Hija de una piadosa familia católica, María Faustina Kowalska nació en Glogowiec, en el condado de Lodz, Polonia, el 25 de agosto de 1905. Sus padres la bautizaron con el nombre de Helena, y desde pequeña se inició en la contemplación de los misterios de la Salvación. Durante las vísperas en la exposición del Santísimo Sacramento, la pequeña Helena sintió el llamado de Dios a la vida religiosa.
Sin embargo, por varios años, se resistió a dar el “hágase” al Plan de Dios, hasta que en 1924, tuvo una visión del Señor Jesús quien la reprendió por su falta de entrega y amor en su vida espiritual, invitándole a ingresar al convento en Varsovia. Helena fue recibida por las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia el 1 de agosto de 1925, y hasta finales de 1926, fue novicia en dicho convento. Ese año tuvo varias visiones beatíficas en la que el Señor le enseñó todo lo que podía padecer por su santo nombre y su causa misericordiosa.
El 30 de abril de 1926, Helena tomó los hábitos, y asumió el nombre de María Faustina; dos años más tarde, profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia. A los superiores y el confesor personal de la futura santa, conocedores de las experiencias místicas de Faustina, les costaba aceptar la profunda e íntima relación entre ella y el Señor Jesús. Sin embargo, la futura santa no hizo caso a las dudas, y Santa Teresita del Niño Jesús se le apareció en sueños para consolar y premiar su profunda perseverancia, heroicidad y futura santidad. Adoración al Santísimo.
En una ocasión, mientras María se encontraba en profunda oración, Jesús se le apareció y le pidió que lo adorase en el Santísimo Sacramente por una hora durante nueve días sucesivos: “Reza con todo tu corazón en unión a María e intenta además durante este tiempo realizar las estaciones de la Cruz”. Estando en el séptimo día de la novena, la futura santa tuvo una visión de la Madre de Dios, parada entre el cielo y la tierra, vestida con un esplendoroso y luminoso vestido.
La Virgen tenía sus manos plegadas en oración sobre su pecho y miraba fijamente al cielo. Algunos rayos luminosos, que se desprendía de su corazón ascendían al cielo y otros caían sobre Polonia. Luego de esta visión, una noche María Faustina rezaba en su celda. Jesús vestido de blanco se le apareció, y levantó una de sus manos en señal de bendición, mientras que la otra tocaba su vestido. Debajo de éste, y ligeramente dibujado al lado del pecho, emanaban dos grandes rayos, uno rojo, y el otro de color pálido blanco. María Faustina esperaba en silencio; su corazón se contrajo de temor y alegría a la vez. Entonces Jesús le dijo: “Pinta una imagen según lo que ves con la firma: Jesús, en ti confío. Deseo que esta imagen se venere primero en tu capilla, y luego en todo el mundo. Y prometo que las almas que venerarán esta imagen no perecerán, y la victoria caerá sobre sus enemigos aquí en la tierra, especialmente en la hora de su muerte. Yo los defenderé como Mi propia gloria”.
María Faustina acogió con profundo amor y entrega estas palabras, y a partir de este encuentro trabajó intensamente para lograr este propósito. El camino no fue fácil, y hubo que superar muchos obstáculos. Algunos días más tarde, el Señor se le apareció de nuevo para pedirle que difunda en el mundo la fiesta en honor a su Misericordia. “Yo deseo que esta imagen, que tu pintarás con un cepillo, sea solemnemente homenajeada el primer domingo después de Pascua, que ese domingo sea la fiesta de la Misericordia”, fueron las palabras de Cristo a la mística polaca. “También deseo que los sacerdotes proclamen la devoción de la Misericordia a todos los pecadores; que permita que el pecador no tenga miedo en acercarse hacia Mí, en acudir a Mí. Las llamas de mi Misericordia aclaman para ser gastadas a favor de las almas pecadoras; y yo deseo derramarlas sobre ellas”, le dijo el Señor.
María entonces se propuso a trabajar con más ahínco y esfuerzo en esta nueva misión, que finalmente vería sus frutos cuando varias réplicas de la imagen empezaron a pintarse en varios lugares del mundo; primero en Europa, y luego en América. En el último día de su retiro espiritual, preparándose para renovar sus votos en Walendow, Polonia, María Faustina fue de nuevo visitada por el Sagrado Corazón de Jesús en el momento que ella recibió la Sagrada Comunión. En ese momento, mientras María Faustina observaba el corazón misericordioso de Cristo, comprendió su profunda y gran misericordia, que debía ser derramada sobre las miles de almas pecadoras. La última aparición de Cristo a la religiosa polaca ocurrió en la Cuaresma de 1933.
María Faustina estaba preparándose para su profesión final, coleccionado todos sus sufrimientos interiores y exteriores en un ramillete espiritual para Jesús, y esperando silentemente para ofrecerle el mejor de los sacrificios por su causa y misión. “Yo deseo que sepas cuanto amor arde en mi corazón por las almas más alejadas de Mí. Y tu entenderás lo que te digo cuando medites en mi Pasión”, fueron las palabras de Cristo para María, quien le pidió que invocase su Misericordia en nombre de los pecadores, pues Él desea su salvación. Murió en Cracovia el 5 de octubre de 1938, con apenas 33 años. El Señor premió su ardoroso corazón y entrega en la misión diciéndole: “Mi hija, tu corazón es mi paraíso”.
La santa polaca fue canonizada por el Papa Juan Pablo II el 30 de abril del año 2000.
(tomado de Aciprensa) www.apologeticasiloe.com