LA ORACIÓN EN LENGUAS
Ceferino SANTOS, S.J.
Aclaraciones necesarias.
Es infrecuente hallar en los diccionarios de espiritualidad o en los tratados sobre la oración y sus métodos una sola palabra acerca de la oración en lenguas. Esto resulta aún más extraño cuando se trata de un modo de oración bíblico y evangélico, que se viene practicando, con interrupciones, desde Moisés hasta nuestros días. Incluso he sabido de prohibiciones a personas concretas para que no oren en lenguas por parte de directores espirituales y autoridades eclesiásticas. San Pablo ‘daba gracias a Dios porque oraba en lenguas más que los otros’ (1 Co 14,18). Supongo que a San Pablo, que reconoce la autenticidad en la Iglesia de Cristo de la oración en lenguas, inspirada por el Espíritu Santo, no le corregirían la página doctores o teólogos más o menos doctos o indocumentados.
Existen diferentes razones para la oposición y el rechazo en ambientes eclesiales de la oración en lenguas. Recordemos, por ejemplo, la costumbre eclesial de iniciar en la oración a los creyentes por medio de la oración vocal y mental, tan discursiva, tan metódica y racional. Esto descoloca totalmente a los maestros y a los discípulos de oración, que no van a ver con buenos ojos una oración no discursiva, que suena a jerigonza. Pero sucede que esta oración también nos comunica con Dios. San Pablo decía: “El que habla en lengua no habla a los hombres sino a Dios. En efecto, nadie le entiende y dice en espíritu cosas misteriosas” (1 Co 14,2). Algunos pueden pensar desde su racionalismo espiritual, que la oración que no se entiende no es oración. Y esto es falso. Algunas personas, que recitaban hace años el Oficio divino en latín, -lengua que desconocían-, tenían intención de orar y oraban, aunque no entendieran el latín. La oración en lenguas es oración hecha desde el Espíritu con gemidos inenarrables.
A otros la oración en lenguas les parece algo poco serio en personas maduras. Sin embargo, es el propio Espíritu de Dios el que ruega en nosotros, que no sabemos como pedir, con gemidos y súplicas que no se pueden expresar (Rm 8,26). Puede parecer que se trata aquí de un prelenguaje ilógico e infantil, pero si no nos hacemos como niños no entramos en los secretos de Dios y del reino de los cielos (Mt 18,3). La oración en lenguas es la puerta para otros dones del Espíritu. La puerta no es la casa, pero es su entrada normal. Podría resultar peligroso bloquear esta puerta a la oración. Orar en lenguas es un sometimiento y un abandono infantil en las manos del Espíritu para clamar a Dios con los sonidos ininteligibles que él quiera poner en nuestros labios. El olvido del yo y del propio prestigio introduce en una humildad que agrada a Dios.
La oración en lenguas es una respuesta divina al orgullo humano y a las limitaciones del lenguaje oracional corriente. “Como dice Iragui, es un bofetón en la cara del viejo y orgulloso Adán. Pero, ante todo, es la respuesta divina a las limitaciones de la mente y del vocabulario humano”. Dios no cabe en nuestras palabras y en nuestras mentes y el Espíritu ora en nosotros con gemidos inenarrables para trascender nuestras limitaciones y barreras. “Se trata en el don de orar en lenguas de una expresión religiosa que traduce lo inefable” de Dios afirma Benigno de JUANES.
Hoy, millones de pentecostales y neopentecostales, oran a Dios en lenguas y miles de católicos les acompañan, movidos por el Espíritu de Dios. De repente, en una oración o un culto, donde todo estaba medido y razonado, llega el Espíritu de un modo nuevo y suprarracional, sin que sepamos de dónde viene y a dónde va, y nos arrastra por caminos de oración con expresiones y sonidos extraños a nuestras costumbres y rutinas institucionalizadas, trascendiendo el pensar racional y las exigencias de la mente psíquica y discursiva. Algunos tropiezan con dificultades en su oración vocal o mental, y se refugian en una oración de simplicidad en lenguas, que no les exige demasiados esfuerzos racionales. A veces en la misma oración de quietud y contemplativa se da una “loquela” interna y aun externa, semejante al rezo en lenguas. Este fenómeno de amplia experiencia espiritual no se debe pasar por alto al exponer los diversos caminos de la oración cristiana.
El fenómeno de la oración en lenguas en el Antiguo Testamento.
Al recordar entre los diversos tipos de oración cristiana a la oración en lenguas, no es necesario remontarse a la exaltación profética de los setenta ancianos, que reciben una parte del espíritu de Moisés y comienzan a profetizar todos juntos con expresiones extrañas sin poderse detener (Nm 11,25). Ni necesitamos acudir al frenesí de los profetas de Guibeá, a los que se une Saúl en trance, después de haber sido ungido por Samuel como rey, y que hace exclamar a uno del pueblo: “¿Quién es el padre de éste? (1 S 10,12), puesto que se expresaba con lenguas extrañas a la de Israel. A causa de este modo raro y oscuro de hablar, se llamaba a veces a los profetas “locos” (mesuggá) ( 2 R 9,11; Jr 29,26; Os 9,7).
El lejanísimo profeta Isaías recordaba que Dios se comunicaba con mensajes en lenguas no conceptuales: “¿A quien se le hará entender lo que oye? A los recién destetados, a los retirados de los pechos. Porque dice: Sau la sau, sau la sau, cau la cau, cau la cau, zeer šam, zeer šam. Sí, con palabras extrañas y con lengua extranjera hablará a este pueblo” (Is 28,9-11). Los remedos de un lenguaje ininteligible y bárbaro también son utilizados por el Espíritu de Dios para su comunicación oracional y profética en nosotros.
En los Salmos se nos recuerda este modo de orar a Dios con palabras ininteligibles de aclamación y júbilo: “Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo… Dios sube entre aclamaciones de júbilo, Yahvé al resonar de la trompeta” (Sl 47,2.6). “Dídimo, escritor cristiano del siglo IV, comenta empalmando esta experiencia del Antiguo Testamento con los júbilos carismáticos del cristianismo primitivo: ‘La jubilación es el grito sin significado -Foné ásemo-) que se lanza cuando caen los enemigos. Dios sube, en efecto, comenta Alberto Ibáñez, por el hecho de que es encontrado por encima de nuestro pensamiento, hyperáno tes noéseos. Dios fue honrado con palabras que superan nuestro entendimiento, es decir, con oración de lenguas en el Testamento Antiguo.
¿Oró Jesús en lenguas?
Es muy probable que Jesús, Maestro de oración, orase también en lenguas. En la cruz, antes de expirar, “Jesús, gritando de nuevo con gran voz, exhaló el espíritu” (Mt 27,50). Se trata de una oración en gritos y gemidos, que San Lucas interpreta como: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). San Mateo, dice que “gritó de nuevo”. Antes Jesús “alrededor de la hora de nona clamó con fuerte voz: ‘¡Elí, Elí!, ¿lemá sabactani?’, esto es, ‘¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?’. Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: ‘A Elías llama éste’.” (Mt 27,46-47). Muchos no entendieron en el grito de Jesús las palabras hebreas del Salmo 22,2. Cristo en la cruz ora con el grito y el gemido propio de la oración en lenguas.
Ante el sepulcro de Lázaro, Jesús ‘se conmovió en el espíritu’ (enebrimésato to pnéumati, Jn 11,33.38). Jesús no reprimió cierto sonido inarticulado de conmoción fuerte, pronunciado con el Espíritu y gimió y murmujeó por medio de su Espíritu. Esto es orar en lenguas.
Al regresar los setenta y dos discípulos de su misión, “Jesús exultó en el Espíritu Santo” (Lc 10,21). El verbo agal·liáo, llenarse de gozo en el Espíritu es otro equivalente para expresar el comienzo de una oración de bendición y de acción de gracias en lenguas. No podemos excluir este modo de orar en la vida de Jesús.
En otra ocasión, Jesús “dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dijo: ‘¿Por qué esta generación pide una señal?’.” (Mc 8,12). El texto griego dice: anastenátsas to pneúmati, gimiendo con el espíritu, esto es, orando no desde la razón, sino desde el espíritu. ¿Por qué Jesús no iba a orar también por nosotros con gemidos inefables? (Rm 8,26). Ante el sordomudo de Decápolis Jesús “levantando los ojos al cielo, dio un gemido (esténatse, de nuevo) y le dijo: ‘Effathá’, que significa ‘ábrete’.” (Mc 7,33). ¿No se trasluce aquí también la oración de lenguas, de gemidos o en el espíritu y en lengua distinta a la de sus oyentes?
Incluso en el Bautismo de Cristo en el Jordán algunos intérpretes han querido ver en la frase: “Descendió sobre él el Espíritu en forma de paloma” (Mc 1,10), una experiencia pneumática en Cristo, que según A. Ibáñez, se manifestó con un canto en forma de arrullo, gemidos y zureos de paloma.
Finalmente, la Carta a los Hebreos sugiere que Cristo oraba continuamente de un modo parecido al de la oración en lenguas: Cristo, “habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y deprecaciones con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente” (Hb 5,7). Las deprecaciones (hiketerías) con poderoso clamor y lágrimas recuerdan una vez más las características comunes de una oración en lenguas, que Cristo mismo utilizó en la oración del Huerto de los Olivos y en otros momentos de su vida mortal.
Oración eclesial en lenguas.
Es en Pentecostés cuando comienza propiamente la exaltación cristiana de la oración en lenguas. Baja sobre los apóstoles un desbordamiento del Espíritu Santo, en forma de lenguas como de fuego, y ellos se ponen a hablar en otras lenguas como el Espíritu les concedía expresarse (Hch 2,3-4). Los apóstoles están hablando un lenguaje distinto del habitual. Este lenguaje oracional es comprendido por unos misteriosamente en sus propias lenguas; otros, en cambio, no entienden nada y creen que los discípulos están borrachos. (Hch 2,11-13). Tanto si se trata de un fenómeno de xenoglosia (hablar en lengua extranjera) como si se trata de una glossolalia (mensaje no inteligible) hasta que el Espíritu de Dios no conceda una interpretación, Pentecostés es el comienzo de la posterior utilización de las lenguas en la oración de la Iglesia.
Se da una estrecha relación entre la recepción gratuita del Espíritu Santo y el orar en lenguas. Cuando Pedro predica a Jesús en la casa de Cornelio en Cesarea del Mar, “los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios” (Hch 10,45-46). En Éfeso, los discípulos que reciben el bautismo en el nombre de Jesús, “habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar” (Hch 19, 6). El mismo Espíritu Santo enseña a orar con los gemidos inefables de lenguas extrañas después de su efusión poderosa en los creyentes. La oración en lenguas existió en la primitiva Iglesia y, de un modo especial, en la iglesia de Corinto.
San Pablo y la oración en lenguas.
San Pablo distingue con claridad entre el orar con la mente y orar con el espíritu. “Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente. Cantaré salmos con el espíritu, pero también los cantaré con la mente” (1 Co 14,15). Orar o cantar con el espíritu es lo mismo que orar o cantar en lenguas, pues en ambos casos la oración es ininteligible y nadie le entiende, “pues dice en espíritu cosas misteriosas” (1 Co 14,2).
Cuando uno ora en lenguas en la asamblea, conviene que alguien “interprete, para que la asamblea reciba edificación” (1 Co 14,5). “El que habla en lengua, pida el don de interpretar” (1 Co 14,13). La interpretación no es una traducción de la oración individual en lenguas, sino una aclaración del mensaje, inspirada por el Espíritu Santo. La interpretación puede venir del mismo que hace la oración en lenguas (1 Co 14, 5c), o, más frecuentemente, de otro que recibe de Dios la sustancia del mensaje proclamado. “Si se habla en lengua, que hablen dos o a lo más tres; y que haya un intérprete. Si no hay quien interprete, guárdese silencio en la asamblea; hable cada cual consigo mismo y con Dios.” (1 Co 14,27-28).
Aquí San Pablo recomienda la oración en lenguas en privado. Se trata de un uso oracional muy común. Otras veces, se ora individualmente en una asamblea de oración. Entonces San Pablo pide el don de la interpretación para que la asamblea entienda y saque provecho espiritual. Puede ser que la oración en lenguas se haga en canto y comunitariamente: “Llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados (odaîs pneumatikaîs); cantad y salmodiad al Señor desde vuestros corazones” (Ef 5,18-19). Esos cánticos y salmodias inspirados por el Espíritu (pneumatikaîs) evocan claramente la oración comunitaria en lenguas. “Cantaré salmos con el espíritu (en lenguas), pero también los cantaré con la mente” (1 Co 14,15).
Para San Pablo, la oración en lenguas discernida y ordenada es buena y recomendable: “No impidáis que se hable en lenguas; pero hágase todo con decoro y orden” (1 Co 14,39-40). La conveniencia, el decoro y el orden mostrarán cuando es conveniente o no la oración de lenguas en público. En privado San Pablo no se opone a este tipo de oración: “Deseo que habléis todos en lenguas” (1 Co 14,5a). Y así ha sucedido, insiste Ibáñez, a lo largo de la historia de la Iglesia.
Observaciones finales.
Toda oración en lenguas debe ser discernida por sus orígenes, su desarrollo y sus frutos para ver si proviene del Espíritu Santo que ora con gemidos inenarrables en los creyentes. Hay expresiones de sentido oculto como los matras hindúes que se repiten insistentemente hasta producir un estado de concentración o hechizamiento, que no tienen nada que ver con la oración en lenguas. Ésta es producida por el Espíritu que desde la unción y la devoción interna lleva a las expresiones en lenguas, mientras que en los mantras, la repetición de las frases misteriosas produce como consecuencia un estado interior parecido al ensimismamiento. En sesiones satánicas se da el fenómeno de lenguas para adquirir poderes, pero nunca una oración en lenguas que alabe y glorifique a Dios. Estados mentales alterados de exaltación, paranoia o drogas pueden producir expresiones parecidas a la oración en lenguas, pero vacías de devoción y piedad verdaderas. Ni por su origen (Espíritu Santo), ni por su modo (sometimiento reverente al Señor) ni por su finalidad (glorificar a Dios) se puede confundir la verdadera oración en lenguas con sus caricaturas.
En cambio, en momentos de oración profunda resulta casi imposible comunicarse con Dios con nuestras limitadas expresiones semánticas y brota la oración en lenguas. “Parece legítimo llegar a la conclusión de que hablar en lenguas no es tanto el vértice de una experiencia emocional, sino más bien el límite de la capacidad humana de alabar a Dios, que es infinito. Después que se han usado todas las palabras, después que se ha apelado al universo entero y se han agotado todas las formas y todos los modos (cfr. Dn 3,5-90; Sal. 148; 149; 150, etc.) no queda más recurso que esta oración absoluta e importante, a la cual el Espíritu concede dimensiones de infinito”, cómo afirma eln P. Mario Panciera.
San Agustín expresaba la necesidad de la oración en lenguas con la maravillosa concisión de su latín: “Si eum fari non potes, et tacere non debes, ¿quid restat nisi ut iubiles?”: “Si no aciertas a hablar de Dios y, por otra parte, no te es lícito callar, ¿qué te queda sino que jubiles para que goce el corazón sin palabras y la inmensa amplitud de los gozos no tenga los límites de las sílabas?”. Para San Agustín jubilar es lo mismo que orar y cantar en lenguas.
No importa mucho la pobreza o la repetición de los mismos sonidos: “Al orar en lenguas, aunque sólo se repita una palabra o los mismos sonidos al oído humano, la oración varía infinitamente, explica M. Iragui, pues es el Espíritu el que determina su sentido; y el Espíritu es simpre nuevo, original y creativo….. Hoy son muchos los millones de cristianos que oran en lenguas. El Espíritu se sirve, sin duda, de ellos para bendecir a muchísimos millones. Si el Señor te da el deseo de orar en lenguas, ofrece tu lengua al Espíritu y acéptalo con humildad y sencillez cuando aflore”. Las raíces psicológicas del lenguaje y el mismo subconsciente humano se someten a Dios y se purifican en la oración en lenguas. El modo de orar no importa mucho; lo que sí interesa es que el Espíritu de Dios guíe tu oración y te enseñe la oración con gemidos inenarrables y con salmos espiritualmente inspirados.
TESTIMONIOS
“¡OH QUE BUENA LOCURA HERMANAS!”
Santa Teresa de Jesús hablaba en sus Sextas Moradas de una oración de “algarabía”, con un lenguaje ininteligible y parecido a la lengua complicada de los árabes en España, que, a veces, utilizaban sus monjas carmelitas en su oración y en sus recreos. Habla así la Santa reformadora:
“Da nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos y oración extraña, que no sabe entender qué es… Es, a mi parecer, una unión grande de las potencias, sino que las deja nuestro Señor con libertad para que gocen de este gozo, y a los sentidos lo mismo, sin entender qué es lo que gozan y cómo lo gozan. Parece eso algarabía, y cierto pasa así, que es un gozo tan excesivo del alma que no querría gozarle a solas, sino decirlo a todos, para que la ayudasen a alabar a Nuestro Señor, que aquí va todo su movimiento….. Esto debía sentir san Francisco, cuando lo toparon los ladrones, que andaba por el campo dando voces, y les dijo que era pregonero del gran Rey; y otros santos, que se van a los desiertos por poder pregonar lo que san Francisco, estas alabanzas de su Dios. Yo conocí uno llamado fray Pedro de Alcántara (que creo lo es, según fue su vida) que hacía esto mismo, y le tenían por loco los que alguna vez le oyeron. ¡Oh qué buena locura, hermanas, si nos la diese Dios a todas!”
TERESA DE JESÚS
“Parecían hacer coro los pájaros”
Citaba el P. Alberto Ibáñez este testimonio breve entre otros muchos:
“En la Convivencia con Cristo, después de la imposición de manos, ya frente al Sagrario, comencé a escuchar cantar en lenguas y me escuché… ¡Aleluya! Yo no te lo había pedido, Señor… ¡Aleluya!… Ya de noche, en vela uní mi canto al de tu creación. Sí: me parecía que todos cantábamos el mismo himno; luego surgió un chi schuí extraño, al que al amanecer parecían hacer coro los pájaros… Y como Tú me creaste para ello… Gracias, Señor”.
Alberto IBÁÑEZ, S.J.
“Con sinceridad le doy gracias al Señor por el don de lenguas. Ha sido un don hermoso especialmente cuando oro por mí misma y por otros cuando no sé ninguna otra manera de hacerlo. Ahora todo parece muy fácil -sólo dejar al Espíritu orar por medio de usted. También me ha ayudado a crecer el estar abierta al amor de Dios, a la curación y a otros dones del Espíritu. Yo realmente creo con todo mi corazón que este don nos mantiene abiertos al Espíritu y yo oro en lenguas todos los días”.