“La reunión de la Iglesia es por así decirlo la reacción de Dios al caos provocado por
el pecado. Esta reunificación se realiza secretamente en el seno de todos los
pueblos: “En cualquier nación el que le teme [a Dios] y practica la justicia le es
grato” (Hch 10, 35; cf LG 9; 13; 16).
Así como el Pueblo de la Primera Alianza fue uno el Pueblo de la Segunda Alianza
también es uno. Dios es Dios de UNIDAD. Jesús lo dijo, quien viene a dividir es el
Diablo.
ESTA IGLESIA ES UNA
760 “El mundo fue creado en orden a la Iglesia” decían los cristianos de los
primeros tiempos (Hermas, vis.2, 4,1; cf. Arístides, apol. 16, 6; Justino, apol. 2, 7).
Dios creó el mundo en orden a la comunión en su vida divina, “comunión” que se
realiza mediante la “convocación” de los hombres en Cristo, y esta “convocación” es
la Iglesia.
La Iglesia es la finalidad de todas las cosas (cf. San Epifanio, haer. 1,1,5), e incluso
las vicisitudes dolorosas como la caída de los ángeles y el pecado del hombre no
fueron permitidas por Dios más que como ocasión y medio de desplegar toda la
fuerza de su brazo, toda la medida del amor que quería dar al mundo.
761 la reunión del pueblo de Dios comienza en el instante en que el pecado
destruye la comunión de los hombres .Jesús dejo claro en San Mateo12, 25” Jesús,
conociendo sus pensamientos, les dijo: “Un reino donde hay luchas internas va a la
ruina; y una ciudad o una familia dividida no puede subsistir.”
La Iglesia no puede ser un reino dividido pues perecerá, y ese es el objetivo de
satanás, dividir el Cuerpo de Cristo. Jesús mismo definió a Satanás como divisor,
Un Cuerpo dividido es un cuerpo mutilado o muerto. Vimos que el Pueblo del Primer
Pacto tenía UN SOLO DIOS con:
1) Un solo Dios “escucha Israel, el Señor uno solo es”
2) Un solo pueblo
3) Una sola Alianza
4) Un solo altar (en el Templo) Josué 22, 13
5) una sola Ley (la Torah)
6) una sola interpretación de la Ley (dada por las escuelas del Templo)
7) un solo culto (en Jerusalén)
8) un solo sacerdocio (el de Levy y Aaron) I Reyes 13, 33
En el Nuevo Pacto no puede dejar de ser igual.
«La Iglesia es una debido a su origen» enseña el Catecismo de la Iglesia Católica.
Ya en el s. I, el Papa Clemente Romano, ante los problemas disciplinares de la
Iglesia en Corinto, cuestionaba, en clara recepción de la enseñanza paulina, a los
perturbadores de la unidad: «¿a qué vienen entre nosotros contiendas y riñas,
banderías, escisiones y guerras? ¿O es que no tenemos un solo Dios y un solo
Cristo y un solo Espíritu de gracia que fue derramado sobre nosotros? ¿No es uno
solo nuestro llamamiento en Cristo?»
Desde los inicios, pues, la Iglesia tiene la autoconciencia de ser una ya que uno solo
es Dios, su Señor. La unidad de la Iglesia es en su realidad íntima participación y
reflejo de la unidad de Dios Uno y Trino «que sean uno como nosotros somos uno»
Sobre el origen de la unidad de la Iglesia encontramos en la teología patrística
diversos testimonios. «A todos los Padres, la unidad se presentaba como una
propiedad esencial de la Iglesia, al igual que como un signo de su autenticidad»
(35). Por citar algunos casos significativos, San Cipriano de Cartago decía que «hay
un solo Dios, un solo Cristo, una sola Iglesia, una sola fe y un solo Pueblo,
conjuntado en la sólida unidad de un cuerpo mediante el vínculo de la concordia» .
San Cirilo de Alejandría por su parte señalaba que «también nosotros, como
divididos por subsistir en una naturaleza individual, nos reunimos en Cristo en una
unidad espiritual: ¡tenemos una sola alma y un corazón solo!” .
Recogemos, finalmente, un texto de Clemente de Alejandría que trae el Catecismo
de la Iglesia Católica: «¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo,
un solo Logos del universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas
partes; hay también una sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia»
Ahora bien, esta «unidad del Cuerpo Místico de Cristo, unidad sobrenatural, supone
una primera unidad natural, la unidad del género humano» . Los Padres de la Iglesia
igualmente manifiestan esta concepción en la que Dios crea la humanidad para que
participe en la comunión con Él. Por el pecado esta unidad se rompe y se cae en el
reino de la división y la dispersión. La Encarnación del Hijo de Dios, preparada
durante siglos, es la manifestación sublime del amor de Dios que sale en búsqueda
de la oveja perdida . Entonces Cristo, reúne a los que estaban dispersos por la
fuerza de su Espíritu y crea una nueva humanidad; un sólo Cuerpo del que Él es la
Cabeza. En este sentido, es enriquecedora la referencia a la teología de la
recapitulación, de ecos paulinos y tan querida a San Ireneo.
La imagen del Cuerpo -que merecería un tratado aparte por su amplitud e
importancia – resulta sumamente significativa para expresar la unidad de la Iglesia,
«una con Cristo» . San Agustín, por ejemplo, desarrollando la teología del Christus
totus decía: «hay muchos hombres y hay un solo Hombre, muchos cristianos y un
solo Cristo: estos cristianos, con su Cabeza que subió al cielo, son un solo Cristo.
No es Él uno y nosotros muchos, sino que, siendo nosotros muchos en aquel que es
uno, somos uno. Luego Cristo es uno: Cabeza y Cuerpo»
Versículos de la Unidad
San Juan 11,52
y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que
estaban dispersos.
Efesios 4, 1-6
Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la
vocación con que habéis sido llamados,
2 con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por
amor, 3 poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la
paz. 4 Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis
sido llamados.
5 Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, 6 un solo Dios y Padre de todos,
que está sobre todos, por todos y en todos.
Efesios I 9,10
9 dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en
él se propuso de antemano,
10 para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por
Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.
San Juan 17
20 No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra,
creerán en mí, 21 para que todos sean uno. Cómo tú, Padre, en mí y yo en ti, que
ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado.
22 Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros
somos uno:23 yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo
conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a
mí.
VINCULOS DE LA UNIDAD
El primer vínculo de unidad en el Pueblo de Dios es la profesión de una misma fe
recibida de la enseñanza de los Apóstoles
Pero la fe es también principio de unidad externa de los creyentes. La fe se
transmite, se celebra y se anuncia en la Iglesia. Para ello el Señor Jesús confió a
sus Apóstoles el ser “testigos y maestros de la verdad” de palabra y de obra, y éstos
eligieron sucesores que hasta el fin de los tiempos garantizan la transmisión fiel de
la verdad revelada.
El Señor Jesús quiso cimentar esta fe en la fe de Pedro: «pero yo he rogado por ti,
para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos”»
. San Hilario de Poitiers, en un hermoso texto en el que comenta el pasaje de la
confesión de Pedro, dice que «sobre esta piedra de la confesión de fe se basa la
edificación de la Iglesia. Esta fe es el fundamento de la Iglesia»
El segundo vínculo de unidad que encontramos en la cita de los Hechos de los
Apóstoles es la comunión y la fracción del pan. Los cristianos, unidos en una misma
fe, celebran la fe, creando lazos de comunión que se expresan en un mismo culto,
en cuyo centro está Dios. El culto se realiza plenamente en los sacramentos. «En la
Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de
la Eucaristía y de los sacramentos, es un encuentro entre Cristo y la Iglesia.
La asamblea litúrgica recibe su unidad de la “comunión del Espíritu Santo” que
reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo»
La celebración Eucarística merece especial atención pues es la realización plena de
la unidad de Dios con el hombre y de los hombres entre sí. Es el «sacramento de la
unidad perfecta» en el que, con Pedro y los obispos en comunión con él, el Pueblo
de Dios participa de la vida divina, fortalece los lazos entre los fieles uniéndolos en
un mismo Cuerpo. El Catecismo llega a decir, en este sentido, que «la Eucaristía
hace la Iglesia» .
Finalmente, como tercer vínculo de unidad, está la unidad en la caridad. Santo
Tomás señalaba precisamente como tercer elemento de la unidad de la Iglesia «la
unidad de la caridad, porque todos los cristianos se unen en el amor de Dios y entre
sí en el amor mutuo» Es el Espíritu de Dios quien suscita y anima la caridad entre
los fieles, cuyo fruto es la unidad entre los miembros del Cuerpo. Por ello «si sufre
un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los
demás toman parte en su gozo»
LA IGLESIA ES SANTA
Ante todo vale la pena recordar brevemente el contenido del término santidad en la
Sagrada Escritura, pues si bien la expresión Iglesia santa no se encuentra exacta en
la Escritura, sin embargo «los orígenes de la expresión son ciertamente bíblicos,
como lo son también su sentido y contenido fundamental» y así fue recepcionado
por la Tradición
En el Antiguo Testamento, el Santo por excelencia es Dios, «”Santo, santo, santo,
Yahveh Sebaot» . De modo análogo se predica la santidad de toda persona que
está consagrada a Él.
Es, pues, Dios mismo la fuente de la santidad: «Porque yo soy Yahveh, vuestro
Dios; santificaos y sed santos, pues yo soy santo» . De otro lado, la santidad
también se dice análogamente de todo objeto que está separado para el culto
divino. En el Nuevo Testamento, el Santo es Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Es Dios tres veces Santo como lo proclama el vidente del Apocalipsis. El ser
humano es santo en la medida en que participa de la santidad del Único Santo, y
está consagrado a Dios en Cristo, en quien «nos ha elegido antes de la fundación
del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor» .
Se pone así de manifiesto una dimensión más interior de la santidad en donde «el
santo es aquel que no solamente está consagrado a Dios, sino que está unido a Él
por la pureza de su vida, la práctica de la virtud y la lucha contra el mal»
De esta forma nos situamos en el meollo de la respuesta a la pregunta por la
santidad de la Iglesia. San Pablo lo expresa de esta manera:
«Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla,
purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela
resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino
que sea santa e inmaculada» Ef 5,25-27
Es, pues, el Señor Jesús el origen y centro de la santidad de la Iglesia. En este
sentido es muy elocuente el uso neotestamentario del apelativo de santos para los
miembros de la Iglesia de Cristo
” Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido,
para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su
admirable luz». 1Pe 2,9
Estas palabras de San Pedro nos introducen al segundo atributo de la Iglesia: la
santidad. En efecto, la Iglesia fundada por el Señor Jesús sobre Pedro, la Roca,
«creemos que es indefectiblemente santa
La Iglesia, «está santificada por Él; por Él y con Él, ella también ha sido hecha
santificadora»
«Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y
familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo
la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva
hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros estáis siendo
juntamente edificados, hasta ser morada de Dios en el Espíritu» Ef 2,19-22
Estas palabras de San Pablo nos sitúan ante la segunda dimensión de la santidad
de la Iglesia. Hemos sido elegidos en Cristo para ser templos santos del Espíritu.
«Los fieles todos, de cualquier condición y estado de vida que sean, fortalecidos por
tantos y tan poderosos medios, son llamados por el Señor, cada uno por su camino,
a aquella perfección de la santidad por la que el mismo Padre es perfecto» .
La vocación a la santidad, como lo ha recordado el Concilio Vaticano II ), es
universal pues «ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación
Ahora bien, esta dimensión de la santidad exige de los miembros de la Iglesia una
activa cooperación. Renacidos en Cristo por el Bautismo debemos hacer germinar
la semilla de santidad sembrada en nuestro corazón, abriéndonos a la fuerza
vivificante del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia.
NO SOMOS UNA COMUNIDAD DE PUROS, SOMOS UNA COMUNIDAD DE
PERDONADOS!