final del siglo I d.C., afirma que el número de los
libros sagrados es de veinticuatro. El autor de este libro de Esdras nos da una descripción
sobre la manera como Edras, escriba y sacerdote, logró rehacer los libros sagrados
destruidos por Nabucodonosor. Movido por el espíritu profético, estuvo dictando a cuatro
escribas, durante cuarenta días consecutivos, noventa y cuatro libros. De estos,
veinticuatro debían ser leídos por los dignos y los indignos, y los otros setenta había que
entregarlos a los hombres instruidos (4 Esd 14,44s). El número de veinticuatro libros
corrobora evidentemente la cifra de 22 libros que nos da Josefo Flavio, y que se consigue
juntando Rut con Jueces y las Lamentaciones con Jeremías. En consecuencia, la pequeña
diferencia de veinticuatro y de veintidós es sólo aparente y depende del cálculo que se
siga.
Siglo II después de Cristo.- El Talmud babilónico nos da finalmente el CANON COMPLETO
(acá es donde entra la hipótesis de Yamnia o Yavne) canon completo del Antiguo
Testamento. Enumera 24 libros según el orden y da los nombres de los autores.
El número coincide, pues, con el que nos da el 4 Esd y Josefo Flavio. Lo cual nos indica
que en aquel tiempo ya se encontraba cerrado el canon de los judíos. Este hecho parece
que tuvo lugar, según la tradición rabínica, en el sínodo de Yamnia (hacia el año 100 d.C.).
Después de la destrucción de Jerusalén, los judíos doctos se consagraron con gran ahínco
a conservar lo que aún subsistía del pasado, en modo especial las Sagradas Escrituras. A
partir del sínodo de Yamnia, que fijó definitivamente el canon ya admitido desde hacía dos
siglos, la gran preocupación de los rabinos fue la conservación del texto sagrado. Los
trabajos de los Masoretas no perseguían más que este fin.
El testimonio del Talmud babilónico está contenido en una Baraita del ensayo titulado Baba
Bathra (la “última puerta”). El texto es posterior al siglo II d.C., pero recoge una tradición de
época bastante anterior. Dice así: “Nuestros doctores nos transmitieron la enseñanza
siguiente: El orden de los Profetas es éste: Jos, Jue, Sam, Re, Jer, Ez, Is y los Doce
(Profetas Menores)… El orden de los hagiógrafos es el que sigue: Rut, Sal, Job, Prov, Ecl,
Cant, Lam, Dan, Est, Esd y Crón. ¿Y quién fue el que los escribió? Moisés escribió su libro
y la sección de Balaam y Job. Josué escribió su libro y los ocho últimos versículos de la
Ley. Samuel escribió su libro, el de los Jueces y Rut. David escribió su libro por medio de
los diez ancianos: Adán, Melquisedec, Abrahán, Moisés, Hemán, Jedutun, Asaf y los tres
hijos de Coré. Jeremías escribió su libro, el libro de los Reyes y las Lamentaciones.
Ezequías y sus asociados escribieron los libros de Isaías, Proverbios, Cantar de los
Cantares y Eclesiastés. Los miembros de la Gran Sinagoga escribieron Ezequiel, los Doce
(Profetas Menores), Daniel y Ester. Esdras escribió su libro y las genealogías de las
Crónicas hasta su época, y Nehemías las completó”
En este catálogo no se dice nada de los siete libros deuterocanónicos: Tobías, Judit, Baruc,
Eclo, 1 y 2 Macabeos y Sabiduría.
De lo dicho podemos concluir que el canon judío fue formado sucesivamente. Que contenía
los libros protocanónicos, siguiendo el canon palestinense. Sin embargo, es muy posible
que los libros deuterocanónicos no estuvieran absolutamente excluidos del canon judío
palestinense, pues, como veremos después, algunos deuterocanónicos eran usados por
los judíos de Palestina. El canon, fijado definitivamente en el sínodo de Yamnia, debía de
estar ya terminado muy probablemente en el siglo II a.C., como nos lo demuestra la versión
del os Setenta, empezada en el siglo III y terminada a fines del siglo II a.C.
Son bastantes los autores antiguos que atribuyen el canon de 24 libros del Antiguo
Testamento a Esdras. Por eso se le suele llamar canon esdrino. Esta opinión fue de nuevo
resucitada en el siglo XVI por el judíos Elías Levita (+1549), el cual afirmó que Esdras
había sido ayudado en su labor por los “miembros de la Gran Sinagoga”. A Elías Levita
siguieron muchos protestantes y católicos, de tal forma que se convirtió en la opinión
común hasta nuestros días. Hoy, sin embargo, ha sido abandonada por todos los autores.
Para los protestantes, Esdras habría cerrado de modo definitivo el canon, de tal manera
que en lo futuro no se permitió añadir más libros; para los católicos, en cambio, la
compilación canónica de Esdras no había sido definitiva. Por eso, los judíos alejandrinos
pudieron añadir más tarde los libros deuterocanónicos.
Sin embargo, las dificultades que se opone a esta teoría son muy fuertes. Si Esdras fue el
que cerró el canon de los libros protocanónicos, no se explicarían las dudas que surgieron
más tarde a propósito de ciertos libros protocanónicos. Además, los libros de las Crónicas y
de Esdras no fueron escritos hasta el tiempo de los griegos, es decir, bastante después de
la muerte de Esdras; y, sin embargo, son enumerados entre los Libros Sagrados del canon
esdrino. Por otra parte, ¡cómo nos explicaríamos la introducción posterior de los libros
deuterocanónicos en le canon de los judíos alejandrinos? En cuanto a los testimonios de 2
Mac 2,13-14, de Josefo Flavio, del 4 Esdras y del Talmud, tan sólo demuestran que en
tiempo de fueron coleccionados los libros protocanónicos y desde entonces se los trató con
gran veneración. La afirmación de un grupo de Padres que atribuyen a Esdras la formación
del canon del Antiguo Testamento no tiene valor probativo, ya que se apoya en la leyenda
del 4 Esd, a la que aluden frecuentemente.
Los judíos palestinenses admitían, en tiempo de Cristo, todos los libros protocanónicos
como sagrados. Esto parece estar fuera de toda duda. Existen incluso algunos indicios que
parecen indicar que los mismo judíos palestinenses conocían y usaban algunos de los
libros deuterocanónicos. En Qumrán se han encontrado algunos fragmentos de tres libros
deuterocanónicos: del Eclesiástico (gruta 2), de Tobías (gruta 4) y de Baruc (gruta 7)
Los judíos alejandrino, en cambio, consideraban como canónicos no solamente los libros
protocanónicos, sino también los deuterocanónicos, tal como se encontraban en la versión
de los Setenta. De aquí ha nacido la división del canon en palestinense y alejandrino, como
veremos a continuación.
La versión griega de los Setenta, ejecutada en Egipto entre el 300-130 a.C., contenía,
además de los libros protocanónicos, recibidos por todos los judíos, otros siete libros
llamados deuterocanónicos: Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, 1 y 2 Macabeos, Sabiduría y
fragmentos de Ester (10,4-16,24) y Daniel (3,24-90; 13; 14).
Nuestra Iglesia ya desde los tiempos apostólicos, recibió, entre los Libros Sagrados, los
deuterocanónicos, sin hacer distinción alguna entre libros protocanónicos y
deuterocanónicos. De este modo, el canon de los judíos alejandrino se convirtió en el
canon de la Iglesia católica.
Una tercera opinión, que nos parece la más probable, sostiene que entre los judíos existió
un doble canon. El canon breve de los judíos de Palestina, que no contenía los libros
deuterocanónicos, y el canon amplio de los judíos alejandrinos, que comprendía los libros
deuterocanónicos.
Hay, además, testimonios que nos demuestran que la mayor parte de los deuterocanónicos
del Antiguo Testamento eran leídos y venerados por los judíos palestinenses y de la
diáspora.
El Eclesiástico fue escrito en hebreo y conservado durante mucho tiempo en esta lengua.
Es alabado por el Talmud con frecuencia y citado muchas veces por los rabinos hasta el
siglo X d.C. En algunos lugares incluso se le cita como escritura canónica. De donde
parece deducirse que en la antigüedad el Eclesiástico fue tenido como canónico, al menos
por ciertos círculos de judíos.
Tobías y Judit eran muy leídos por los judíos, como se ve por los Midrashim, en donde se
les comenta. En tiempo de San Jerónimo, todavía se usaba el texto arameo o el hebreo.
Baruc era leído públicamente por los judíos, aun en el siglo IV, en el día de la Expiación,
según el testimonio de las Constitutiones apostolicae[27]. Además, la versión griega de Bar
fue hecha por el mismo autor que hizo la de Jer 29-41. En consecuencia, Bar paree que ya
estaba unido a Jer cuando hicieron la versión griega de este último.
El 1 de los Macabeos, según el testimonio del Talmud babilónico era leído entero en la
fiesta de las Encenias o de la dedicación del templo (Hanukkah). También es citado por
Josefo Flavio, y en tiempo de Orígenes y de San Jerónimo se conservaba aún el texto
hebreo del 1 Mac.
El 2 de los Macabeos fue escrito originariamente en lengua griega, por cuyo motivo es
menos citado por los escritores judío-palestinenses.
El libro de la Sabiduría, cuya lengua original también fue el griego, es citado varias veces
en el Nuevo Testamento, lo cual supone que era conocido de los judíos. San Epifanio nos
informa que los judíos de su tiempo (s. IV) disputaban acerca del libro de la Sabiduría.
Lo que parece indicar que algunos admitían su canonicidad, como se deduce de las
palabras de San Eustacio de Antioquía.
A principios del siglo segundo, en Roma, un sacerdote llamado Marción piensa que
algunos escritos del Antiguo Testamento no corresponden a la imagen de Dios que el
cristianismo ha perfilado.
Marción cedió a la tentación, como sucede todavía hoy, de hablar del “Dios del Antiguo
Testamento»; pero, haciendo esto, reduce lo que en realidad es una colección de libros
muy diferentes. Para él, el “Dios del Antiguo Testamento” es violento, malo, mientras que el
de Jesucristo es un Dios bueno, un Dios de amor. A partir de este momento hubieron
algunas personas que se oponían a la inclusión del Antiguo Testamento junto al Nuevo.
El canon de Marción, posiblemente el primer canon bíblico cristiano jamás compilado,
constaba de once libros: un evangelio, que era una versión más corta del Evangelio de
Lucas, y diez epístolas paulinas.
El canon de Marción rechazaba todo el Antiguo Testamento, junto con todas las demás
epístolas y evangelios de lo que se convertiría en el canon de 27 libros del Nuevo
Testamento, que durante su vida aún no había sido compilado.2378 Las epístolas paulinas
gozan de una posición destacada en el canon marcionista, ya que Pablo era considerado
por Marción como el único y verdadero apóstol de Cristo.
El marcionismo fue denunciado por sus oponentes como una herejía y los primeros Padres
de la Iglesia escribieron contra él, especialmente Tertuliano en su tratado de cinco libros
Adversus Marcionem (Contra Marción), en torno al año 208Los escritos de Marción se han
perdido, aunque fueron muy leídos y debieron existir numerosos manuscritosAun así,
muchos estudiosos afirman que es posible reconstruir y deducir gran parte del antiguo
marcionismo a través de lo que los críticos posteriores, especialmente Tertuliano, dijeron
sobre Marción
Las primeras decisiones oficiales de la Iglesia de nosotros conocidas son del siglo IV. El
concilio Hiponense (año 393) establece, en efecto, que “praeter Scripturas canonicas nihil
in Ecclesia legatur sub nomine divinarum Scripturarum” (“en la Iglesia no se lea con el
nombre de Escrituras divinas nada sino sólo las Escrituras canónicas”), y a continuación da
el catálogo completo de los Libros Sagrados118. Este mismo canon es propuesto por los
concilios III y IV de Cartago, celebrados los años 397 y 419 respectivamente119, y por el
papa San Inocencio I en una carta suya al obispo tolosano Exuperio (año 405).
Los griegos recibieron el canon completo del concilio IV de Cartago en el concilio Trulano II
(año 692)121. Y lo mismo hizo Focio (+891)122. Hay ciertos autores que afirman que el
sínodo Niceno (año 325) ya había determinado el canon de los Libros Sagrados; sin
embargo, parece más verosímil negar esto, ya que en los cánones conciliares que han
llegado hasta nosotros nada se dice del canon de los Libros Sagrados.
En cuanto al canon 60 del concilio Laodicense (ha¬cia 360), que enumera del Antiguo
Testamento solamente los libros protocanónicos, incluyendo Baruc, se sabe hoy que no es
auténtico, sino una adición antigua hecha a los cánones de dicho concilio123.
El Decreto Gelasiano da el canon completo de las Sagradas Escrituras124. Este decreto es
atribuido también a San Dá¬maso I (366-384) y a San Hormisdas (514-523). Sin embargo,
hoy día los críticos suelen negar su autenticidad. No se trata¬ría de un documento
proveniente de una autoridad pública, como un concilio, o un papa, sino de una obra
privada compues¬ta por un clérigo en la Galia meridional o en la Italia septen¬trional a
principios del Siglo VI. Otros críticos, en cambio, defienden su autenticidad.
No hay duda alguna que es nuestra Iglesia la que admitio el Antiguo Testamento como libro
inspirado en nuestro Pacto y quien decidio que libros integrarian las Nuevas Escrituras,
todo esto lo hizo sin mencionar ningun versiculo, lo hizo con la autoridad dada por el Senor
de atar y desatar.
Dudar de nuestra Iglesia es dudar de las Escrituras.
Datos tomados de Mercaba.