PETROS ENI !
PEDRO ESTA AQUI!
Que datos tenemos de que Pedro esta enterrado en Roma?
Pedro vino a Roma, murió mártir en el reinado de Nerón y fue enterrado sobre la colina
del Vaticano, donde aconteció su martirio.
Hay quienes por ignorancia o por maldad (o ambas incluidas) insisten en decir que Pedro
después de partir de Judea se fue a Babilonia y que nunca estubo en Roma.
Parece ser que ellos no saben que Babilonia en el siglo I era un montón de ruinas y unas
pocas cabañas.
La destrucción de Babilonia realizada por el rey asirio Senaquerib en el año 689 a. C. fue
tan completa, que quedó poco de la antigua ciudad que pudieran descubrir las
generaciones posteriores. Por eso, todas las ruinas visibles de hoy son del posterior
Imperio Neo babilónico. Las ruinas de Babilonia fueron empleadas por Seleuco para
construir Seleucia alrededor del año 300 a. C. La mayoría de los edificios de las aldeas
vecinas, y de la ciudad de Hilla (o Hella), así como la gran represa del río Hindiya, fueron
construidas con ladrillos de Babilonia.
Los cristianos contemporaneos de San Pedro llamaban a Roma «babilonia» eso no es un
descubrimiento, es así! ..Por eso San Juan tambien la llama con ese nombre en el
Apocalipsis.
No hay absolutamente nada en los anales de la Iglesia, no hay ninguna referencia de que
el Apóstol allá ido a la Ciudad de Babilonia, no lo hay ni en la Iglesia de Roma, ni en la de
Antioquia. Si no lo sabes en Esdras y Baruch «Babilonia» es un nombre críptico para Roma.
Por otra parte, Eusebio de Cesárea declara que:
«Clemente de Alejandría en el sexto libro del Hypotyposeis cita la historia, y el obispo de
Hierápolis llamado Papías se le une a él en testificar que Pedro menciona a Marcos en la
primera epístola, que dicen ellos compuso en Roma, y él mismo lo indica, cuando él llama
a la ciudad, figurativamente, Babilonia, como él lo hace en las siguientes palabras: «La
iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os
saludan». (1 Pedro 5:13).
De acuerdo con los Hechos de los Apóstoles, Pedro y Juan fueron enviados de Jerusalén a
Samaria, Palestina (Hechos 8:14) para invocar al Espíritu Santo que descendiera sobre los
fieles de aquella región.
Posteriormente, Pablo de Tarso, luego de su conversión y de tres años de residencia en
Arabia y Damasco, fue a Jerusalén a conocer a Pedro, con quien estuvo quince días
(Gálatas 1:17-18).
Aproximadamente en el 42-44 d.C. Pedro, quien se hallaba en Jerusalén, fue encarcelado
por el rey Herodes Agripa I, pero fue liberado por un ángel. Después de su liberación
milagrosa, Pedro saldría de Jerusalén para marcharse a «otro lugar» (Hechos 12:1-18).
Pedro después tiene una intervención destacada en el Concilio de Jerusalén (50-51 d.C.),
cuando Pablo sostiene que el mensaje de Jesús debe extenderse también a los gentiles
(pueblos no judíos) Hechos 15:1-11
De acuerdo con la epístola a los Gálatas, Pedro se trasladó a Antioquía, donde Pablo lo
encontró más tarde (Gálatas). Según los escritos de Orígenes24 y de Eusebio de Cesárea
en su Historia Eclesiástica (III, 36) Pedro habría sido el fundador de la Iglesia de Antioquía,
«después de haber fundado la iglesia de Antioquía, fue a Roma a predicar el Evangelio, y él
también, después de presidir la iglesia en Antioquía, presidió la de Roma hasta su muerte».
No hay ningún tiempo plausible que Pedro hiciera viaje tan largo y fuera de su ruta, es
imposible que estuviera en Antioquia y en Roma pastoreando Iglesias y viajando tan lejos.
Tampoco San Pablo nos habla de este viaje, ni Hechos de los Apóstoles lo menciona, ni
tampoco se dice jamás que San Marcos hubiera visitado Babilonia (Y Pedro estaba con
Marcos cuando escribe su Epístola). Grandes Santos de la Iglesia tales como San
Clemente de Alejandría y San Clemente de Roma, San Ireneo, Eusebio de Cesárea y otros
contemporáneos lo atestiguan desde los primeros Siglos.
En 1 Pedro 5:13; no se maneja constancia o registro alguno de una posible visita de Simón
Pedro a la localidad de la antigua Mesopotamia, ni testimonios posteriores que avalen
dicha hipótesis.
Lactancio nos relata en su obra Sobre la muerte de los perseguidores (318 d.C.) lo
siguiente:
«Y mientras Nerón reinaba (54-68), el Apóstol Pedro vino a Roma, y, a través del poder de
Dios que le encomendó a él, obró ciertos milagros, y, convirtió a muchos a la verdadera
religión, construyendo un templo fiel y firme para el Señor. Cuando Nerón oyó hablar de
esas cosas, y observó que no sólo en Roma, sino en cualquier otro lugar, una gran multitud
se rebelaban todos los días contra la adoración de ídolos, y, condenando sus viejas
costumbres, se acercaban a la nueva religión, él, un despreciable y perverso tirano, se
apuró para arrasar el templo celestial y destruir la verdadera fe. Él [Nerón] fue el primero en
perseguir a los siervos de Dios.
Él crucificó a Pedro y él mató a Pablo.»
Pedro de Alejandría, que fue obispo de esa ciudad y falleció en torno a 311, escribió una
epístola de nombre sobre la Penitencia, en el que dice: «Pedro, el primero de los apóstoles,
habiendo sido apresado a menudo y arrojado a la prisión y tratado con ignominia, fue
finalmente crucificado en Roma». Orígenes en su Comentario al libro del Génesis III, citado
por Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica (III, 1), dice que Pedro pidió ser
crucificado cabeza abajo por no considerarse digno de morir del mismo modo que Jesús.
Caius, presbítero de Roma, en su Discusión contra Proclo (AD 198), conservado en parte
por Eusebio, relata lo siguiente de los lugares en los que se depositaron los restos de los
apóstoles Pedro y Pablo:
«Yo puedo mostrarte los trofeos de los Apóstoles; si quieres ir al Vaticano o a la vía
Ostiense, encontrarás los trofeos de los fundadores de esta Iglesia.
Tenemos las tumbas de todos los Apóstoles que han sido centro de peregrinaciones desde
los primeros Siglos.
Ninguna otra ciudad del Mundo ha dicho JAMAS que tuviera la tumba de Pedro, solo Roma
lo ha reclamado desde el Siglo I.
Algunos dicen que es absurdo que “dieran el cuerpo de
un ajusticiado» el mismo Evangelio los contradice pues el cuerpo de Jesús que fue un
«extranjero ajusticiado y famoso» se le entrego a José de Arímatea para su entierro. Los
cuerpos de los Mártires eran entregado a los familiares que lo enterraban en las
Catacumbas, en Roma con dinero todo se lograba.
Por lo que no hay duda que Pedro vino a Roma, murió mártir en el reinado de Nerón y fue
enterrado sobre la colina del Vaticano, donde aconteció su martirio.
De esto existe ante todo una prueba indirecta: ninguna comunidad cristiana, excepto
aquella de Roma, jamás se alabó por poseer la tumba de Pedro. Por otro lado encontramos
pruebas directas que recíprocamente se iluminan y completan. Se tratan de fuentes
literarias, datos arqueológicos y epigráficos. También hay, especialmente por cuanto
conciernen las reliquias del apóstol, el aporte de las ciencias experimentales.
Entre finales del siglo I d.C. y el principio del III, existen fuentes literarias incensurables que
convergen y certifican la tradición de la Iglesia. Al final del I siglo, Clemente, jefe de la
comunidad cristiana de Roma, sitúa a Pedro (y Pablo) en el episodio de la persecución de
Nerón y de los horrorosos acontecimientos que sucedieron en el Circo de Nerón en
Vaticano, espectáculos de los que de manera acreditada habla ampliamente Tacito, el más
grande historiador de Roma.
En la primera mitad del II siglo siguen dos escritos «apocalípticos», la «Ascensión de
Isaías» y el «Apocalipsis de Pedro»: de estos testimonios resulta que Pedro- único de los
apóstoles de Jesús – murió en Roma victima de la persecución neroniana del 64. Más
tarde, a caballo entre el II y el III siglo, el histórico de la Iglesia Eusebio relata acerca de un
presbítero romano de nombre Gaio que habla por primera vez de la tumba gloriosa
(«trofeo») de Pedro en el Vaticano. En el transcurso de los años los testimonios de la
existencia de la
De esto existe ante todo una prueba indirecta: ninguna comunidad cristiana, excepto
aquella de Roma, jamás se alabó por poseer la tumba de Pedro. Por otro lado
encontramos pruebas directas que recíprocamente se iluminan y completan. Se tratan
de fuentes literarias, datos arqueológicos y epigráficos. También hay, especialmente
por cuanto concierne las reliquias del apóstol, el aporte de las ciencias experimentales.
Entre finales del siglo I d.C. y el principio del III, existen fuentes literarias incensurables
que convergen y certifican la tradición de la Iglesia. Al final del I siglo, San Clemente,
Obispo de Roma, sitúa a Pedro (y Pablo) en el episodio de la persecución de Nerón y
de los horrorosos acontecimientos que sucedieron en el Circo de Nerón en Vaticano,
espectáculos de los que de manera acreditada habla ampliamente Tacito, el más
grande historiador de Roma.
En la primera mitad del II siglo siguen dos escritos «apocalípticos», la «Ascensión de
Isaías» y el «Apocalipsis de Pedro»: de estos testimonios resulta que Pedro- único de
los apóstoles de Jesús – murió en Roma victima de la persecución neroniana del 64.
Más tarde, a caballo entre el II y el III siglo, el histórico de la Iglesia Eusebio relata
acerca de un presbítero romano de nombre Gaio que habla por primera vez de la
tumba gloriosa («trofeo») de Pedro en el Vaticano. En el transcurso de los años los
testimonios de la existencia de la tumba de Pedro en Vaticano han sido numerosos.
La confirmación absoluta a las fuentes literarias viene de la arqueología. Desde hace
muchisimos siglos los fieles sabían que la tumba de Pedro se encontraba en la Basílica
Vaticana debajo del altar de la Confesión, pero los papas que se han sucedido en la
guía de la Iglesia non se han atrevido a investigar hasta el fondo, por temor reverencial
no difícil de comprender. Solamente en 1939 Pío XII, que estaba animado de un
heroico amor por la verdad, decidió abrir a la ciencia los misterios subterráneos de la
Basílica. Así ocurrió que entre 1940 y 1949 realizaron las excavaciones. Éstas fueron
ejecutadas, como he demostrado en otro lugar, de un modo discutible, pero llevaron a
algunas constataciones importantes. Aquí tenemos un resumen.
Se descubrió ante todo que bajo el suelo de la Basílica existían los restos de una
antigua necrópolis construida en los siglos II-III y enterrada en los tiempos del
emperador Constantino, para crear el piso sobre el cual se construiría la primera
basílica en honor de Pedro (alrededor de 321-326). Esto revelaba la presencia en esta
área, de un punto fijo de suprema importancia, punto que sólo no podía ser la tumba
del apóstol.
Un segundo resultado muy importante fue el descubrimiento bajo el altar de la
Confesión de una serie de monumentos de mayor antigüedad, sobrepuestos uno sobre
el otro, o dentro del otro, de donde se deduce una secular continuidad de culto en
honor de Pedro.
He aquí, comenzando desde lo alto, es decir remontando el curso del tiempo, esta serie
de monumentos:
1) altar de Clemente VIII (1594), que es todavía el altar papal;
2) altar de Calixto II (1123); dentro de esto,
3) altar de Gregorio Magno (590-604);
4) monumento erigido por Constantino en honor de Pedro (aproximadamente 321-326).
Dentro del monumento constantiniano estaban encerradas tres manufacturas
precedentes: trazos de un antiguo muro, después comúnmente conocido como “muro
g” (segunda mitad del siglo III), cubierto de una ininterrumpida red de grafitos cristianos,
escritos entre la final del III siglo y la segunda década del IV siglo, de donde resultaba
la férvida veneración ofrecida a este lugar; un pequeño quiosco funerario, el primer
monumento construido en honor de Pedro, identificable con el «trofeo» recordado por
Gaio, adosado a un trozo de muro revestido de un enlucido rojo (el llamado muro rojo)
y con esto lo podemos datar alrededor de 160.
En el suelo del quiosco funerario un cerramiento revelaba la presencia de una tumba
en el terreno, la cual sólo podía ser la originaria tumba de Pedro. Pero debajo del
cerramiento el terreno se encontraba removido. Como más tarde me tocó comprobar,
los restos mortales del apóstol fueron trasladados, en la época de Constantino, a un
nicho realizado a propósito dentro del ya recordado «muro g» y por tanto incluso en el
monumento constantiniano.
Después de las excavaciones (anormales, repito) del período 1940-1949, y después de
la relativa publicación, 1951, quedaron tres grandes lagunas acerca de la tumba de
Pedro, que impedían llegar a una solución definitiva del problema:
1) no había sido reconocido, en ninguna de las zonas excavadas el nombre de Pedro.
2) no fue descifrado si no en una mínima parte, y no sin errores, los grafitos del «muro
g»;
3) nada se supo acerca de la suerte de las reliquias del apóstol, que habrían debido
encontrarse bajo el quiosco funerario del II siglo en la antigua tumba en el terreno y sin
embargo no estaban.
Las tres faltas fueron superadas por Margherita Guarducci durante el intenso trabajo
que desarrollo desde 1952 en adelante.
El nombre de Pedro lo encontro Margherita Guarducci en uno de los mausoleos de la
antigua necrópolis (aquello de la gens Valeria) ocupado antes del entierro, por
personas cristianas y muchas veces, entre los grafitos del «muro g.»
Todos los grafitos de este muro fueron descifrados y revelaron, además del nombre de
Pedro, preciosas noticias para el conocimiento de la espiritualidad cristiana en Roma
entre el III y el IV siglo. Aparecieron, entre otras cosas, numerosas aclamaciones a la
victoria de Cristo, de Pedro y Maria; y gracias a un sistema – bien conocido en aquellos
tiempos – de criptografía mística, numerosas siglas exprimen la íntima unión de Cristo y
Pedro, símbolos trinitarios, invocaciones a Cristo como luz, paz, principio y fin del
universo, evocaciones a la mística llave de Pedro. No falta un sugestivo recuerdo de la
victoria de Constantino en 312, cerca del Puente Milvio y del signo de Cristo que
consideró como el anuncio y la certeza del acontecimiento histórico.
Dentro del nicho expresamente excavado en el «muro g» fueron depuestas, como he
dicho, las reliquias de Pedro. Pero los responsables de las excavaciones del período
1940-1949 no las vieron. Por un extraño enredo de circunstancias imputables a las
irregularidades de aquellas excavaciones, los preciosos restos fueron retirados por
personas inconscientes, y depuestos en un lugar cercano con ambiente húmedo y
oscuro, donde, dentro de una caja de madera, quedaron ignorados por una decena de
años. En septiembre de 1953, se quitaron de este ambiente húmedo, que en poco
tiempo los hubieran descompuesto, pero fueron identificados inmediatamente por lo
que eran. Solamente más tarde ellos se convirtieron en el objeto de largos exámenes y
reflexiones profundizadas por parte mía y por especialistas de ciencias experimentales
que yo consulté.
Particularmente importante fueron los exámenes del antropólogo Venerando Correnti.
La identificación definitiva por mi parte fue en 1964; la primera publicación en 1965; el
primer anuncio oficial del reconocimiento fue dado por Pablo VI en 1968 y luego
repetidamente confirmado hasta el año de su muerte en 1978.
Llegados a este punto, no resulta inútil repetir, añadiendo otros puntos, la meditada
síntesis por mi publicada con los argumentos que convergen en la demostración de la
identificación de las reliquias de Pedro.
1) El monumento realizado por Constantino en honor de Pedro era considerado en
aquellos tiempos, sepulcro del apóstol (como expone Eusebio, obispo de Cesarea, ,
que conoció personalmente a Constantino)
2) En el interior del monumento existe un solo nicho.
3) Este nicho fue cavado y forrado de mármol en la época de Constantino.
4) El nicho quedó intacto desde la época de Constantino hasta el principio de las
excavaciones, entorno al 1941.
5) Del nicho provienen, con documentación autentificada, los huesos hallados en el
1953.
6) Los huesos procedentes del nicho son aquellos que Costantino y sus
contemporáneos creyeron huesos de Pedro.
7) Los huesos depuestos en el nicho marmóreo del «muro g» fueron envueltos en un
paño de púrpura entretejido de oro (los restos de dicho paño fueron hallados entre los
huesos, resultando en el análisis de púrpura auténtica de múrice y oro puro).
La dignidad real del oro y la púrpura se entona a la del pórfido que adorna el exterior
del monumento erigido por Constantino en honor de Pedro.
9) El examen antropológico de los huesos (en total, aproximadamente la mitad del
esqueleto) los ha demostrado pertenecientes a un solo individuo de sexo masculino, de
edad (60-70 años coincidiendo con cuánto conocemos de Pedro en la época de su
martirio.
10) La tierra incrustada en los huesos demuestran que estos provienen de una tumba
en el terreno, y de tales características era la primitiva tumba de Pedro, bajo el quiosco
del II siglo.
11) El examen petrográfico de esta tierra la ha confermado como arena marmosa,
idéntica a la tierra del lugar, mientras que en otras zonas del Vaticano se encuentran
arcillas azules y arenas amarillas.
12) La originaria tumba de Pedro bajo el quiosco del II siglo fue encontrada desvastada
y vacía, y dicho hecho se na con la presencia de los huesos envueltos en la púrpura y
el oro que existía dentro del monumento-sepulcro erguido por Constantino.
13) En el interior del nicho, sobre la pared occidental, un grafito griego, trazado en edad
constantiniana, antes del cierre del dicho nicho, declara: «Pedro está (aquí) dentro.»
14) Resulta con certeza que el nicho del «muro g» determinó – en el eje de la primera
basílica – un desplazamiento hacia el Norte con respecto al eje del quiosco funerario del
II siglo, que según la norma habría tenido que ser seguido; y el desplazamiento se
repercutió poco a poco en los monumentos siguientes hasta la cúpula de Miguel Ángel
y al dosel bronceado del Bernini. Eso es innegablemente indicio de la enorme
importancia que los contemporáneos de Costantino atribuyeron al contenido del nicho.
15) Todo esto coincide en demostrar que el nicho marmóreo del «muro g» puede ser
razonablemente considerado como la segunda y definitiva tumba de Pedro y que los
huesos depositados en aquel vano con los honores del oro y la púrpura son de verdad
los restos mortales del Mártir.
Las reliquias de Pedro existentes en la Basílica Vaticana son, a la luz de las razones
expuestas, las únicas sin duda alguna auténticas, corresponden a un personaje
cristiano del siglo I que ha conocido a Cristo, ha escuchado su palabra y ha visto sus
milagros. Otras no existen, ni en Oriente ni en Occidente. Y no es un puro caso que
esta excepción concierne a Pedro, el primero de los Doce, sobre el que Cristo dijo
querer fundar su Iglesia. Como he tenido la ocasión de escribir recientemente en mi
libro «La primacía de la Iglesia de Roma», es razonable la opinión que la antigua
universalidad de Roma se dilate en el tiempo por la primacía espiritual de la Iglesia
católica, es decir por su definición de «universalidad», que tiene su centro en Roma y
que es motivo y garantía de esta extraordinaria continuidad, de esta perenne vitalidad,
de esta excepcional presencia en Roma, en la Basílica Vaticana, de la auténtica tumba
de Pedro y sus auténticas reliquias.»