LA OBRA DE JESUS EN LA CRUZ:
Redención, Expiación, Propiciación, Justificación, Salvación, Glorificación
Que es la Redención:
El cristianismo entiende por Redención a la liberación que Jesucristo hace del hombre,
arrancándole del pecado, restaurándolo a una situación de unión sobrenatural con Dios,
restaurando su imagen de Dios dañada y prometiéndole en el más allá la vida eterna
perdida en el jardín del Edén.
Es la restauración del hombre, de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios,
a través de las satisfacciones y méritos de Cristo.
La palabra redemptio viene del latín y esta derivada del hebreo kopher y del griego lytron
que en el Antiguo Testamento significa, generalmente, precio de rescate. En el Nuevo
Testamento, es el término clásico que designa el gran precio (I Cor. 6,20) que el Redentor
pagó por nuestra liberación.
La redención presupone la elevación original del hombre a un estado sobrenatural y su
caída a través del pecado; y puesto que el pecado hace descender la ira de Dios y provoca
la servidumbre del hombre bajo la dirección del mal y Satanás, la redención es con
referencia a Dios y al hombre. Por parte del hombre, es doble, liberación de la esclavitud
del pecado y restauración a la anterior adopción Divina y esto incluye el completo proceso
de vida sobrenatural de la primera conciliación, a la salvación final.
Ese doble resultado, a saber, la satisfacción de Dios y la restauración del hombre, es
provocado por el oficio vicario de Cristo que trabaja a causa de las acciones satisfactorias y
meritorias realizadas en nuestro nombre.
Cristo murió por todos, y no solamente por algunos. Esto significa que la Redención
efectuada por Jesucristo es comunicable a todos sin excepción, de modo que cualquier
hombre puede apropiarse los frutos de esa Redención objetiva y universal, si cumple la
voluntad de Dios.
La Sagrada Escritura enseña claramente esta verdad en multitud de
pasajes. Entre otros muchos, Cristo «se dio a sí mismo en precio del
rescate por todos» (1 Tim. 2, 6), «Él es propiciación por nuestros pecados; Y no sólo por
los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Jn 2,2).
La Iglesia enseña que Dios Padre envió a su Hijo Jesucristo a los hombres para que
redimiera a los judíos y para que los gentiles consiguieran la gracia, y todos recibieran la
adopción de hijos. Cristo no murió sólo por los predestinados, o sólo por los fieles
cristianos, sino por todos los hombres.
– Expiación y Propiciación.
Pensemos en lo que significan estas palabras, entonces, comenzando con la palabra
expiación. El prefijo ex significa “fuera de” o “de”, por lo que la expiación tiene que ver con
eliminar algo o quitar algo. En términos bíblicos, tiene que ver con quitar la culpa mediante
el pago de una sanción, o mediante la ofrenda de un sacrificio. En contraste, la propiciación
tiene que ver con el objeto de la expiación. El prefijo pro significa “por”, así que la
propiciación provoca un cambio en la actitud de Dios, para que Él pase de estar en
enemistad con nosotros a estar por nosotros. A través del proceso de la propiciación
somos restaurados a la comunión y al favor delante de Él. En conjunto, la expiación y la
propiciación constituyen un acto de aplacamiento.
En cierto sentido, la propiciación tiene que ver con el apaciguar a Dios .
La definición de propiciación es aplacar o satisfacer. En muchas religiones, las personas
buscan apaciguar a Dios o a los dioses con una variedad de acciones o rituales que creen
que complacerán a su dios o dioses. En contraste, el cristianismo revela que Jesucristo es
nuestra propiciación, el que ha satisfecho al Padre en nuestro nombre para que podamos
ser perdonados de nuestros pecados y tener vida eterna.
¿Cómo se convirtió Jesús en nuestra propiciación? Hebreos 2:17 explica: "Por eso era
preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y
misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo." Al adoptar una
forma humana, Jesús vino y se ofreció a sí mismo como un sacrificio en nuestro nombre a
través de su muerte en la cruz.
Otros tres pasajes en el Nuevo Testamento también señalan el importante papel de la
propiciación de Cristo. Romanos 3: 24-25 dice que somos "justificados gratuitamente
mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio de
expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia." Aquí, la
sangre de Jesús derramada en la cruz se enfatiza como lo que apaciguó a Dios o sirvió
como nuestra propiciación.
En 1 Juan 2: 2 también leemos: "Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no
solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo." Este versículo revela el alcance de la
propiciación de Cristo. El sacrificio de Cristo fue suficiente para pagar los pecados de cada
persona en el mundo. Esto no significa que toda persona se salve e irá al cielo. En cambio,
se refiere a la verdad presentada en Juan 3:16 de que Dios dará vida eterna a cualquiera
que crea en Jesucristo.
1 Juan 4:10 ofrece una visión adicional con respecto a la visión bíblica de la propiciación:
"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros
pecados." El amor de Dios llevó a la decisión radical de enviar a Jesús a morir para pagar
la pena por nuestros pecados. La propiciación, o la satisfacción del requisito de Dios para
la salvación, fue pagada por Cristo mismo. La salvación es un regalo gratuito de Dios, no
algo que ganamos. Como enseña Efesios 2: 8-9: "Porque por gracia ustedes han sido
salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por
obras, para que nadie se jacte."
Lo que está claro en estos pasajes es que Jesús es la única forma suficiente de
proporcionar vida eterna y ser salvo. Juan 14: 6 enseña: "—Yo soy el camino, la verdad y
la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí." Hechos 4:12 agrega, "De
hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los
hombres mediante el cual podamos ser salvos»."
Muchos otros pasajes bíblicos hablan de otras maneras sobre la importancia de la muerte
de Cristo. Su sacrificio pagó el precio de nuestros pecados para que podamos ser
perdonados. Sin embargo, también nos regocijamos en su resurrección, sabiendo que
Jesús derrotó a la muerte y reveló su poder como Señor (Romanos 10: 9). Como lo
enseñan las Escrituras, "Así dice la Escritura: «Todo el que confíe en él no será jamás
defraudado»." (Romanos 10:11).
– Justificación:
Dice el Diccionario: “La acción de justificar que convierte o transforma lo que era injusto o
no conforme a las normas, en justo o verdadero, conforme a un criterio de justicia,”
Justo: En el concepto Bíblico ser “justo” es ser totalmente agradable a Dios. Como
consecuencia del pecado de nuestros primeros padres el hombre al perder la Gracia dejo
de ser “agradable a Dios” Jesus vino a lograr nuestra “Justificación”.
¿Entonces que es la Justificación?
DIKAIOMA.- Es un término legal que quiere decir lo contrario a la
condenación. Quiere decir “declarar justo” Aparece unas 30 veces en el libro de Romanos.
La justificación es la obra soberana de Dios por la cual El declara justo al pecador, y
satisfechas las legítimas demandas de la ley.
Es declarar justo; hacerlo a uno justo con Dios. La justificación, es Dios declarando justos a
aquellos que reciben a Cristo, basándose en que la justicia de Cristo es imputada a la
cuenta de aquellos que lo reciben.
El Concilio de Trento definió la Justificación como:
“El paso del estado en que el hombre nace hijo del primer Adán, al estado de Gracia y de
adopción de hijos de Dios por el Segundo Adán, Jesucristo Salvador Nuestro”
El Concilio de Trento prefiere hablar de; gracia de justificación, de la
; justicia de Dios, que; no es aquella por la cual Dios es justo, sino aquella por la cual EL
hace justos a sus elegidos; (Denz 799).
La Iglesia Católica entiende la Justificación como la destrucción del
pecado. El hombre recibe la Gracia realmente, NO nos; cubre con su ella (como piensan
los protestantes) sino que la recibimos. El hombre deja de ser pecador y se convierte en
santo, Justo, hijo de Dios. No se puede ser Santo sin antes ser justificado.
S. Agustín decía: "Quien te creó sin ti, no te justificara sin ti. Quiero decir que Dios te creó
sin que tú lo supieras; pero no te justifica si no prestas el consentimiento de tu voluntad.
(Serm. 169 II.13)
Dice el Catecismo de la Iglesia:
1265 El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace
también del neófito; una nueva creación; (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7)
que ha sido hecho; partícipe de la naturaleza divina; ( 2 P 1,4), miembro de Cristo (cf. 1 Co
6,15; 12,27), coheredero con él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).
1266 La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la
justificación que:
– le hace capaz de creer en Dios, de esperar en él y de amarlo mediante las virtudes
teologales;
– le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los dones del
Espíritu Santo;
– le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales.
Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo
Bautismo.
1987 La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de
nuestros pecados y comunicarnos “la justicia de Dios por la fe en Jesucristo” (Rm 3, 22) y
por el Bautismo (cf Rm 6, 3-4):
1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la
justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: “Convertíos porque el
Reino de los cielos está cerca” (Mt 4, 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios
y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. “La justificación no
es solo remisión de los pecados, sino también santificación y renovación del interior del
hombre” (Concilio de Trento: DS 1528).
1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz
como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de
propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida por el
Bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a la justicia de Dios que nos hace
interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de
Cristo, y el don de la vida eterna (cf Concilio de Trento: DS 1529)
Resumiendo. El hombre nace privado de la Gracia, sin la Gracia nadie puede ser
considerado justo delante de Dios, la Justificación es el proceso de hacer Justo al hombre
por la Gracia de Dios. Es el proceso a través del
cual se nos perdonan nuestros pecados y se nos hace “justo”.
En quien no está bautizado la justificación viene por el Sacramento del
Bautismo donde recibimos la Gracia que nos hace justos. Por el contrario,
en el caso de un pecador ya bautizado la justificación viene por la Fe en
Jesucristo que te lleva al sacramento de la Penitencia o Confesión.
La Justicia de Dios se puede perder.
Muchos Padres enseñan que la justicia se pierde San Atanasio «Cuando alguno se
apartare del Espíritu por algún vicio,
aquella gracia permanece en verdad irrevocable en aquellos que quieran, con tal que se
arrepientan después de haber caído; sin embargo, aquel que ha caído ya no está en Dios»
… (R 770).
San Agustín. «Ahora bien, si el que ya ha sido regenerado y justificado vuelve a caer por su
voluntad en la mala vida, ciertamente este no puede decir: No he recibido, porque ha
perdido por su libre arbitrio que él ha orientado hacia el mal la gracia de Dios que había
recibido» (R 1944).
El Concilio de Trento dijo “El Signo en que se manifiesta la justificación es la conversión”.
– La salvación es una gracia de Dios.
Gracia, significa “regalo”; El hombre en su estado caído no podía
salvarse a sí mismo, no había obra que él pudiera hacer para rescatarse.
Dios tiene entonces la iniciativa de salir al encuentro con el hombre, y le da su gracia por
pura bondad. Esta gracia le mueve a creer y luego a obrar.
Dios también ha dado al hombre otro don, que es el libre albedrío,
posibilidad de elegir. Para que este don sea realmente del hombre, él tiene que poder
ejercerlo, con todas las consecuencias que puede implicar.
Así cuando Dios infunde su gracia al hombre, el hombre es libre de dejarse o no mover por
la gracia.
Al momento de la justificación, el hombre se deja mover cuando cree o no cree, pero esta
elección es completamente del hombre, aunque impulsada y motivada por Dios.
Para la Iglesia católica, la salvación no es sólo una liberación negativa del pecado (pecado
original y pecado actual) y sus efectos: Dios salva, no sólo DE algo si no que POR algo.
La acción de Dios es una liberación positiva que eleva los seres humanos a un estado
sobrenatural, a la vida eterna, en un plano espiritual superior a la vida terrenal, para unirse
en un sólo cuerpo místico con Cristo, una de las tres Personas de la Trinidad, y acceder a
la dignidad de hijos de Dios, para verle tal como es (1 Juan 3:2), en comunión de vida y
amor con la Trinidad y todos los santos.
Así que la Salvación es el proceso de aceptar la Redención de Cristo en nuestra vida, es el
proceso de nuestra santificación que nace de la
Justificación y la Redención.
La salvación o justificación no pueden ser merecidas, pero una vez que Dios nos ha
justificado, mediante la gracia santificante del Espíritu Santo, entonces se pueden obtener
dones útiles para esa santificación, para el incremento de gracia y amor y para alcanzar la
vida eterna a la cual Dios tiene destinadas a sus criaturas. (Catecismo de la Iglesia
Católica, 2006-2011).
«Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la
humanidad, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo,
el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para que,
justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida
eterna». (Tito 3:4-7,)
El proceso de salvación continua dentro de la obra de Dios en aquellos que reciben el
Evangelio. San Pablo usa el tiempo presente en esta frase: «La palabra de la cruz es
locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de
Dios» (I Corintios 1:18).
Sólo al completar la vida terrenal llegará la salvación a su estado final. No hay fórmula
mágica ni experiencias emocionales que definitivamente impidan, a criaturas a las que Dios
ha dado libre albedrío, de rechazar, alguna vez, la oferta de salvación. Incluso el apóstol
San Pablo consideró esta eventualidad para sí mismo, considerando que, después de
haber predicado a otros, pudiera ser rechazado él mismo (I Corintios 9:27)
(Catecismo de la Iglesia Católica, 1023-1025, 1243, 1265-1270, 2010).
Todos estos procesos nos llevan a la Santificación por la cual obtenemos la Glorificación.
Después de una vida santa imitando a Jesús somos por nuestra Imagen y semejanza a El
llevados a la Gloria.
Glorificación
SUNDOXAZO = Exaltar a dignidad en compañía (i.e. similarmente) de (con): -glorificar con.
Es aquí donde se revelará la obra de salvación en todo su esplendor. Es cuando el pecado
ya no estará más presente, seremos llenos de la Gloria de Dios y seremos semejantes a
Cristo.
La resurrección del cuerpo y seremos semejantes a Cristo.
(1cor 15.51,58) …. 51 "He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos
seremos transformados, 52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta;
porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, y nosotros seremos transformados. 53 Porque es necesario que esto
corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. 54 Y cuando
esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en
victoria. 55 ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? 56 ya
que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. 57 Mas
gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.
58 Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del
Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.
(Filipenses 3:20-21) Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también
esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;
el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo
de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las
cosas.
“Semejante al cuerpo de la gloria suya” recibiremos un cuerpo como el de Cristo, diseñado
y adaptado por completo para la vida en el cielo.
(1Juan 3:2) "Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es."
Bendiciones+