La afirmación “Dios castiga” es apreciada y tenazmente defendida, como
absolutamente cierta por algunos sectores en la Iglesia, especialmente
los más cercanos al llamado “tradicionalismo”.
¿Dios castiga o no castiga?
La Sagrada Teología ya tiene una respuesta, pero parece los cercanos al
tradicionalismo o no la conocen o no la quieren conocer. La Teología
tiene un lenguaje que la habilita a ella y sólo a ella para responder éstas
y otras cuestiones. Para los otros, el problema parecería ser semántico;
pero en realidad va más allá: se refiere a toda una manera de
aproximarnos a Dios. Así, han convertido el tema en disputa semántica
por acumular citas sin contexto y frases emotivas; corriendo el riesgo de
reducir a Dios a la condición de un juez, fiscal y verdugo;
empobreciendo la comprensión de quién es Dios por no recurrir a la
dimensión sobrenatural que nos lo muestra como Padre amoroso,
providente, pronto al perdón y lento a la ira, como ha sido explicado
doctrinalmente por Padres y doctores de la Iglesia. Estas son las
consecuencias de prescindir de la Sagrada Teología.
El tema pues, no es secundario, porque toca características propias de
Dios a quien nunca lograremos comprender plenamente en esta vida, y
porque las consecuencias de cualquier afirmación para la Teología y la
espiritualidad cristianas son enormes.
Los partidarios de que Dios castiga, afirman que ésta es la única y
verdadera doctrina católica; y que todos lo que afirmamos lo contrario,
estamos en el error y debemos retractarnos, porque en el mejor de los
casos decir que Dios no castiga es una doctrina “temeraria” (es decir,
cercana a la herejía) y en el peor de los casos, manifiestamente herética.
¿Cuáles son los argumentos utilizados recientemente por los
partidarios de la afirmación de que “Dios castiga”?
Muchas personas han escrito y llenado mucho papel al respecto, pero en
síntesis, son los siguientes:
1) Que Dios castiga es una afirmación presente abundantemente en la
Biblia, no sólo en el Antiguo, sino en el Nuevo Testamento.
2) Que Dios castiga es algo afirmado por los concilios, papas, santos
y hasta la misma Virgen María en las apariciones “aprobadas” por
la Iglesia.
3) Que la afirmación contraria “Dios no Castiga” se inspira en un
“falso” sentido de la “misericordia” de Dios, promovida hoy por
“traidores” o ignorantes en la Iglesia.
4) Que la afirmación contraria, es decir, que Dios en efecto, no
castiga, haría la redención de Jesús innecesaria.
Dado que los que estamos involucrados en el debate más directamente
no somos teólogos, y quienes están a favor de la idea errada de que
“Dios castiga” no han hecho sino repetir los mismos argumentos hasta el
cansancio; creo que un servicio eclesial al debate es simplemente
elevarlo al nivel de teólogos no sólo de gran relevancia, sino autorizados
por la Santa Sede para referirse a este tema.
Para ello, he solicitado, y ofrezco en exclusiva, la traducción de dos
importantes artículos sobre el tema del “castigo” de Dios, publicados
originalmente en italiano, donde sendos teólogos, a pedido de la Santa
Sede, intervienen en un debate que se suscitó en el ámbito eclesial
italiano, a partir de las afirmaciones de un laico católico tradicionalista,
para quien es imposible rechazar la doctrina de que Dios “castiga”.
Por las razones que abajo se describen, este intercambio de opiniones es
enormemente ilustrativo para entender por qué la afirmación teológica
de que “Dios no castiga” no sólo es perfectamente sana, sino que es más
precisa, teológicamente más segura y cierta que la contraria. Y al
respecto, no me presento como autoridad; sino que simplemente me
adhiero, con toda la Iglesia, a lo que explicó directamente el entonces
Cardenal Joseph Ratzinger, que luego sería Benedicto XVI:
“Dios no nos hace el mal; ello iría contra la esencia de Dios,
que no quiere el mal. Pero la consecuencia interior del
pecado es que sentiré un día las consecuencias inherentes al
mal mismo. No es Dios quien nos impone algún mal para
curarnos, pero Dios me deja, por así decirlo, a la lógica de
mi acción y, dejado a esta lógica de mi acción, soy ya
castigado por la esencia de mi mal. En mi mal está implicado
también el castigo mismo; no viene del corazón, viene de la
lógica de mi acción, y así puedo entender que he estado en
oposición con mi verdad, y estando en oposición con mi
verdad estoy en oposición con Dios, y debo ver que la
oposición con Dios es siempre autodestructiva, no porque
Dios me destruya, sino porque el pecado destruye”1.
1 Entrevista al Cardenal Ratzinger después del 11-S
Difundida en «Radio Vaticana» en 2001 y traducida por la agencia Zenit:
http://www.zenit.org/es/articles/entrevista-al-cardenal-ratzinger-despues-del-11-s
Explicando los argumentos
El razonamiento teológico presentado por los artículos aquí traducidos
podrán entenderse mejor si los ponemos en el contexto de cómo ellos
ayudan a disipar los argumentos fundamentales de los partidarios de
“Dios “castiga”.
Veamos de manera simple, cada una de estos argumentos.
1) La idea de que Dios “castiga” ¿Está presente en las Sagradas
Escrituras, incluyendo en Nuevo Testamento?
* Sí, sin duda.
¿Pero resuelve esto el tema de la pregunta sobre si Dios verdaderamente
castiga o no?
*La respuesta es NO. La respuesta afirmativa sólo podría provenir de
una interpretación completamente protestante de las Escrituras, es decir
prescindiendo de la alegoría, la metáfora y de las herramientas
exegéticas fundamentales.
Vamos a explicar esto con un ejemplo ilustrativo. La Guerra Civil
norteamericana se vio precedida por un debate teológico entre los
cristianos protestantes más “liberales” de los estados del norte y sus más
devotos hermanos del sur. La pregunta era: ¿Es legítima o no la
esclavitud como institución? Y como cristianos protestantes, la pregunta
se convertía en: ¿Qué dice la Biblia al respecto?
Esto es lo que encontraron:
El Antiguo Testamento ampliamente acepta la esclavitud, y la
reglamenta con normas específicas; por ejemplo Levítico 25,44-46, que
señala que los esclavos no pueden ser tomados de entre los hijos de
Israel; o Éxodo 21,20-21, que establece que quien mate a un esclavo,
debe ser castigado… aunque no perder la vida2.
En el Nuevo Testamento no se encuentra una sola condena explícita a la
esclavitud, más bien se encuentran normas -ciertamente inspiradas en la
caridad- que la regulan, dándola como un hecho. Efesios 6,5, por
2 Para efectos de brevedad y de mantenerme en el punto, omito las numerosas citas que reafirman la esclavitud en el
Antiguo Testamento. Los interesados pueden ver: Éxodo 21,1-10; Éxodo 21,26-27; Éxodo 22,3; Éxodo 23,12;
Deuteronomio 23,15; Levítico 19,20; Levítico 22,11.
Lo mismo con el Nuevo Testamento: ver Colosenses 4,1; I Timoteo 6,1-2; Tito 2,9-10; I Pedro 2,18.
ejemplo, señala que los esclavos deben obedecer a sus amos como
“obedecen a Cristo”.
Y ningún texto del Nuevo Testamento parece afirmar más la institución
de la esclavitud que el íntegro de la Carta del Apóstol San Pablo a
Filemón, que tiene como tema, la fuga y el retorno del esclavo del
destinatario de la carta, Onésimo, a quien Pablo envía de vuelta a su
amo.
La conclusión obvia, especialmente para los devotos cristianos
protestantes del sur, era que, ateniéndose a lo que literalmente
enseñaban las Escrituras, la esclavitud era más compatible con el
cristianismo que la doctrina del derecho de todos los seres humanos a la
libertad. Y se fueron a la guerra.
La conclusión de este ejemplo, para efectos del tema del “castigo” de
Dios, es obvia: apilar citas bíblicas del Antiguo y Nuevo Testamento no
bastan para entender la lógica de la espiritualidad cristiana, ni su visión
de Dios, del hombre y del mundo.
2) Que Dios castiga ¿Es algo afirmado por concilios, papas, santos y
hasta la misma Virgen María en las apariciones “aprobadas” por la
Iglesia?
La respuesta es sí. Los partidarios de la visión de un Dios castigador
han acumulado un largo elenco de citas, con la convicción –disparatada,
por lo demás, desde el punto de vista apologético- de que a más citas
acumuladas, más sólido es su argumento. Sin embargo, como van a
explicar los artículos de los dos expertos, estas referencias al “castigo”
de Dios se aplican en un contexto limitado, en la mayoría de los casos, a
tomar prestadas expresiones literarias bíblicas; y siempre son hechas en
sentido relativo, no absoluto, usualmente con un fin pedagógico.
Es verdad que la afirmación contraria “Dios no castiga”, como cita
textual, es escasa en el cuerpo doctrinal de la Iglesia. En una “guerra de
citas”, la posición teológica correcta no va a ganar. Pero la doctrina
católica consiste en una profunda y extensa lógica teológica y espiritual
que no se reduce a las citas. Y desde este punto de vista, el concepto de
que en efecto, Dios no castiga en un sentido absoluto, es mucho más
abundante, importante y con mucho más peso teológico que las
numerosas citas aisladas, que, usadas por los “castigadores”, incurren
incluso en la total distorsión de la intención del autor.
Pongamos, al respecto, un ejemplo. Los apologetas del castigo citan
repetidamente un pasaje de la encíclica Salvici Doloris del Papa San
Juan Pablo II en la que el santo se refiere al “castigo” de Dios. Pero esta
cita, sacada de contexto, resulta siendo una radical traición del discurso
completo de la encíclica, que precisamente, luego de plantear el enorme
desafío de explicar el misterio del sufrimiento, presenta el pasaje del
libro de Job como ejemplo de que los “castigos” sufridos por Job no
tienen explicación alguna3, y no revelan la verdadera naturaleza de Dios;
que podemos conocer sólo a partir de su infinita misericordia revelada
en el sacrificio del Hijo. En otras palabras, San Juan Pablo II argumenta
claramente, a partir del pasaje bíblico de Job, que el Dios castigador
revelado por este episodio es no sólo parcial, sino distorsionado. Y a
partir de este concepto fundamental, de que el “castigo” de Dios es un
concepto incompleto y veterotestamentario4, desarrolla una valiosísima
teología del sufrimiento humano –precisamente como señala el subtítulo
de la encíclica, “El Valor Redentor del Dolor”- que es absolutamente
incompatible con la noción de que el mal es “castigo” de Dios. En otras
palabras, como explican los dos artículos que presento a continuación, la
cita de San Juan Pablo II supuestamente “afirmando” que Dios “castiga”
es una traición a su pensamiento. Estas citas podrán multiplicarse, pero
quien lee el íntegro de la encíclica con ojos objetivos, lo último que hará
salir con la idea de que Dios “castiga”. Es más bien lo contrario. Invito a
quienes están sinceramente interesados en este tema a leer el íntegro de
3 Es curioso que los “citadores” de textos que “confirmarían” que Dios “castiga” omitan este punto culminante de la reflexión de
San Juan Pablo II: “Job, sin embargo, contesta la verdad del principio que identifica el sufrimiento con el castigo del pecado y lo
hace en base a su propia experiencia. En efecto, él es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún, expone el bien que
ha hecho a lo largo de su vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no
es culpable. El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender
a fondo con su inteligencia (Salvifici Doloris 11).
4 Sólo como ejemplo de esta lógica más completa, leemos: “…para poder percibir la verdadera respuesta al «por qué» del
sufrimiento, tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino, fuente última del sentido de todo lo existente. El
amor es también la fuente más rica sobre el sentido del sufrimiento, que es siempre un misterio; somos conscientes de la
insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones. Cristo nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el «por qué» del
sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino” (Salvifici Doloris 13).
la encíclica y sacar sus propias conclusiones.
3) ¿La afirmación de que Dios no castiga se inspira en un falso
sentido de la misericordia de Dios?
En algunos autores, tal vez. Pero decir que la afirmación de que Dios no
castiga se inspira en un falso concepto de misericordia es crear un
“enemigo de paja” que no es relevante para el tema en discusión. Los
principales autores, como los que aquí reproduzco, se apoyan en el
concepto teológico de que no es correcto afirmar que Dios castiga en
sentido absoluto precisamente porque Dios es justo, y no solamente
misericordioso. Es decir, las razones más importantes para argumentar a
favor de que Dios no castiga las encontramos en su justicia; la
misericordia, en cierto sentido, se explica por sí misma.
Así lo he explicado en uno de los Puntos de Vista que dediqué a este
tema y cuya idea resumo. Si Dios es justo ¿Por qué prosperan muchos
pecadores y por qué sufren los inocentes? Cuando un inocente sufre ¿Es
por un castigo de Dios o se trata de una “prueba” para “fortalecerlo” en
su fe? ¿Quién puede responder a esta pregunta que eleva la persona que
sufre? Si la pregunta no tiene una explicación precisa ¿Cómo podría ser
Dios justo, si no le da al sufriente una oportunidad para entender por qué
y para qué sufre? Estas son preguntas que los partidarios del Dios
castigador no han respondido nunca, salvo con unos diagramas –sí,
¡diagramas!- sobre la enseñanza tomista del castigo que no sólo no se
refiere al punto central de la discusión, sino que ni si quiera se asoman a
tocar el tema. Este argumento lo desarrolla mejor que yo el P.
Giandomenico Mucci S.I.- por lo demás eximio tomista, a diferencia de
los contemporáneos “castigadores”-; y por tanto remito a él.
4) La afirmación de que Dios no castiga ¿Hace realmente innecesaria la
redención de Jesús?
Absolutamente falso. Aun suponiendo la más buena intención de
quienes sostienen esta postura, esta afirmación sólo puede provenir de
una suprema falta de familiaridad con la teología católica. Al respecto,
vuelvo a remitirme a los textos que ofrezco traducidos por primera vez
en español.
El contexto del debate
Los textos ofrecidos como material para la reflexión no podrían ser
comprendidos correctamente sin la explicación del contexto en el que
fueron escritos y por qué son tan importantes para un debate sobre si
Dios castiga o no.
Tomo de la narración de los hechos realizada por el Vaticanista Sandro
Magister, que reportó el hecho en su blog en italiano en junio de 2011.
La polémica fue iniciada por el profesor Roberto de Mattei, el 16 de
marzo de 2011, cuando en una transmisión de Radio María señaló que el
terremoto y consecutivo tsunami que destruyó parte de Japón aquel año,
había sido un “castigo de Dios”.
Como consecuencia del debate que esta afirmación levantó, Magister
explica que “la Secretaría de Estado (del Vaticano) ha aprobado,
palabra por palabra, una respuesta a la tesis de de Mattei que se publicó
en el número del 21 de mayo de La Civiltà Cattolica, con la firma del
jesuita Giandomenico Mucci, titulada ‘La verdad y el escándalo’”.
El P. Mucci no es un desconocido. Es desde hace 30 años el Director
espiritual de la Pontifica Academia Eclesiástica en el Vaticano (donde se
forman los futuros embajadores del Papa alrededor del mundo), es
director espiritual de la Comunidad de los Siervos Inútiles del Buen
Pastor, y es autor de numerosos libros, entre ellos “Revelaciones
privadas y apariciones” (en italiano), “Los Católicos en la confusión del
Relativismo” (italiano) y “Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales”.
El Padre Mucci es además el teólogo jesuita que el Vaticano ha pedido
defender la sana doctrina en otros temas importantes. Por ejemplo, más
recientemente, publicó un ensayo sobre el sentido del sufrimiento
humano para responder a los ataques del ateo británico Christopher
Hitchens contra la obra caritativa de la Madre Teresa de Calcuta.
La Civiltá Cattolica resumió así el ensayo del P. Mucci contra la tesis
“castigadora” de Mattei:
“El artículo comenta un episodio que tuvo amplia cobertura en la prensa.
El profesor Roberto de Mattei ha hablado de un probable castigo divino
para Japón a través del terremoto y del tsunami.
El artículo critica esta opinión a la luz de cuanto enseña la Iglesia sobre
el mal físico y sobre la centralidad que la fe en Cristo se debe tener
también en la interpretación de tales dramas. En el plano divino no
existen desgracias ya que todo es gracia. Esta es la salvación: no siempre
nos salvamos del dolor, pero siempre somos salvados en el dolor. En
realidad, el sufrimiento humano tiene algo de incomprensible que puede
aplacarse solo pensando y creyendo que Dios no es indiferente al dolor
de los hombres, tanto así que ha tomado parte del mismo en el Hijo.
Sobre la centralidad de Jesús, cuando se afronta el problema del mal del
dolor, insisten los documentos de la Iglesia”.
La réplica de de Mattei no se hizo esperar. Apareció el 1 de junio en el
sitio “Misa en Latín” en italiano. En ella, de Mattei no solo señala que
sus tesis “están basadas, palabra por palabra, en el Catecismo de la
Iglesia Católica, en la teología de San Agustín y de Santo Tomás de
Aquino y en las palabras de innumerables santos”, sino que recuerda
también en su defensa la audiencia general de Benedicto XVI del 18 de
mayo, en la que el Papa, comentando la oración de Abraham a Dios para
que perdonase a Sodoma y Gomorra, dijo que “no es el castigo el que
debe ser eliminado, sino el pecado, ese rechazar a Dios y el amor que ya
lleva en sí mismo el castigo”.
* Es interesante observar que la defensa de de Mattei es exactamente la
misma que quienes actualmente vienen argumentando a favor de la tesis
de que Dios “castiga”; es decir, que el magisterio y la tradición está
con ellos, incluso cuando se trata de afirmar algo tan bizarro como que
el terremoto de Japón fue un “castigo de Dios”. Y es que es a estos
extremos de irracionalidad no cristiana a la que puede llevar con
sencillez, el afirmar que “Dios castiga”.
Tanto es así que la Santa Sede, en aquella época bajo el pontificado del
Papa Benedicto XVI, decidió publicar, a través del diario oficial
“L’Osservatore Romano”, un artículo del connotado teólogo italiano
Inos Biffi, que según Magister, es “teológicamente más preciso que el
del Padre Mucci”.
Como referencia, es importante saber que el P. Biffi es profesor emérito
de teología sistemática e historia de la teología de la Facultad de
Teología de Italia Septentrional y de la Facultad de Teología de Lugano
(Suiza).Es doctor agregado de la Biblioteca Ambrosiana, miembro de la
Pontificia Academia Santo Tomás de Aquino y de la Pontificia
Academia Teológica, Presidente del Instituto para la Historia de la
Teología Medieval de Milán y director del Instituto de Historia de la
Teología de la Facultad de Teología de Lugano.
En pocas palabras, alguien bastante más informado que quienes
recientemente hemos venido debatiendo sobre el tema.
El recorrido y prestigio teológico de los autores de los artículos que
presento a continuación no son el argumento definitivo. No se trata aquí
de traer un “argumento de autoridad”. Las explicaciones teológicas que
exponen, con el pleno aval de la Santa Sede y a instancias de ésta, sí lo
son. Dios no castiga. ¡Buena lectura!
Alejandro Bermúdez
La verdad y el escándalo
Giandomenico Mucci S.I.
“De nuestra parte no damos motivos de escándalo a ninguno, para que
no sea criticado nuestro ministerio” (2 Cor 6,3).
“Andad sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el
tiempo. Que vuestra conversación sea siempre con gracia, sazonada
como con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada persona”
(Col 4, 5-6).
A estos textos paulinos se remitió espontáneamente la memoria cuando,
el pasado abril, leímos en el diario una polémica suscitada por las
opiniones privadas de un estudioso católico ante quien la prensa laica ha
reaccionado con excesivo énfasis, casi como si se tratase del
pensamiento de la Iglesia. Nosotros nos limitamos a responder los
términos esenciales de la polémica en el intento de exponer lo que la
Iglesia verdaderamente enseña sobre la difícil y discutida materia. Y
queremos, además, reparar el escándalo sufrido por aquellos que, en la
Iglesia y fuera de ella, están menos informados sobre su doctrina que nos
quiere “listos siempre para responder a quien lo pregunte sobre la razón
de la esperanza” cristiana, considerando que esto “se haga con dulzura y
respeto” (1Pe 3, 15).
El caso “tsunami”
El 11 de marzo de este año, Japón oriental fue devastado por un terrible
terremoto y por un tsunami que causaron muchísimas víctimas. El sismo
golpeó además a la central nuclear de Fukushima y ha causado la
emisión de energía atómica con consecuencias que aún no son
exactamente previsibles en la atmósfera, en la tierra y en el mar. La
emoción y la preocupación han sido grandes en el mundo y han
encendido el debate sobre la realidad de mantener o multiplicar las
plantas nucleares. En Italia, los medios de comunión han dado un amplio
espacio a este debate, que ha hecho más intenso los aspectos políticos en
el plano nacional.
En este clima, Roberto de Mattei se ha referido, el 16 de marzo en Radio
María, a la tragedia japonesa, en un discurso que ha creado un gran
revuelo. “En ese discurso simplemente he repetido la tradicional
doctrina católica, según la cual nada sucede que no sea querido y
permitido por Dios,y ,entonces, las catástrofes colectivas tienen una
razón que sólo Dios conoce. No he dicho que el terremoto de Japón haya
sido un castigo divino, he dicho que ‘puede’ haber sido, a menos que sea
crea que Dios no castiga nunca a los hombres ni en esta vida ni en la
otra. Y de fe, además, que todos los sufrimientos, individuales o
colectivos, que afligen a la humanidad son una consecuencia del pecado
original y esto lo repito si es que no queremos mutilar un artículo
fundamental de nuestra fe”i.
Un mes después, en el curso de una entrevista, el mismo estudioso
declaró:
“He desarrollado una reflexión sobre el gran universo del mal y he dicho
que todo lo que sucede tiene un significado. (…) Como se lee en la
doctrina de San Ambrosio y Bossuet, también los pueblos pueden pecar
y por esto ser castigados”. Dios “es el sumo bien capaz de delimitar el
bien del mal. También de la catástrofe japonesa. No reclamo saber la
razón por la que Dios ha permitido que esto sucediese, pero sé que hay
una razón”ii.
Probablemente no habría habido ningún escándalo si el que hablase así
no fuera un estudioso católico, que es profesor asociado de la
Universidad de Casino y, actualmente, vicepresidente del Consejo
Nacional de Investigación para el sector de las ciencias humanas. Un
estudioso que, en la entrevista citada, no duda en presentarse así: “Mi
batalla cultural no es solo contra el laicismo, sino que se desarrolla,
sobre todo, al interior del mundo católico sometido al clima intelectual
dominante”.
Pro y contra
Las reacciones al discurso de de Mattei han sido positivas de parte de los
católicos mayormente atentos a los elementos doctrinales ciertos que
forman el sustrato de ese discurso: el pecado original cuyas
consecuencias afectan toda la historia de la humanidad, la redención
fruto del sacrificio de Cristo, los sufrimientos de lo “inocentes”
misteriosamente asimilados a aquellos del divino mártir del Calvario.
Otros católicos no han compartido la posibilidad propuesta por de Mattei
de que el tsunami haya sido un castigo querido por Dios para el pueblo
japonés;como por ejemplo Marco Tarquinio. Y finalmente otros
católicos han observado que, cuando se habla de la doctrina de la Iglesia
revelada y definida, es necesario siempre distinguir entre su esencia y
los modos, variables en el curso de los siglos, de entenderla y expresarla.
Se habla aquí sobre el problema de la oportunidad. Gianni Gennari ha
escrito que “hoy, sobre todo cuando uno se expresa usando los medios
modernos de comunicación sin ‘retorno’ posible de quien escucha o ve,
se debe también tener en cuenta la sensibilidad de las personas y la
consecuente posibilidad de malentendidos que ponen en riesgo la
credibilidad misma de la Doctrina que se considera justo proponer”iii.
En el frente laico el escándalo fue enorme. La opinión pública reaccionó
escandalizada por las afirmaciones más crudas de de Mattei, según el
cual el terremoto y el tsunami han sido una “benévola manifestación de
la misericordia de Dios”, “una exigencia de justicia de Dios”, un
“bautismo de sufrimiento” para los “niños inocentes muertos en la
catástrofe”iv. Massimo Gramellini ha hablado de “despotriques ofensivos
para cualquier creyente dotado de un cerebro y sobre todo de un
corazón”. Pierluigi Battista, ante estas “fórmulas rígidas de un catecismo
grandilocuente y terrible”, ha escrito: “Y nos preguntamos por qué de un
tiempo a esta parte siempre hay algún cristiano que tiene ganas de
probar la intoxicación de un cristianismo sin pietas. Que no sabe llorar
sobre la suerte de niños anegados por el tsunami pero se convierte en un
juez implacable de los pecados (de otros). Que simula las palabras de un
cristianismo misericordioso y ligero. Que ofrece el rostro de un sadismo
afectado y dogmático, amasado por un resentimiento infinito hacia el
mundo y sus debilidades”.
El pensamiento de la Iglesia
Sobre cualquier argumento y problema, los convencimientos de los
estudiosos católicos son siempre y sobre todo opiniones personales y
privadas. La auténtica enseñanza del Magisterio de la Iglesia está
contenida en su documentación oficial. Es bueno recordar que solo el
Magisterio de los Concilios y los Papas, y no aquel de los obispos
particulares, goza de la prerrogativa de la infalibilidadv. Lo resaltamos
porque parece que de Mattei, para sostener sus ideas, ha citado la
opinión de un antiguo obispo siciliano. Pero entonces ¿qué enseña la
Iglesia?
a) La Iglesia profesa la fe en la omnipotencia de Dios y el misterio de
su aparente impotencia y reconoce que la fe en Dios omnipotente
puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del
sufrimientovi. No le son desconocidos los dos interrogantes que
más frecuentemente se plantean los mismos creyentes. Al primero
(“Si Dios Padre Omnipotente se hace cargo de todas sus criaturas,
¿por qué existe el mal?) responde: “A esta pregunta tan apremiante
como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una
respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la
respuesta a esta pregunta. No hay un rasgo del mensaje cristiano
que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal”vii. En la
bondad de la creación y en el drama del pecado, en la voluntad
amorosa del Señor manifestada en las dos Alianzas, en la
Encarnación del Hijo suyo y en el don del Espíritu que reúne a la
Iglesia, en los sacramentos, en el destino escatológico a la felicidad
a la cual el hombre puede libremente rebelarse, en estas verdades,
consideradas juntas, el creyente ve la manera para la solución, en
la fe, del problema del mal.
b) A la segunda interrogante (“¿Pero por qué Dios no ha creado un
mundo tan perfecto en el que no existiese ningún mal?”) la Iglesia
responde: “en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso
libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección
última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con
la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo
más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la
naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico
existe también el mal físico, mientras la creación no haya
alcanzado su perfección”viii.
c) Y concluye “Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo
y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con
frecuencia desconocidos. La fe nos da la certeza de que Dios no
permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por
caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida
eterna”ix. En la espera, el mal físico, como el moral, es un misterio
que es iluminado, pálida pero realmente, por Jesús, Hijo de Dios,
muerto y resucitado para vencer el mal, para demostrar que la
última palabra no pertenece al mal ni a la muerte.
Esto y solo esto, es lo que la Iglesia, educada por las Escrituras, enseña
sobre el mal físico. El resto son elucubraciones privadas de escuelas o de
estudiosos en particular.
¿Castigo?
En su discurso, de Mattei afirma haber dicho, sobre el terremoto
japonés, que no ha sido un castigo de Dios, sino que podría haberlo sido.
Aunque admitiéramos que el Señor quisiera castigar las culpas de los
hombres, no logramos entender con qué justicia podría haber castigado a
un pueblo esencialmente sintoísta y no, por ejemplo, a Europa que ha
olvidado y desconocido su vocación cristiana y que parece estar
embarcada en una gran descristianización. La referencia al infierno
evocado por de Mattei parece no sostenerse, siendo esta retribución (no
remuneración como ha dicho de Mattei) del impío no el castigo de Dios,
sino el efecto de una elección hecha en la tierra por el pecador y
sancionada por la eternidad.
En realidad, el sufrimiento humano tiene algo de incomprensible que
puede aplacarse solo pensando y creyendo que Dios no es indiferente al
dolor de los hombres, tanto así que ha tomado parte en el Hijo. “El
sufrimiento de Cristo en esta vida es el eterno interés de Dios proyectado
en la historia del hombre, traducido en términos de experiencia
humana”x. Sobre la centralidad de Jesús, cuando se afronta el problema
del mal y del dolor, insisten los documentos de la Iglesia.
En Jesús sufriente, Dios ha querido hacernos saber que el mal y el dolor
no representan un destino incoercible, sino solo la vía sobre la cual el
hombre camina hasta cuando Dios tendrá la razón de la potencia del mal.
En Jesús resucitado, esta fe se hace esperanza para el creyente. Para el
no creyente, el mal y el sufrimiento constituyen un enigma relacionado
de hecho con la condición humana sin otra interpretación convincente.
Pero su misma fe debería instruir al creyente cuando mira también al
mal y al dolor de aquellos que no comparten su fe. Y el sufrimiento de
ellos debería aparecerles, a la luz de Cristo, como el instrumento
desconocido con el cual también ellos participan en la obra de la
redención humana. No castigo, sino misteriosa elección. “El sufrimiento
no tiene el sentido de un castigo por el pecado, sino el de una misteriosa
conformación y asociación con la obra redentora de Cristo. Los dolores
no son conmensurados a los pecados cometidos: no son los más grandes
pecadores, sino que son los más grandes santos los que pasan a través de
las pruebas más dolorosas. En el plano divino no existen desgracias, sino
que todo es gracia. Esta es la salvación: no siempre somos salvados por
el dolor, sino que siempre somos salvados en el dolor”xi.
La doctrina católica puede ser aceptada o rechazada en todas sus partes,
pero así como no le falta la nobleza, así tampoco no está privada de
coherencia y no merece ser ridiculizada ni expuesta incautamente para
ser difamadaxii.
Ante el misterio del sufrimiento y de la muerte
CASTIGO Y MISERICORDIA
Incluso en las catástrofes naturales la humanidad nunca se ve privada
de la cercanía de Jesús.
Por Inos Biffi
Sin la fe cristiana, el problema del mal, es decir del sufrimiento en la
variedad de sus formas, se queda como un enigma insoluble. Si además
de eso aparece una anónima voluntad malvada o un destino que obra
cruel e ineluctablemente en el mundo, el enigma se profundiza y el
hombre aparece inexplicablemente a merced de una fuerza perversa, que
se abate sobre él, más allá de su propia culpa.
Sobre todo de la experiencia de esta “injusticia” y de la fatalidad del
dolor, han nacido entre otras, las obras maestras de la literatura –
pensemos en la tragedia griega– que ha interpretado, con sus lamentos,
sus afanes, sus silencios, la dramática condición humana de todo tiempo.
La razón no está en capacidad de encontrar una solución que explique o
justifique el dolor, en todo caso las posibilidades del hombre aparecen
impotentes para encontrarles un remedio duradero o verdaderamente
eficaz, sobre todo cuando la muerte – “la quietud fatal” – aparece con su
sello definitivo e irreversible.
Para quien no tiene fe, todo discurso sobre las tribulaciones y los
padecimientos que afligen a la humanidad en general, y a cada hombre
en particular, resulta no solo arduo y oscuro sino además no idóneo para
proponer soluciones persuasivas, impotentes para aplacar la inquietud,
para asegurar o suscitar la esperanza.
Quien tiene fe debe ser consciente de esto, para no convertirse –como
diría Job– en un “consolador molesto”, un elegante compositor de
palabras (cfr. Job, 16, 2-4) que tienen como resultado aumentar el
tormento y la opresión.
La presencia cristiana se manifiesta, antes que nada, en una escucha
silenciosa, llena de delicadeza y de discreción, que sabe especialmente
transformarse en el ofrecimiento atento y solícito de una ayuda que lleva
consuelo concreto.
De otro lado, el anuncio del Evangelio y la efusión de la gracia no
extirpan del mundo el sufrimiento. Permanece con su “injusticia” y su
tormento. Y, sin embargo, la revelación ilustra sobre todo su génesis. El
sufrimiento entra en el mundo a causa del pecado cometido en el origen.
Lo afirma San Pablo: “tal como el pecado entró en el mundo por un
hombre, y la muerte por el pecado” (Romanos, 5, 12).
Una muerte que sella el pecado y que es el símbolo real y así la
consumación de todos los males y de todos los dolores.
Dios, por definición inmensamente bueno, entonces no ha creado el
mal. Ni tampoco se debe a un Principio, casi a una divinidad prepotente
y maléfica, que lo ha diseminado en el mundo. La causa real está en la
rebelión de Adán. Y esta es una verdad de la fe católica.
Y a propósito de verdad de fe católica tal vez viene al caso recordar
algunas cosas. En primer lugar, que pueden pertenecer a la fe católica
también las verdades no definidas.
Además, lo que es verdaderamente de fe no puede y no debe ser
atenuado o proporcionado a las diversas sensibilidades y aceptaciones de
las personas, sino que es proclamado límpidamente en sus términos
exactos y seguros, cuando incluso suscite reacciones o rechazo. Así,
respecto al pecado original: sin duda sus diversas explicaciones
teológicas están abiertas a la libre discusión y pueden variar en la
interpretación y en la expresión, pero con una condición imprescindible,
que en cada caso sea proclamada la verdad católica, cuya acogida exige
la fe.
Finalmente, una tercera observación: hoy está casi de moda citar la
exhortación de la Primera Carta de Pedro: “santificad a Cristo como
Señor en vuestros corazones, estando siempre preparados para presentar
defensa ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en
vosotros” (3, 15). Si, saliendo del preciso contexto de la Carta,
entendemos el “dar razón de la esperanza” como exponer las
motivaciones que justifican la profesión cristiana, es claro que tales
motivaciones se fundan y nunca dejarán de fundarse en la Palabra de
Dios y entonces en la fe. Ellas se presentarán sin arrogancia y sin
desprecio o desatención ante quien no cree, pero no por eso se
enunciarán de manera tímida o titubeante. Así, eso se hará en cambio del
modo más gentil y positivo posible, pero también ante quien pudiera
escandalizarse o rebelarse se afirmará que, para los que mueren en la
obstinada rebelión a Dios, existe una condenación eterna.
Volviendo a nuestro tema, encontramos que el Catecismo de la Iglesia
católica declara antes que nada que el pecado original fue “contraído”
por nosotros pero no “cometido”; que es “condición de nacimiento y no
acto personal” y que su transmisión “es un misterio que no podemos
comprender plenamente” (n 76). Dicho esto, el Catecismo prosigue
afirmando que “como consecuencia del pecado original”, “la naturaleza
humana está sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la
muerte” (cfr. nn. 76-77). Es una verdad católica que refleja el
pensamiento de Pablo ya antes mencionado.
¿Podemos entonces concluir que el sufrimiento es “castigo” divino por
el pecado original? Mientras tanto debemos preguntarnos qué cosa
puede significar la expresión: “Dios castiga”, sabiendo que ante Dios
nuestro lenguaje es siempre un lenguaje analógico, necesariamente
extendido y medido por el modo de ser de la criatura. Como escribe
Tomás de Aquino “ningún nombre se da a Dios con el mismo sentido
con que se da a las criaturas” (Summa Teológica, i, 13, 5, c). Sin
embargo, aún queda la pregunta: ¿qué sentido puede tener un “castigo”
infligido a los descendientes de Adán por un pecado inevitablemente
“contraído”, pero no “cometido”, “condición de nacimiento”, pero que
no es un “acto personal”? ¿Y sería, no digo gentil o respetuoso, sino
verdaderamente sensato afirmar, por ejemplo, que un pueblo es golpeado
por una catástrofe a causa del pecado original, es decir, por una razón
que está fuera totalmente de la propia responsabilidad? Si la motivación
es la culpa de Adán, entonces la catástrofe debería golpear a toda la
humanidad, no solo a una porción de la misma.
La verdad es otra, a saber, que el género humano nunca fue desprovisto
de la gracia de la redención, que nunca se encontró en un puro estado de
“castigo” por el pecado original y, entonces, en un estado de naturaleza
deteriorado irredento, que cualquier iluminado teólogo justamente
considera impensable.
La discusión es teórica y en todo caso llega tarde. Aquí no cuentan las
hipótesis sino la elección divina, según la cual el hombre, creado por la
misericordia, ha sido proyectado misteriosamente por la eternidad,
proyectado y querido, como –diría San Ambrosio– “liberto de Cristo”
(De Iacob et vita beata 1, 3, 13). Pero en su refulgente claridad sobre
todo la Carta de Pedro habla de “la sangre preciosa de Cristo”. “Cordero
sin defectos y sin mancha”, “predestinado desde antes de la fundación
del mundo” (1, 19-20).
La humanidad nunca ha existido por sí sola, es decir privada de la
“solidaridad” de Jesús Redentor, sin la gracia de su sacrificio y de su
perdón. Todo tipo de sufrimiento está al final destinado en el plano de
Dios a ser una comunión con la pasión del Señor, el Justo inmolado: se
trata del sufrimiento que ha ingresado en el mundo con el pecado de los
progenitores y que ha arrastrado a todo el género humano, o de aquel
originado por las propias faltas deploradas en el arrepentimiento, o
particularmente, del sufrimiento inocente – recordemos la figura de
Abel, preanuncio de la víctima inocente del Calvario. El pensamiento se
dirige a las palabras de Manzoni en la conclusión de los esposos
prometidos: “los problemas… cuando vienen, con culpa o sin culpa, los
endulza en la confianza en Dios y los hace útiles para una vida mejor” y
a aquellas pronunciadas por fray Cristóforo ante don Rodrigo agonizante
de peste al Lazzaretto: “Puede ser castigo, puede ser misericordia”;
nosotros podremos hablar del castigo que se ha convertido en
misericordia.
El dolor humano siempre está misteriosamente relacionado con los
dolores del Crucificado, siempre en cada hombre que sufre se refleja a
Cristo, así como toda gracia de salvación, en cualquier tiempo de la
historia, es una impronta de la gracia de Jesús salvador. No importa que
si se tiene una consciencia explícita del mismo.
El dolor como puro castigo, encaminado a compensar y a equiparar en
cierto modo la culpa, nunca ha existido y no es tampoco pensable. Desde
el principio Dios elevó a la tribulación del hombre ya sea el carácter
oscuro de la absurda fatalidad y del incidente irrazonable, o ya sea el de
la finalidad aflictiva capaz de aplacar su ira. Tal persuasión rebelaría una
concepción pagana de Dios y de sus sentimientos.
Jesucristo también ha contestado radicalmente la mentalidad que
relacionaba aflicción y culpa personal, redireccionando la desgracia
hacia un designio divino. Sobre el ciego de nacimiento dijo “no ha
pecado él ni sus padres, sino que es así para que en él se manifiesten las
obras de Dios” (Juan 9, 3).
Solo la pena del condenado no puede ser ya redimida, y no porque Dios
haya dejado de amarlo o porque se complazca en castigarlo o torturarlo:
ese castigo, en realidad, es el reflejo de la fijación obstinada del mismo
condenado en la aversión a Dios y por lo tanto en el mal.
En este punto aparece claro que lo que hemos hecho es un discurso de
fe.
Si no es que la fe no disipa toda oscuridad, deja el ansia de la visión o,
como afirma Tomás de Aquino “no aquieta el deseo por ella” (Summa
contra Gentiles, III, 40, 4). En particular, ignoramos por qué Dios ha
querido un mundo en donde hubiera, por culpa del hombre, la dimensión
del pecado, porque, como escribía Pedro, encontramos al Cordero con su
sangre “predestinado ya antes de la fundación del mundo”.
Sin embargo, solo por la fe estamos seguros de que “los sufrimientos del
tiempo presente no son equiparables con la gloria futura que será
revelada en nosotros” (Romanos, 8, 18) y que en los sufrimientos
llevamos a término lo que, de los padecimientos de Cristo, falta en
nuestra carne (cfr. Colosenses, 1, 24).
El discurso sobre el dolor se vuelve precario y es susceptible de malos
entendidos cuando no está comprendido en el misterio del designio de
Dios: pero también ¡cuánta delicadeza es necesaria cuando se trata del
dolor de los otros! Si uno habla de esto con quien lo sufre y no es
creyente, entonces la palabra más persuasiva es la fraternidad de las
obras de misericordia y la acción renovada para difundir el Evangelio.
NOTA: Los numerales 76-77 mencionados del Catecismo, en español
son el 404 y 405.
i En Avvenire del 13 de abril de 2011, 33
ii Cfr. G. GNOLI, “Il fondamentalista non riluttante”, in La Repubblica del 11 de abril de 2011, 51
iii Cfr Avvenire, 12 de abril de 2011, 33. Cfr también nota 1
iv Cfr G. LUZZATTO, «Lo tsunami del prof, de Mattei», en II Sole 24 Ore del de abril de 2011, 19; P. BATTISTA, «Predicano
castighi da pulpiti improbabili», en Corriere della Sera,
4 de abril de 2011, 33.
v Cfr. Lumen Gentium, n 25 b; Presbyterorum ordinis, n 19 a.
vi Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n 272 s.
vii Idem, n 309
viii Idem, n 310
ix Idem, n 314 y 324
x E.J. YARNOLD “Male”, en G. BARBAGLIO – S. DlANlCH (eds), Nuovo Dizionario
di teologia, Roma, Ed. Paoline, 19792, 823.
xi F. LAMBIASI, Fu crucifiso perché? Sette domande sulla norte di Jesú, Roma, Ave, 2005, 84 s.
xii Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn 2284 s.